14. Tus ojos

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Entré al baño y me dispuse a preparar la bañera, allí había de todo para que yo pudiera tener un baño satisfactorio y aromático. Me desnudé y me metí al agua dejándome acariciar por ella, el calor envolvía todo el ambiente con vapor y la sensación era deliciosa. Por un instante deseé tenerlo allí, besarlo, acariciarlo. Cerré los ojos y sacudí mi cabeza, aquel pensamiento había llegado a mí de forma intrusiva, sin permiso. Nunca había pensado en nadie de manera sexual, jamás pensé que me sucedería, pero aquí estaba yo imaginándome a mi profesor desnudo y a mi lado en la bañera. Sentí mi cuerpo reaccionar al pensamiento, sentí ansiedad y humedad entre mis piernas. Me asusté, yo no estaba lista para aquello y por más que bromeaba frente a mis amigos sobre esos temas, lo hacía solo para pasar desapercibida, para ocultar mis verdaderos pensamientos, mis traumas, mis sentimientos. Tuve miedo.

Los recuerdos horribles volvieron a mi mente y una lágrima se derramó triste por mi mejilla. Aquel dolor nunca se iría y yo nunca podría ser una mujer normal, una mujer completa. El amor y sus placeres no eran para mí y lo supe desde siempre. Alejé los pensamientos malos de mi mente y me relajé buscando en mi memoria el blanco paisaje de la tarde, pero junto a este no tardó en aparecer la sensación cálida de la mano de Mariano envolviendo la mía. Necesitaba al menos un abrazo de ese hombre o moriría de ansiedad.

Me envolví en la bata y salí del agua, la piel ya se me estaba arrugando. Encontré un pote de crema humectante y me la pasé con lentitud por todo el cuerpo mientras observaba mi figura en el espejo. No era fea, pero aun así odiaba mi cuerpo y no lo creía capaz de darme ninguna clase de placer. Sequé mis cabellos con el secador que allí había y observé los rizos que se iban formando a medida que el calor los abrazaba. Me vestí de nuevo, pero sin tanto abrigo. Antes de entrar había encendido la chimenea, que no era a leña sino eléctrica —una especie de réplica de una real—, y afuera estaría agradable.

Salí sintiéndome bien, cargada de energía y más hambrienta que antes. Por suerte la comida ya había llegado y Mariano la había colocado en la mesa. Me asombré al ver qué rápido había memorizado los obstáculos de la habitación.

Al salir lo descubrí nervioso. Pude ver que se llevó velozmente una almohada a las caderas. Sonreí al imaginar el porqué de aquello y me extrañó que no me hiciera sentir mal o asqueada. Se levantó acomodando sus pantalones e intentando esconder algo que no podía, pero fingí no darme cuenta de aquello. Se notaba nervioso, nos sentamos a comer en silencio y luego planteé el tema que supuse sería el problema en un rato.

Con los ojos del alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora