Capítulo XIX

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Se hizo de noche y todo mundo se aprontaba para ir a comer afuera. Al parecer Adrián había visto un restaurante muy pintoresco y convenció a todos para que lo acompañaran, excepto a mí, claro. Esto claramente es un fin de semana en pareja, me siento más solo que el uno. No me apetece ir por ahí rodeado de parejitas felices, siendo que estoy soltero. Me hace sentir incómodo, además de que después del altercado de hoy no me entusiasma estar con ellos.

Me excusé diciendo que tenía que editar las fotografías. Mi madre protestó, diciendo que ya habría tiempo para eso, pero Sam la acalló insistiendo en que debía quedarme para terminar con mi trabajo. No la culpo, todo esto es mi culpa.

Estúpido bloqueo de fotógrafo.

Sin embargo, nunca me sentí tan bendecido por sus palabras. A buena hora su mala relación conmigo sirvió de algo.

Antes de irse Adrian se me acercó para pedirme una disculpa. Rodé los ojos y le di una palmada en el hombro para que se largara y no siguiera molestándome. No opuso mucha resistencia, aunque en sus ojos estaba claro que no quería dejar las cosas así. Para calmarlo hice un comentario con doble sentido, esperando que entendiera la indirecta de que lo había perdonado, siendo que en realidad me importaba muy poco.

Al echarlo fuera de mi vista, Stella caminó detrás de él y me miró momentáneamente. Me quedé estático; sus profundos ojos verdes me miraron con picardía. Me hizo un guiño y sentí como mis piernas temblaron. Una estúpida sonrisa se formó en mis labios y comencé a perder el equilibrio, apoyé rápidamente la mano contra la pared para evitar una escena vergonzosa. Sus mejillas se ruborizaron y le escuché reír. Dios, esta chica iba a matarme.

Finalmente me quedé solo, así que me dirigí a la cocina y me preparé mi propia comida gourmet. Bueno, en realidad calenté lo que había sobrado del mediodía.

Pensé en tirarme en el sofá, pero me dio lástima desperdiciar una noche tan hermosa, por lo que decidí hacer unos arreglos temporales. Abrí las puertas francesas y salí al patio trasero en busca de una mesa. Una vez la encontré la deposité frente a los sillones de jardín y entré en busca del televisor. Lo saqué con sumo cuidado y busqué en el garaje un alargue para proporcionarle electricidad. Terminada mi sala de cine volví con mi plato de comida y me dejé caer en el sofá. Afortunadamente aquí había Netflix así que me dispuse a mirar los capítulos de un par de series que había dejado abandonadas hasta ponerme al día.

Llegó un punto en el que pensé que vendrían en cualquier momento, ya eran más de las doce. No obstante, si se aparecían solo serían mis padres, los viejos de la manada. Me apresuré a arreglar el desorden que había hecho antes de escuchar las quejas de mi madre. Fregué lo que había ensuciado y dejé la cocina tal cual la había dejado mi hermana. Subí a mi habitación y en vez de tirarme a escribir un poco me di cuenta de que no había hecho nada con las fotografías. Se suponía que me negué a la salida por ellas, si llegaba a decirles que no había hecho nada me matarían.

Encendí mi computadora y de inmediato me puse manos a la obra.

Comencé apartando las que reflejan la esencia del proyecto a una carpeta limpia, conservando algunas para mí biblioteca y eliminando el resto. Mientras miraba foto por foto, deteniéndome a apreciar cada pequeño detalle, veo y entiendo lo que April y Sam intentan hacer: Había un hombre viejo sentado solo en una banca. Su expresión era seria y algo dolida, la primera impresión es pensar que su esposa murió y su familia está lejos, sin embargo, al cambiar la imagen te encuentras con una escena completamente distinta; el mismo hombre aparece sonriendo, tomando una flor que su nieta le había traído y detrás de ella estaban sus padres.

Una pareja con sus hijos, felices y despreocupados de lo que la vida de casados te puede dar. Un hijo a veces puede hacerte olvidar los problemas con una sonrisa.

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