Capítulo 11

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Alguien tocaba la puerta. La abrí con un ademán de la mano y me revolqué hasta colocarme encima la sábana, tapando la luz que entraba por mi ventana.

—¡Dormilona, a despertar!

Mandé a volar la almohada, pero por su risa supe que no le había acertado.

—Quiero dormir. —Mi voz sonó amortiguada.

—Nada, ya van a ser las dos. Lucas te va a matar si no vas —me amenazó.

—Ya, ya... ahora voy.

La puerta se cerró detrás de ella y analicé la posibilidad de faltarme, pero Clara tenía razón. Además, tenía una apuesta con Karen. A veces odio mi debilidad por las apuestas.

Me levanté y me desperecé. Miré el reloj. Faltaban veinte minutos para las dos. Me bañé y me vestí tan rápido como pude y corrí hasta el cuarto de Darío, en la planta inferior. Lorena llegó justo al mismo tiempo que yo y la saludé con una sonrisa.

—¿Cómo estuvo la visita? —preguntó—. A Sahara se le escapó cuando fui a buscarte.

Me reí.

—¿Qué visita?

—¿A tus padres?

Sacudí la cabeza. ¿Mis padres? Ja, ni en pintura me querían ver. Es más, yo tampoco los quería ver.

—¿Qué te fumaste, Lore? Estaba entrenando —contesté. Toqué la puerta y esperé, sintiéndome enojada. Pensar en mis padres no era bueno para mi humor. Solo me hacía recordar lo horrible que se habían comportado conmigo y la rabia que aún tenía por eso. Jamás podría perdonarlos por haberme botado como si fuera un fenómeno.

Karen abrió la puerta, pero su sonrisa se secó cuando vio mi cara.

—¿Qué pasó?

Me encogí de hombros y entré, dejando a Lorena para que le explicara. Escuché detrás de mí que discutían con fuerza pero no presté atención. Que fuera Karen la que me defendiera, yo no quería hablar sobre problemas familiares.

Pasé al living y saludé a Lucas, Carmelo, Clara y Darío que ya estaban sentados en sus lugares, mirando mientras los comentaristas hacían sus análisis del partido que se avecinaba y pasándose las pipocas y las papas. Me alejé de ellos y fui al cuarto de Darío, donde esperaba tener un tiempo para mí sola para volver a dibujar una sonrisa en mi cara y no aguar la fiesta a todos.

A diferencia de mí, Darío tenía un apartamento mucho más grande. Mientras que el mío era de solo dos habitaciones: un cuarto-living y un baño, él tenía cuatro ambientes que incluían su cuarto, el baño, un living y un escritorio/biblioteca. No recordaba haber nunca entrado a su biblioteca, pero según sabía tenía una muy buena colección de libros y enciclopedias.

Su cuarto era cómodo y hogareño. Su cama de dos plazas con una sábana de color tierra y un par de almohadas de un inmaculado blanco me recibieron con alegría cuando me tiré en ella. A ambos lados tenía dos mesitas de noche, una con una lámpara y la otra con un portarretrato con una foto de nosotros. Nos veíamos tan sonrientes y felices en esa. Sonreí al acordarme. Creo que jamás me consideraría lo suficientemente buena para él.

La puerta se abrió y Darío entró, se quedó en el umbral mirándome, esperando que yo dijera algo. Finalmente levanté la mirada y lo invité a pasar.

—¿Qué pasó, Ken?

Me encogí de hombros.

—Nada que importe.

Sobrevive (Resistencia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora