Capítulo II.

395 26 4
                                    


La figura femenina y semidesnuda vuelve a pasearse por la habitación y la luz vuelve a ser reflejada por su piel. Esta vez su ropa interior parece estar limpia y a juego. Alguien estuvo aquí con ella anoche. Le sonrío cuando ella lo hace. Y no siento celos. Creo que esto es una de las cosas que más me gusta de nuestra relación, nos besamos, nos tocamos y pasamos noches en vela juntas pero nunca hay nada que nos ate a parte de este apartamento y una amistad. Ella no se enamora, yo tampoco. Y tal vez sea esto lo que me haya salvado, el poder desahogarme sin esperar más.

La primera vez que Casandra y yo nos besamos fue en mi fiesta de fin de curso. No sé como terminamos en el balcón con una botella de vino de cartón mezclado con Coca-Cola en la propia botella de refresco. Bebimos y hablamos durante horas. Yo le conté todo, desde mi accidente con esos chicos hasta mi marcha del internado sin omitir siquiera los momentos de intimidad con Aleix. Necesitaba decirlos en voz alta para asegurarme de que no eran sueños o de que no me había olvidado de ellos. Ella, a cambio, me contó el bullying que sufrió en el instituto cuando salió del armario. Y, al parecer, como yo le había contado mis experiencias sexuales ella comenzó a contarme las suyas. ¡Incluso me contó que había estado en un trío! Mientras me contaba como una de las chicas la acariciaba ella lo representó en mi pierna. No sé si fue por el alcohol o por mis deseos subconscientes pero dejé que me tocase, que me besase y que colase su mano por dentro de mis pantalones. Aquella noche fue increíble y entendí lo que Víctor me dijo de que los homosexuales lo tenían más fácil que los heterosexuales. Ellos saben perfectamente qué quieren y lo aplican a su pareja. Casandra supo perfectamente donde tocar.

—¿Te acostaste con él? —me pregunta mientras se desliza sobre la silla.

—Sexo oral —susurro mientras le doy vueltas al café.

La noche con Diego ha sido entretenida. Después de entrar en su apartamento casi no le di tiempo para hablar y terminamos liándonos en su sofá. Tras unos largos minutos Diego comenzó a besar mi cuello, el valle de mis pechos y recalcó la diferencia entre sus labios y los de Casandra. Creo que la peor parte —y no estoy diciendo que fuese mala— fue a la hora de devolverle el favor. Lo hice lo mejor que pude y, cuando ya iba a rendirme, Diego gimió y me pidió que me apartase para que pudiera correrse en la alfombra.

—Interesante —me dice mi compañera cuando termino de contarle mi noche—. Al final no he conseguido cambiarte de acera, es más, te he dejado en el medio de la carretera. Ten cuidado por si te atropellan.

—¿Y tú? —le digo señalando su cuerpo.

Casandra se levanta orgullosa de sí misma y se sienta en el mismo asiento que yo. Con sus caderas me obliga a dejarle hueco y cuando lo hago se sienta con la delicadeza de un felino. Estamos a muy pocos centímetros de distancia.

—¿Estás celosa? —susurra ella—. Porque no deberías estarlo. La chica estaba bien pero para nada se puede comparar contigo.

—La que debería estar celosa eres tú —rebato con una sonrisa—. He estado con un hombre.

Casandra saca puchero y apoya su cabeza encima de mi hombro. Tiene ropa más bonita por lo que me creo sus palabras. Es una chica que sabe cuándo debe arreglarse.

—¿Cuándo habéis vuelto a quedar? —me pregunta con celo fingido.

—En realidad...

En realidad, cuando me he despertado esta mañana en su sofá y le he visto dormido se me ha ocurrido irme sin despedirme. Creo que me avergüenza un poco lo que he hecho, aunque aún no sé por qué. Casandra se ríe de mí cuando se lo cuento.

—Rollo a la fuga —se mofa mientras se coge un cigarro del paquete.

—Cállate —le gruño y cojo otro cigarro.

El mechero y el crack.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora