Chapter XXXI

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La ceremonia culminó rápido, o por lo menos eso me pareció a mí. No me resultó en lo más mínimo aburrida: los votos de ambos tenían una pizca de comedia y cada tanto la audiencia se carcajeaba por las confesiones bochornosas que hacían el uno del otro.

Katie estaba preciosísima con un vestido estilo princesa y su cabello recogido en un moño estilo princesa de Disney —muchos bucles y apliques brillantes—. Apenas entró vi de soslayo una lágrima descendiendo por la mejilla de John. Ella era la luz de sus ojos y el que estuviera vivo para ver su boda, con un tipo que descubrió valía la pena que se casara, debía de ser simplemente alucinante, además de conmovedor.

Vi a las damas de honor con sus vestidos en tonos de un rosado pálido y a los padrinos con el aplique de una flor del mismo color. Por un instante me remonté a la boda de mi hermana, donde yo ocupaba el lugar de uno de los padrinos y April el de las damas. Lucía hermosísima, aunque en ese entonces me mordí la lengua de solo pensarlo.

Si mi yo antiguo estuviera aquí me abofetearía al escuchar lo que acabo de pensar, pero él tampoco podría escapar: somos la misma persona y sé lo que él sintió en el instante en que la vio caminar directo al altar.

Sin siquiera meditarlo mucho me pregunté cómo sería el día de nuestra boda. Nunca fui una persona que le apeteciera tener una boda de este calibre, a decir verdad jamás se me cruzó por la cabeza casarme. Pero después de ver esto; de ver los rostros de felicidad en los novios y en los seres queridos, en pensar cuán ilusionada se pone April cuando ve un vestido o pastel (incluso esos programas de televisión donde transmiten los preparativos), me hace pensar que sí quiero una boda. La quiero si eso significa que aceptaré pasar el resto de mis días junto a April.


El salón para la fiesta me dejó sin habla: una carpa gigante que servía para albergar por lo menos 300 invitados y una pista de baile decente.

Todo alrededor de las paredes estaba cubierto por cascadas de luces y cristales. Telas escondían los cables y daban la sensación de que se trataban de esponjosas nubes que descargaban un poco de lluvia.

Más telas rodeadas de luces cubrían el techo, mientras otra cascada de cristales y candelabros parecían flotar de entre las telas.

Había árboles con ramas largas y puntiagudas como decoración. Bombillas colgaban de sus ramas y le daban un toque divertido y fresco.

Los colores oscilaban entre el blanco, el gris y el rosado, por no mencionar el dorado de las luces, las cuales estaban hasta en las mesas: escondidas debajo de los manteles grises, estos parecían una especie de farol chino gigante.

Con Daniel bailamos hasta hartarnos.

La comida en las mesas nunca se agotaba, apenas se acababa un mesero aparecía con otro plato lleno de delicias. Nunca antes había comido tanto... y encima tener espacio para cualquier cosa que me pusieran delante. Supongo que todo lo que comía me lo gastaba en la pista y después del ejercicio me entraba el hambre.

Suena lógico.

Mi cuota de alcohol se redujo a un vaso de champán al momento del brindis. Junto a éste me engullí un pedazo de pastel de chocolate con todo el chocolate cremoso y dulce que puedan imaginar. La cobertura era excelente y tuve que pedirle a Daniel que me fuera a buscar otro pedazo. Me daba vergüenza que me vieran repetir. A cambio yo fui en busca de más tartaleta de frutilla para él.

Si bien la pasamos muy bien juntos, Daniel había avistado a una chica que parecía tener solo ojos para él. Estuvo atrás de ella un buen rato hasta que la perdió en el baile y se vino conmigo. Ahora, tranquilo y disfrutando de su tartaleta, la chica vuelve a aparecer y con un solo batir de pestañas lo logra arrancar de la comida.

FORGIVE MEWhere stories live. Discover now