Capítulo VI.

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El bar vuelve a estar vacío otra vez. Después del repentino huracán que ha acaecido, el cual ha llevado a Rafael a dejar sus malas costumbres para ayudarme en la barra, parece que la calma ha vuelto. Todo estaba lleno, toda la gente reía, pedía copas y canciones que yo tenía que ir apuntando mentalmente para ponerlas después en la lista de reproducción. Después de dos horas y quinientas catorce canciones añadidas, el río ha vuelto a su cauce y Rafael se ha vuelto a encerrar en su despacho por lo que me ha tocado limpiar todo el bar a mí sola. No ha sido tan duro, pero ver el potaje que hace la gente con sus copas metiéndoles servilletas y los huesos de las aceitunas ha hecho que se me revuelvan las tripas.

Ya ha anochecido y es hora de que me vaya a casa. La acumulación de gente ha debido de ahuyentar a todos los interesados en nuestros productos menos conocidos, no he vendido nada hoy. Manu me recomienda que salga a la calle a vender cuando esto ocurre, pero no me veo con la valentía necesaria para ello. Salir desprotegida a la calle con gente que es capaz de hacer lo que sea por su dosis... no es algo muy agradable. Si Manu me asignase a alguien que me protegiese...

La puerta se abre y sonrío al ver quien aparece. Casandra lleva días encerrada en casa, con el temor a que vuelvan a entrar. Le he dicho que es algo contradictorio quedarte en un sitio donde temes que la gente entre, pero ella no me hace ni caso. Me sorprende que haya venido hasta aquí, pero también me gusta el detalle.

—¿Qué quieres tomar?

—Nada, tranquila. Sólo quería venir a recogerte —me responde mientras se sienta en uno de los bancos. Lleva el pelo recogido en una larga trenza algo deshilachada, unos pantalones anchos y rotos y un top cubierto por una chaqueta vaquera. No sé cómo no se hiela con el frío que hace afuera.

—Oh, pues espera. Voy a ver qué dice Rafael.

Toco a la puerta de su despacho cuando llego y abro la puerta. En el interior de la habitación hay una nube de humo. Rafael está sentado en su desgastado sillón con una pipa de cristal en los labios mientras la quema por debajo. Aspira durante unos segundos y después suelta todo el humo haciendo la nube aún más densa. Sus labios están llenos de llagas y tiene la mirada perdida.

—Rafael...

Hace un gesto con la mano. Puedo irme a donde quiera. Le doy las gracias y cierro de nuevo la puerta. Casandra mira con el ceño fruncido al humo que se ha escapado de la habitación. El delineador de sus ojos hace que la mirada sea más felina, más intensa. Cuando sus ojos se deslizan hacia los míos, ella sonríe.

—¿Va a tardar en salir? —me pregunta señalando a la puerta.

—Un buen rato, sí.

Casandra se baja del banco y camina por dentro de la barra. Antes de que quiera preguntas ya se está haciendo un gin tonic. Sonrío y ahora soy yo quien se coloca en el banco. Ella sabe que aborrezco la ginebra, por lo que me prepara un vozka con lima. Le sonrío cuando me lo tiende y le doy un trago.

—¿No decías que no querías nada? —pregunto dándole vueltas a la copa con el dedo. Tenemos varillas especiales para esto, pero ya están lavadas y guardadas.

—Creo que ha llegado el momento de hablar, ¿no crees? —me pregunta algo cautelosa, como si no me fuese a gustar lo que está diciendo. En cambio, asiento—. Quiero que me seas sincera, Lina, ¿sientes algo por mí?

—Sí, —respondo sincera— siento algo por ti.

—¿Y por el chico del otro día?

Ojalá pudiera haber negado eso cuanto antes. Así ella sonreiría y nos iríamos a casa con una nueva conexión entre nosotras, pero no lo puedo negar. Aleix sigue metido por ahí, perdido entre mis recuerdos. No sólo por cómo lo he echado de menos sé que mis sentimientos por él siguen ahí. Lo que ocurrió por la mañana en su apartamento no para de repetirse en mi cabeza. Me ofendí simplemente porque me hizo el desayuno, me ofendí porque pensaba que daba por hecho que Casandra y yo teníamos algo tan fuerte como lo que tuvimos nosotros.

El mechero y el crack.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora