9. Regreso a la fortaleza

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Rodrigo miraba a un lado y a otro sin comprender lo que estaba pasando. Parecía todo muy oscuro, y el caballero Aldair sostenía un farolillo a la altura de su cara, como si quisiera analizar bien su rostro, pero su luz le cegaba y le impedía ver más allá. Una silueta se bajó de un carro y se acercó también. Rodrigo la distinguió porque sus largos rizos blanquecinos reflejaban la luz del farolillo. Era la dama Porwena.

—Rodrigo —dijo con voz suave, poniéndole las manos sobre los hombros y mirándolo fijamente—. Cuéntanos qué te ha pasado.

—No lo sé, no entiendo nada —dijo Rodrigo— ¿Dónde estamos?

—En el camino de Arabor —explicó el caballero Aldair— Atravesando el bosque viejo. ¿Cómo diablos has llegado hasta aquí?

—No lo sé —respondió Rodrigo—. Hace un momento yo estaba en la fortaleza. Lo último que recuerdo es que entré al baño de los chicos y me encontré con Baldo.

—¿Y después? —preguntó Porwena.

—Nada más —explicó Rodrigo—. Creo que Baldo quería decirme algo, pero no llegó a hacerlo. No sé qué pasó, pero un instante después aparecí aquí.

—¡Maldito crío! —estalló Porwena, meneando la cabeza de un lado a otro— ¡Ha hipnotizado a Rodrigo y le ha hecho salir de la fortaleza! Esto es... es...

La dama parecía incapaz de encontrar palabras para describir la gravedad de lo que había hecho Baldo, pero Rodrigo ya lo había comprendido. El amigo de Kail le había hecho lo mismo que le hizo a Noa un tiempo atrás.

—Es lo más grave que ha cometido jamás un escudero, al menos desde que yo estoy en la fortaleza —concluyó el caballero Garek, que acababa de acercarse desde otro carro acompañado de la dama Iradis. La silueta corpulenta del caballero contrastaba con la figura pequeña y menuda de su acompañante, aunque los dos lucían sendas cabelleras a cada cual más larga. El caballero Aldair había bajado un poco el farolillo y la vista de Rodrigo empezaba a acostumbrarse a la oscuridad.

—Ha utilizado su poder contra un compañero —prosiguió Garek—, lo ha puesto en peligro, y con ello a todos nosotros. No merece seguir siendo un escudero.

—Eso ya lo decidirá la maestre —intervino Iradis—. Ahora lo más importante es llevar a Rodrigo a la fortaleza y ponerlo a salvo lo antes posible.

—A él y también a este bebé —puntualizó la dama Porwena—. ¿Dónde lo has encontrado, Rodrigo?

—No lo sé, no consigo recordar absolutamente nada —dijo Rodrigo—. ¿Cuánto tiempo llevo fuera de la fortaleza?

—Supongo que no más de un día —observó Aldair, que estaba empezando a desatar un caballo—. De lo contrario ya hubiéramos tenido noticias de tu desaparición. Vamos, monta conmigo. En la fortaleza deben de estar muy preocupados por ti.

—¿Te lo llevas a caballo? —preguntó el caballero Garek.

—Es lo mejor —dijo Aldair—. Al galope podemos llegar a la fortaleza en menos de dos horas.

—¿Y el bebé? —preguntó Iradis.

—Escondedlo en el carro y llevadlo con vosotros. Os esperaremos en la fortaleza.

Iradis asintió y cogió al bebé de los brazos de Rodrigo, pero el pequeño se echó a llorar al momento. Ella se puso a acunarle y a hacerle carantoñas, pero nada de eso sirvió para consolarlo. Sin saber ya que hacer, la dama miró a Porwena con ojos de impotencia y ésta le cogió al bebé de los brazos. Después de probar las cosquillas de Porwena, una cancioncilla de Garek y las muecas más ridículas de Aldair, finalmente todos se dieron por vencidos.

Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónWhere stories live. Discover now