41. -Confesión.

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En cuestión de minutos, apenas dos o tres, ya estábamos sentados en una mesa para dos algo alejada de las demás y lo vi comprensible. No sería bueno para su imagen que le vieran venir a comer con una chica que parecía una colegiala.

Estábamos uno frente al otro, con una enorme ventana a nuestro lado que me dejó maravillada por las bonitas vistas a la playa ya que se veían mejor que las vistas de mi habitación.

Estas nos dejaban ver una especie de rompeolas de piedras al final de la playa por cada extremo que desde la ventana de mi dormitorio no se veía. Supuse que la casa estaba más cerca, eso reducía la vista y no dejaba ver tanto espacio.

Un plato se colocó frente a mí y caí en que Néstor ya había pedido la comida sin siquiera preguntarme, pero me daba igual porque me estaba muriendo de hambre y por la extraña situación entre ambos. No estaba en posición para cuestionar nada.

Comí en silencio sin levantar la vista del plato, simplemente lo hacía para beber agua del vaso y, de paso, deleitarme con la imagen del hombre sentado frente a mí.

No parecía darse cuenta de que lo miraba con intensidad pues él, ignorándome, solo miraba las vistas, a otras mesas, a los camareros llevando y trayendo vajilla vacía, platos llenos, botellas, etc., pero no a mí.

Su actitud inexplicable me dolió porque quería que me mirara, que me prestara su puñetera atención, que me mirara a mí, que le gustara yo, pero tampoco era como si pudiera decirle que quería eso.

No tenía derecho a hacerlo.

Pero quería.

Cuando terminamos de comer, él fue el que pagó por todo y nos dirigimos al coche. Yo estaba unos pasos detrás de él y, por una vez, se dio la vuelta para mirarme y preguntarme por qué caminaba con pasos tan lentos.

—¿Por qué vas tan despacio? —Frunció el ceño.

—¿Por qué me evitas? —Le pregunté de vuelta cuando paró su andar y yo llegué hasta él, quedándonos frente a frente.

—Si te estuviera evitando no habría ido a buscarte a clases ni te habría traído a comer. —Se oía como que no quería hacerlo, pero tenía que hacerlo.

—No te quedaba otra opción, ¿verdad? —Negó.

—No, no me quedaba otra opción. Todos fueron a esa estúpida compra menos yo, así que sí, tuve que ir a buscarte. —Confesó con molestia.

—No me has hablado ni mirado en todo el día. —Puso las manos en su cadera y lanzó un resoplido al aire mirando al cielo para volver a bajar la mirada hacia mí.

—Estamos hablando y te estoy mirando ahora mismo. —Contraatacó de malas formas y asentí despacio.

No quise hablar más porque parecía que estaba de muy mal humor y no estaba en buenas condiciones para mantener una conversación, así que pasé junto a él para ir al coche con la cabeza agachada aún cuando él seguía parado en el mismo lugar sin intención de moverse.

Llegué al vehículo y me paré frente a la puerta del copiloto, jugando a juntar las manos frente a mi cuerpo o simplemente alisándome la falda para darle tiempo a Néstor para abrir el coche, subirnos y llegar a casa lo más rápido posible.

Aparte de querer llorar por la forma en que me estaba tratando, que no era tan mala pero sí muy indiferente, quería aclararme, estar sola, en paz y tranquila para dejar de pensar tanto porque no sabía cómo, pero siempre terminaba atormentándome con miles de pensamientos.

Qué mejor forma de dejar la mente en blanco que ahora, que había empezado a estudiar de nuevo y tenía tareas que hacer para ponerme al día, pero no solo tareas escolares también me vendría bien hacer algunas domésticas.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora