#25

278 45 4
                                    

— Mamá, ¿a dónde vamos? — pregunté mientas viajábamos en nuestro coche. Papá iba manejando y Mamá se maquillaba en el espejo del coche.
— Es una sorpresa, pequeño. — me respondió sin dejar de verse por el espejo.
Me emocioné enseguida, podíamos ir al parque de atracciones o al acuario o hasta un viaje sorpresa; guarde silencio en todo el trayecto imaginando a donde iríamos que me quede dormido.

Mamá me despertó cuando ya habíamos llegado y entonces vi donde estábamos. No era nada de lo que yo pensaba. Solo un casa, una aburrida casa.
— Mamá pensé que dijiste que era divertido. —
— Yo mencione que era una sorpresa, además ni siquiera haz entrado. — dijo mi mamá mientras nos acercamos a tocar el timbre.
Al abrir la puerta, dos caras conocidas se mostraron. Era la pareja que había visto antes en hospital, sus brillantes caras todavía mostraban su simpática sonrisa.
Nos dejaron pasar y nos sentamos en sus esponjosos sillones; por adentro la casa era muy colorida, los sillones eran blancos con almohadas lila y la pared adornada con pintura gris. Así que era una visita; estaré aburrido todo lo que resta de la tarde.
— Edward, que gusto conocerte. Estás muy guapo hoy. — dijo la mujer al verme.
— Gracias. —  conteste un poco dudoso. Ella me respondió con su típica sonrisa.
— ¿Y tú pequeña? Ed de seguro la quiere conocer. — Mamá preguntó. Aunque sea no estaré tan solo supongo, pensé.
— Que descortés somos. No sé porque se tarda tanto, ¡Cece, ya llegaron los invitados! Ven a saludar. — grito hacia las escaleras.

Fue cuando descubrí mi sorpresa, vestida formalmente con su cabello negro lacio estaba la reina de las rarezas, Cecilia.

— ¿Cómo se conocen nuestros padres? — le pregunte sin verla mientras pateaba el balón que encontramos hacia la pared.
— Tu padre es doctor y un día papá se puso mal así que lo llevamos al hospital. Ya te imaginarás lo demás. — respondió todavía sentada en el pasto con tono penoso.
El silencio fue lo que ayudó que pasara el tiempo más rápido pero realmente me aburría, ella no habla y menos yo.
— ¿Puedo jugar contigo? — rompió la tranquilidad su voz chillona.
— No tenemos espacio para jugar fútbol, como piensas hacerlo. — le dije algo molesto.
Entonces Cecilia se paro de donde estaba y fue a buscar algo de los arbustos, salió con sus manos llenas de tierra y con dos grandes rocas que colocó enfrente de la pared separadas después me agarro de la mano pero la solté inmediatamente.
— ¡Qué asco! Estas llena de tierra me vas a ensuciar. — chille; ella se alejó inmediatamente y trato de limpiar sus manos con su ropa.
— Lo siento, solo quería llevarte hacia la portería. — contesto con tono triste.
No quería que llorar por lo que yo mismo me puse entre las rocas y imagine que realmente era una portaría y yo era el portero. Ella me vi y soltó una ligera sonrisa y se fue directo a su posición para patear la pelota.

Cuando ya iba patear nunca noté dos cosas sobre ella: la primera es que sus piernas realmente eran fuertes y la segunda, en ese momento usaba zapatillas de zapato abierto.
Resultado siguiente, la pelota si entró  en la portería y su zapato terminó en la cara del portero.

— ¡Lo siento! ¡Lo siento! Disculpa, no fue mi intención. — decía mientras traía un trapo para limpiarme la cara que estaba con una marca de zapato con tierra.
— Como sea. — conteste enojado y arrebatándole la toalla.

Al salir de ahí, ella otra vez se disculpó y se despido apenada. Al llegar a la casa, Papá me pregunto porque en mi cara estaba roja con una marca de zapato, cuando le termine de platicar solo se rió.
— ¡Papá! No es gracioso. —
— Lo siento hijo. Solo que no puedo crear que realmente existe alguien que te meta un gol. —

Cuando aún no lo entendía ©Where stories live. Discover now