6. La trampa

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De pronto Rodrigo lo comprendió todo. Kail se las había ingeniado para obligarle a confesar delante de toda la fortaleza, ya que sabía que a él nadie lo iba a creer. Todo lo que había pasado formaba parte de ese plan: la caída de Aixa (que si no había sido obra de Kail seguro que fue de alguno de sus amigos), la conversación que escuchó Rodrigo, el desafío de Kail... Todo estaba pensado para hacerle beber la verimortia y obligarle a reconocer la verdad delante de todos.

Y él había caído en la trampa.

—Sí, lo soy —dijo finalmente. No podía arriesgarse a mentir después de que Noa había reconocido la poción como auténtica.

—¿Cómo dices? —preguntó Kail, saboreando su victoria—. Creo que no todos han podido oírte.

—¡He dicho que sí! ¡Que soy el heredero de Arakaz! ¿Ya estás contento?

Rodrigo miró a su alrededor, contemplando las atónitas miradas de todos los escuderos que lo rodeaban. Entonces Elián, un chico de unos trece años con una larga melena negra, se acercó a él con los ojos llenos de odio.

—Arakaz mató a mis padres —dijo, levantándole la mano.

No fue algo premeditado. Rodrigo no era consciente de lo que hacía cuando instintivamente se cubrió la cara con los brazos. No se imaginaba lo que iba a pasar después. Ya ni se acordaba de su don, hasta que apartó los brazos de la cara y vio que una llama empezó a brotar de los pantalones de Elián. El chico chilló y empezó a agitar la pierna desesperadamente, haciendo que el fuego se avivara aún más. Afortunadamente Adara y Toravik aparecieron en ese mismo momento y el caballero cubrió al muchacho con su propio cuerpo, acabando así con las llamas.

—Llévalo a la enfermería, ¡Rápido! —ordenó Adara.

Toravik cogió al muchacho entre los brazos y se lo llevó a grandes zancadas. Adara los siguió con la vista durante unos segundos y luego se volvió hacia el grupo de escuderos que permanecían allí quietos, intentando asimilar todo lo que había ocurrido en el último minuto.

—Vamos, cada uno a sus cosas —ordenó—. Aquí ya se ha acabado el espectáculo. Tú, Rodrigo, ven conmigo.

—¡Lo siento! —se disculpó él—. ¡No lo he hecho a propósito! ¡Sólo quería protegerme!

—Tú no tienes la culpa —dijo Adara—. Elián no debió atacarte. Si no te hubieras protegido hubieras sido tú el que se hubiera quemado.

—¡Pero él es el heredero de Arakaz! —protestó otra chica—. ¡Lo ha reconocido después de beber la verimortia!

—Reconozco que ha sido una estupidez beber esa poción —respondió Adara—, pero no creo que Rodrigo merezca una quemadura por eso.

—¿Pero no me ha oído? ¡Es el heredero de Arakaz!

—¡Ah, lo dices por eso! —respondió Adara, impasible—. Bueno, estoy convencida de que Rodrigo se equivoca por completo, pero aunque fuera verdad no creo que nadie deba pagar por los pecados de otra persona.

—¡Pues claro que es verdad! —dijo otro—. La verimortia no falla.

—Lo único que demuestra la verimortia es que Rodrigo ha dicho lo que cree que es verdad. Pero eso no significa que sea cierto.

—¡Es un peligro! —dijo Kail, que hasta entonces había permanecido callado pero con cara de inmensa satisfacción—. No puede quedarse en la fortaleza. Es un enviado de Arakaz.

—¡Escúchame, cabeza de chorlito! —estalló Óliver—. Rodrigo es el único que ha plantado cara a Arakaz, ¿te enteras? Mientras tú estabas aquí jugando con espadas de madera, él consiguió derrotarle por primera vez.

Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónWhere stories live. Discover now