Capítulo IV.

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La lluvia inunda las calles de la ciudad como el chocolate derretido vertido sobre un bizcocho. El agua convierte las calles en pequeños ríos y rellena los viejos canalones. Sólo se ven un par de paraguas por la calle. El humo de mi boca se arremolina y avanza hasta chocarse con el cristal y dispersarse. En este momento estoy en esos momentos de reflexión donde no quiero que me moleste nadie aunque parezca una loca con la mirada perdida en la ventana y un cigarro en la mano. No me extrañaría nada que alguien que pase por mi calle en estos momentos ya me hubiese puesto algún calificativo no muy agradable. Pero me da igual. Estoy tratando un tema muy serio. Ese tema es las distintas reacciones de mi cuerpo ante la presencia de algo relacionado con Aleix. Cuando creí escucharle en clase me alteré, pero cuando le vi realmente no me tembló el pulso al decir que no le conocía. ¿Aleix de verdad dijo aquello de llevarme de nuevo a casa?

El amanecer asoma. Me quedan un par de horas antes de tener que prepararme para ir al instituto. Anoche estaba vendiendo droga y ahora voy al instituto. Me siento rara con una doble vida. Habrá gente por la calle que se imagine que vendo droga y otra que lo sabrá. De repente siento la soledad en mis hombros. ¿Por qué mis compañeros de clase reniegan de mí? ¿Por qué tienen tantos prejuicios y piensan que por venir de un internado voy a ser mala persona? Sólo robé un maldito tarro. Nadie perdió la vida en el incidente.

Me enciendo otro cigarro. Puedo ver el gesto ceñudo de Casandra en el reflejo de la ventana. No he dormido en mi cama desde que le dije que ella era algo para mí —bueno, en realidad no lo dije, pero lo insinué sin querer—. Y eso me da miedo. ¿Y si quiere empezar una relación seria? ¿Y si se enamora de mí? ¿Y si no soy capaz de corresponderla? ¿Qué pasará con el sexo? Miro de forma reprobatoria a mi reflejo. Debería de comenzar a dejar de pensar en el sexo y comenzar a asentar la cabeza. Sí, eso que no quería hacer al principio echando mierdas al amor y ahora es lo único que quiero, estabilidad.

La luz se mueve un poquito más mientras vago por la cocina. Necesito moverme mientras, sin quererlo ni beberlo, me imagino de nuevo cómo sería encontrarse a Aleix bajo la lluvia. El calor de sus labios sobre los míos. Su pelo largo y empapado sobre mi cara. Sus manos sobre mi cadera. Cierro los ojos y empiezo oír aquella canción de Maldita Nerea que cantamos los dos juntos una noche. Una canción que se quedó en esas mismas sábanas pero que no sirvió para recordarle que yo estaba allí. Que no me había ido... aunque al final lo hice. Entonces bailamos con la lluvia. Y volvemos a estar en el ático. Y ambos hablamos de todo. Él se apena por Aitor. Por Pablo. Pero sonríe y dice que espera que Dios los haya acogido bien. Entonces la ilusión se va y vuelvo a estar sola en la habitación dando vueltas como una desequilibrada mental rodeada por el humo de su propio cigarro. La cruz sigue colgada en mi cuello con el mensaje grabado en el aire. Las cosas no son siempre como parecen. Ahora me doy cuenta de verdad de lo que quería decir con aquellas palabras.


Si tuviera que elegir entre desnudarme ante las cámaras del internado o hacer una exposición delante de todo el mundo, creo que elegiría el desnudo. Por lo menos ahí no tendría que hablar, que expresarme con claridad, ni vocalizar todo lo que digo para cuatro subnormales que no paran de mirarme con una carcajada en los labios. Intento no hacerles caso y sigo explicando cómo se debe preparar una disolución. Voy señalando las herramientas de laboratorio y explicando su uso. Cuando termino todos aplauden. Me desplomo en mi asiento mientras otra persona sale a explicar lo que le pida el profesor. Mientras la chica comienza a hablar, me percato de que hay un papel en mi estuche que antes no estaba. Lo cojo y sus letras hacen que la rabia me corroa. Puta, tu madre.

—Deberías encontrar insultos algo menos usados y algo más inteligentes —le susurro a Diego y dejo la nota en su estuche. Está sonriendo.

—No he sido yo, lo juro.

El mechero y el crack.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora