Capítulo 9

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Me levanté pesarosa, el sol ya no me despertaba, me había asegurado de cerrar bien las cortinas por la noche. Las abrí con un movimiento de la mano y me estiré hasta que mis articulaciones sonaron.

Para cuando salí de mi cuarto y bajé, aproximé que eran cerca de las ocho, por lo que el comedor ya no estaba tan lleno. Me serví una taza de café cargado, tostadas con mantequilla y mermelada y un sándwich de jamón. Increíblemente, estar gorda en estos momentos era lo último en lo que pensaba.

Me senté sola, suponía que los chicos estarían ya en sus respectivas actividades.

—¡Chica! —me increpó Leo, haciéndome saltar—, ¿qué horas de levantarse son estas?

Le saqué la lengua y seguí con mi desayuno. Leo se autoinvitó a sentarse en la silla frente a mí.

—¿Qué tal la noche?

Me encogí de hombros, prefería no decirle sobre mis pesadillas, no fuera y se hiciera la burla de ellas.

—Calurosa.

Me miró esperando algo más, pero no agregué nada.

Siguió comiendo y el resto del desayuno transcurrió en silencio.

—A las tres, como ayer —me recordó, levantándose y dejándome sola. Tomé lo que quedaba de mi café y me levanté, coloqué la bandeja en una estantería junto a la puerta de salida y me fui caminando hacia el club de pintura. Me pregunté si sería conveniente comentarle a Lorena lo que sentía. La niña, a pesar de la edad, parecía más comprensiva y madura que todos los demás, y más confiable también. Tal vez porque no tenía a quién más contarle.

A ella también le habían arrebatado todo.

En mi camino, vislumbré la habitación circular de la chica flotante y luego de dar un vistazo a los lados, decidí intentar. Estaba igual de oscura que la anterior vez, pero a pesar de examinar cada rincón de la penumbra no encontré a la joven misteriosa. Me sentí decepcionada, hubiera esperado que una charla con ella hubiera servido para aclarar unas cuantas cosas, o para confundirme más, tal vez. Salí frustrada y seguí mi camino hacia el club.

Lorena ya estaba allí, de nuevo en su toco, pintando. La música estaba más baja pero igual que la anterior vez era clásica, el sonido de los violines, violas, chelos, flautas, platillos y demás fusionándose para romperme el corazón. No tuve que buscar mucho para encontrar su teléfono al lado.

—Cuando subes el volumen de los sonidos graves sientes con más fuerza el sentimiento —comentó, como si supiera lo que yo estaba pensando.

Me senté en mi lugar y coloqué un nuevo lienzo en el caballete. Esta vez, en vez de pintar mi rabia como el día anterior la miré. Y empecé a dibujar un boceto en grafito de ella.

Su cabello oscuro estaba amarrado en dos trenzas envolviéndose en un moño en la parte superior. Entre medio de los mechones resaltaban cintas de colores vivos, dándole un aspecto vivaz y alegre. Su frente estaba arrugada, su mirada concentrada en su dibujo, como si no existiera nada más importante en el mundo. Mordía el lado derecho de su labio y arrugaba su nariz ligeramente.

Me dediqué a plasmar cada uno de sus rasgos y me pregunté qué pensaría si supiera lo que estaba haciendo.

—¿Tengo algo en la cara? —preguntó, práctica como siempre.

Reí.

—Te estoy pintando.

Ella se detuvo de pronto, el sonido de la música bajando drásticamente.

—No hagas eso.

—¿Por qué? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Porque si no me dibujas bien me sentiré insultada, viendo en tu pintura a otra persona con mi rostro y si lo haces bien me sentiré vulnerable, mi esencia descubierta ante cualquiera que lo vea.

Sobrevive (Resistencia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora