Prólogo.

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Los rayos que entran por la ventana revelan todo el polvo y los ácaros que flotan en la habitación. Detrás de estos se encuentra el fregadero lleno de platos sucios y un muñeco manga de a saber quién. La habitación está ambientada por una extraña mezcla de olores que, hasta que no te acostumbras a ellos, hacen que se te tuerza el gesto. Las cortinas blancas se han vuelto amarillas con el tiempo y los imanes de la nevera se remontan a los setenta. La mesa de la cocina, blanca pero cortada en toda su superficie lo que hace que salga a la luz el color marrón oscuro de la madera, cruje cuando la taza se apoya en ella. No es una sorpresa encontrarse esto así viendo como la propietaria se pasea con unas bragas viejas y un sujetador manchado de café. Se acerca a la ventana con el cigarro en los labios y deja que la luz se refleje en las cartas para poder leerlas. Su piel blanca refleja también esa luz y dibuja entre luces y sombras su figura femenina. Su pelo liso y negro cae desde su cabeza hasta la parte baja de su espalda.

—Otra de tus cartas misteriosas —susurra con una sonrisa, encantada de que haya llegado más leña para avivar su imaginación.

La carta se desliza por encima de la mesa —no sin dificultad por los cortes ya mencionados— hasta llegar a mí. El sobre es blanco y tiene estampado un sello de color negro con el dibujo de una especie de cara de mono. La acaricio con los dedos volviendo a mirar por la ventana. Todo es tan silencioso, oscuro y tranquilo en el interior que el exterior parece ir mucho más despacio.

—¿Alguna vez me contarás que te traes entre manos o tendré que echarte para que me dejes ver dos palabras de esas cartas? —me pregunta mientras se sienta delante de mí. A la vez, me tiende el paquete de cigarrillos esperando compartir algo más con ellos.

—Creo que en el cajero de abajo se puede acomodar una bastante bien.

Rompo el sobre en silencio. Sé perfectamente una de las cosas que viene es ese sobre, una cosa que no saco nunca delante de ella evitando así tentaciones o verdaderas pero malas interpretaciones. La otra parte me da igual que la vea, nunca comprenderá esas frases cortas que pueden hacer que me sienta en una nube o pueden tenerme semanas sin dormir. Percibo como sus ojos claros miran el pequeño trozo de papel. Sus labios rodean el filtro y le dan una nueva calada llena de humo.

—¿Es acaso un novio de Internet con el que aún no te has visto? —pregunta mientras desdoblo el trozo de papel—. ¿Un Romeo por correspondencia?

Me abstengo de contestarla y leo las palabras de la carta. No sé qué sentir frente a ellas, por lo que decido no sentir nada. Una cualidad muy bien adquirida en este último y confuso año. Poco recuerdo cómo fueron los meses tras mi marcha. Sólo la voz de mi madre se atreve a salir de una caja de recuerdos mal sellada. Tras bloquear mis sentimientos vuelvo a meter la nota en el sobre y vuelvo a mirar por la ventana. El tiempo no parece volver a su velocidad original.

—Mira que eres testaruda —susurra doblando las rodillas y subiendo los pies a la silla—. ¿Es del internado ese del que tu madre no quiere ni oír hablar?

—Algo así —susurro y me encojo de hombros.

Sus ojos me analizan y vuelvo a poner otro bloqueo. Después de unos segundos parece no encontrar nada, pero aun así sonríe. Parece alegre por algo que acaba de ver en mí o por algo de lo que acaba de acordarse. Espero que sea la segunda. Con todo esto se levanta y me besa.

—Voy a descubrir cada una de tus pesadillas, querida.

Y entonces se va dejándome con la carta y con la oscuridad rodeándome como una manada de leones preparada para atacar.

**

Sé que prometí subir el libro en verano, pero no me está dando tiempo a nada. Espero que me perdonéis y que os guste este pequeño y raro fragmento. Espero que disfrutéis y que sepáis esperar por los siguientes capítulos. 

Y lector despistado —por si acaso hay alguno— esta es la segunda parte de Bandas, el cual encontrarás en mi perfil ;)
 

El mechero y el crack.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora