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A la primera hora de la mañana, salí con mi bicicleta para entregar el listón de Cecilia. Solo era una escusa, solo la quería verla.

No tarde mucho llegar; la casa aún conservaba sus colores llamativos aunque el gran rehilete que soñaba con el viente ya no estaba. Toque el tiemble tembloroso y este sonó tan fuerte que di un paso atrás inmediatamente. Esperé mientras el listón pasaba de una mano a otra controlando mis nervios; sabia que iba decir ni qué decirle para que dejara de llorar, para empezar, que pensaba al ir a esa casa. Tenía miedo; era como si en cualquier momento pudiera orinarme encima y mamá me regalara después de ello.

El tiempo se hizo eterno y más con el silencio misterioso que salía de la casa.. Volví a tocar, nada. Me enoje por un segundo, qué pasaría si ellos se fueron de compras y yo aquí como poste de luz esperando. Rodee la casa buscando alguna señal de movimiento en ella, encontré una ventana cerrada aunque las cortinas estaban cerradas el viento las hacía moverse de un lado al otro. Arrastre el asqueroso bote de basura y trate de subir con él hasta ella, aparte de que olía realmente horrible pude ver por un tiempo dentro de la casa.

El día que mis amigos y yo nos metimos a una casa embrujada para probar nuestro valor; el lugar estaba oscuro y cada vez que pisabas se podía escuchar por todos, las paredes estaban cubiertas de bichos extraños, las recámaras aún conservaban las camas aunque ahora eran el hogar de pequeñas familias de cucarachas. La sala del lugar era bastante grande, aún con el piso hecho en pedazos, los sillones de terciopelo rojo estaban desgastados pero siempre cubriéndolos con una delgada sabana amarillenta, y la mayoría de los muebles estaban así.

Y así es como estaba la sala de Cecilia, aún con el lugar más limpio y sin bichos que hacían sus casas ahí, tuve un escalofrío en todo mi cuerpo.

— ¡Oye, amigo! No sabes que espiar es de mala educación. — una voz con sarcasmo salió detrás de mis espaldas.

Salte del lugar como el gato de la Srt. Gloria, pero no aterrice como él. Caí con fuerza sobre el pasto, me dolía todo el cuerpo y me sienta todo mojada. ¿Me habré hecho pipí? Una cara se acercó a mí y me miro desde arriba.

— Aunque yo hago lo mismo aveces, y más para espiar a la chica de la 86. Ella si vale la pena ver. — continuó con una sonrisa con malicia.

Sus ojos grises me asustaban y más con su cabello rojizo que parecía fuego ardiente. Parecía mayor, aunque sus pequeñas pecas en sus mejillas decían que podía tener la misma edad que yo.
Me levante con lentitud por el dolor de espalda que tenía y trate de evitar su mirada.

— Tranquilo amigo, no le diré a al policía. — sus ojos se posaron a la casa — Ya no queda nada aquí dentro.

— No, en esta casa vive Cecilia. No trates de jugar conmigo. — respondí sin pensar con tono enojado.

Puede que me haya equivocado de lugar, o puede que existan más de dos casas iguales a las de Cecilia, trata de tranquilizarme con mis pensamientos.

— ERA casa, ella se mudó desde hace una semana. Parece ser que el señor estaba enfermo, haya hombre, parecía un muñeco en una silla de ruedas.

La brisa fue el único sonido que podía tranquilizarme, estalle dentro de mi. Todas esas pistas, todas esas palabras, todas esas acciones; Cecilia hablaba en un idioma demasiado raro para mí. Ella pedía ayuda a su manera, y fui cuando lo entendí todo.

Llegue tarde, otra vez.

— ¿A donde se fueron? — salió como una súplica de mi.

— Ni idea, no solía hablar mucho con ella. Aunque sí me dio una extraña nota al irse, decía que mi cabello era lindo. Vaya tía más rara, todos odian mi cabello — contesto el niño sin perder su sonrisa, agarrando su cabello de un lado.

— ¿Nota?

— Si. A cada vecino con el que jugaba o cruzaba alguna vez palabra, le escribió algo. Me imagino que hizo lo mismo con sus amigos de la escuela.

Mi cuerpo se movió involuntariamente, ignorando las palabras de despedida de chico con cabello de fuego. Tome la bicicleta y regrese con rapidez al único lugar donde Cecilia me pudo haber dejado su último adiós.


Mama siempre me ha dicho que tengo que ser más observador, ya sé porque lo dice.
Entre una de las llantas azules, un papel casi trasparente estaba enredado. Lo quite con delicadeza y mis dedos temblaban mientras lo abría, y mi corazón se pegaba en mi pecho como cuando subía a una montaña rusa.

ED:
SI TE GUSTAN LOS TRENES, NO DEJES QUE NADIE MÁS LO CONDUZCA.

CECILIA ^u^



Tonta, como odio tus frases que no entiendo.

Eres demasiado rara, como yo.

No puedo ser el conductor, si no tengo a mi copiloto.

Cece, gracias por querer a un chico tan extraño.

Cuando aún no lo entendía ©Where stories live. Discover now