Capítulo 2

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El pétalo de una margarita acariciaba mi mejilla. Su suave tacto me tranquilizaba y las lágrimas dejaron de salir. Mis mejillas húmedas se secaron y me acurruqué en el suave tejido que cubrían aquellos brazos tan cómodos y hogareños. Un olor dulzón entró por mis fosas nasales.

—No te vayas —murmuré.

—Nunca —susurró la abuelita Luz en mi oído.

La abracé con fuerza y comenzó a cantar. Su voz grave y ronca llegando hasta mi alma. Los brazos desaparecieron de mi lado, pero la voz seguía. No quería abrir los ojos, no quería. La voz se iba haciendo más fuerte. No abriría los ojos. Las palabras se desfiguraron, alargándose con agonía. Parecía un grito, hondo, estridente, doloroso. No abriría los ojos.

Todo quedó en silencio.

Bip. Bip. Bip.

El extraño sonido llenó el silencio. Rápido. Respiré profundo con los ojos cerrados. Aguanté el aire y lo dejé salir muy lentamente. El ruido también se hizo más lento. Dejé que mi oído se extendiera, escuchaba el roce de mi pecho con la sábana que me cubría cuando respiraba, el ronroneo de una máquina, un goteo lento, voces distorsionadas, el aullido del viento atravesando la ranura de una ventana. Una puerta se abrió y la suela de los zapatos arrastrándose hacia mí me obligó a abrir los ojos.

Mis ojos se achinaron ante la luz. La habitación era blanca o al menos supongo que ese era el plan. El techo tenía manchas grises de humedad y en la esquina una telaraña se bamboleaba. Un calendario estaba colgado en la pared frente a mí, junto a un televisor pequeño apagado. La habitación era pequeña y solo estaba yo. Además de mi cama había un pequeño armario de dos cajones a mi lado, encima había un florero con rosas artificiales. Un equipo médico se asentaba al otro lado conectado a mi muñeca y una intravenosa colgaba hasta un gancho de metal que la sostenía en su lugar.

Una joven se paró frente a mí, tendría cinco años más que yo. Tenía ojeras oscuras debajo de sus ojos marrones y se veía cansada. Su cabello estaba pobremente anudado en un moño y aun así me sonrió.

—Tus padres van a estar felices de ver que despertaste.

Me indicó que abriera la boca y me metió un termómetro antes de que pudiera contestar. Revoloteó a mi alrededor, mirando el suero que tenía conectado a la intravenosa y la máquina que marcaba mi ritmo cardíaco, anotó algo en una libreta y la guardó en un bolsillo delantero de su uniforme celeste. Cuando sacó el dispositivo de mi boca lo miró con una sonrisa.

—Sos un milagro, ¿sabés?

Vi de reojo unas cuentas sobresaliendo de su uniforme y supe que era un rosario. Las imágenes de los recuerdos comenzaron a arremolinarse a mi alrededor.

—Me golpeó, ¿no?

Ella asintió.

—Tus ropas estaban quemadas y parte de tu cabello se chamuscó, pero aparte de leves quemaduras y esa cicatriz no tenés nada. —Señaló a mi brazo y se encogió de hombros. Miré mi brazo donde una venda cubría casi desde el hombro a la muñeca. Intenté moverlo, pero además de un leve escozor no sentí nada diferente.

—He rezado mucho por ti —agregó.

Hice lo que se suponía que hiciera.

—Gracias.

Sonrió, me dio un apretón consolador, salió y cerró la puerta tras de sí, prometiendo que les avisaría inmediatamente a mis padres.

Cuando se fue, me senté y miré alrededor. Estaba sola, una ventana a la izquierda dejaba entrar la luz del sol, casi podía sentir que recién había amanecido. El calendario marcaba el 4 de abril. Oh Dios, ¿cuánto había pasado inconsciente? Podía imaginarme lo que mis padres habrían sentido y Susi, ella debía estar totalmente asustada. Y la universidad, me habría perdido muchas clases, me costaría ponerme al día. Todo pareció demasiado y sentí que me mareaba.

Sobrevive (Resistencia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora