32. Probándote

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Una ligera sensación de bienestar inundó mi cuerpo luego de esa conversación

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Una ligera sensación de bienestar inundó mi cuerpo luego de esa conversación. Tenía miedo, pero no un miedo paralizante, sino uno estimulante. Un miedo como aquel que se siente cuando se está sentado y con el cinturón puesto en una montaña rusa a punto de echar a andar. Ya no se puede ir para atrás, solo toca enfrentarlo... y se siente ese miedo y esa adrenalina de lo que se sabe está por venir.

Su respiración era pausada y relajada pero yo sabía que aún no dormía. Yo tampoco podía hacerlo, su mano estaba ahora quieta en el centro de mi espalda y parecía irradiar un calor que me hacía desear que se moviera, que llenara de ese mismo calor al resto de mi piel. Podía sentir la necesidad de su tacto, y aquello no me dejaba dormir. Era hora de animarme a ir hasta donde pudiera llegar.

—Creo que es justo para ti que puedas tocarme, conocer mi cuerpo... leerme... imaginarme —dije al fin rompiendo el silencio—. ¿Lo quieres hacer? —pregunté temerosa.

—Ya lo hablamos, ya sabes la respuesta.

Dudé unos segundos pero entonces me levanté sentándome en la cama. Me saqué la blusa dejando mi torso al desnudo. Cerré los ojos y suspiré buscando el coraje. La montaña rusa echaría a andar y el miedo se mezclaba con las ansias en mi interior.

No necesité decir nada más, él se incorporó sentándose delante de mí. Sus ojos cerrados, su respiración agitada.

—¿Qué quieres que haga? —me preguntó.

—Que me leas... como si fuera un libro —dije para que entendiera lo que quería. Pensé que no lo haría pues se quedó en silencio y muy quieto unos segundos que se me hicieron eternos, pero entonces levantó sus manos enfrente, a la altura de mi rostro y luego las acercó a mis mejillas.

Con la yema de sus dedos fue recorriendo mi rostro una vez más, aunque eso ya lo conocía. No estaba apurado, iba despacio dejando estelas de sensaciones a su paso. Bajó por mi cuello y lo acarició, tomo mis hombros en sus manos y las bajó hasta mis manos. Tomé entonces sus manos y las llevé a mi abdomen, mis senos estaban erguidos y se sentían hinchados, ansiosos, lo necesitaban, precisaban su calor. Los miré y por primera vez me gustaron, no estaban tan mal y podía sentir un mundo de sensaciones a través de ellos y aún Mariano no los había tocado.

Con los ojos del alma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora