22. -Psicólogo.

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Una secretaria entrada en edad detrás del mostrador se levantó, se acercó a nosotros y me sonrió para darme confianza, pues todos deberían haber notado mis nervios a flor de piel y me hizo un gesto con la cabeza de que la siguiera.

El momento había llegado.

Me levanté con las piernas temblorosas y Mike me imitó más seguro, diciéndole a Néstor que si nos esperaba aquí o se iba a casa y luego lo llamaríamos para venir o cogeríamos un taxi, pero el hombre respondió que no se iba a mover del sitio.

Cuando fui a caminar para seguir a mi tío, sentí que algo había tirado de mi mano hacia atrás sin dejarme avanzar y pensé que, por suerte, ya había guardado mis cosas en los bolsillos del overol, si no se me hubiera caído todo.

Los labios de Néstor cayeron en mi mejilla suavemente y su mano acarició la otra con tanta suavidad que me quedé estática sin saber que hacer porque era la primera vez que alguien me hacía algo así... Tan dulce y cuidadoso.

El momento se detuvo como si alguien le hubiera dado al botón de pausa en un vídeo y luego lo fuera adelantando a cámara súper lenta, pues lo sentía pegado y no quería que se despegara porque se sentía muy bien y agradable.

Mi estómago comenzó a sentirse de forma extraña, como con una sensación de vacío, cuando se separó de mi cara y se volvió a sentar guiñándome un ojo, lo que me hizo reaccionar y darme la vuelta para seguir a Mike.

A paso rápido y tocando la mejilla donde Néstor había depositado ese bonito beso que me pareció eterno, llegué hasta la puerta con el número 4, pues mi tío estaba ahí esperándome con los brazos cruzados.

—¿Dónde estabas? —Me preguntó frunciendo el ceño.

—Eh... Hablando... Hablando con Néstor. —Me sonrojé con una pequeña sonrisa.

Era la primera vez que decía el nombre de alguno de los chicos, y que no era Mike, en voz alta y se oyó diferente, con emoción, lo que no pasó desapercibido por mi tío, que me miró con desconfianza, como si le ocultara algo.

Ignorando ese hecho, tocó en la puerta de la consulta y una voz masculina se oyó del otro lado dándonos permiso para entrar, lo que me hizo retroceder cuando Mike puso una mano en el picaporte y la mía cayó encima rápidamente.

—No, no quiero... Por favor... No me hagas entrar, Mike... No... Por favor...—Negué y tragué un grueso nudo.

—Tienes que hacerlo, Kay. Yo estoy aquí. No te va a pasar nada, mi niña. —Acarició mi cabeza sonriéndome con esa característica sonrisa paternal y abrió despacio.

Me hizo entrar delante y él cerró detrás de sí cuando pasó también, sintiéndome atrapada entre cuatro paredes que se iban cerrando sobre mí, aplastándome, mientras me adentraba con pasos lentos en la boca del lobo.

Ese último pensamiento hizo que mi corazón comenzara a palpitar muy acelerado y nervioso, mis manos comenzaron a temblar y en mi cabeza se instaló esa conocida presión, la cual me hacía querer desmayar.

Mike agarró mi mano con delicadeza y se dio cuenta que estaba sudando como si la hubiera metido dentro de un cubo lleno de agua, pero ni dijo nada ni se asqueó siquiera, solo me condujo hasta unas sillas para sentarnos.

—Buenos días. —Saludó el hombre al otro lado del escritorio con una voz tan profunda que le ganaba a la de Néstor.

Esta no me gustaba.

Para nada.

Estaba sentado en un acolchado sillón negro con las piernas cruzadas, los codos en los reposabrazos y los dedos de una mano unidos a los de la otra frente a su cuerpo.

Katie.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt