10. Un nuevo ataque

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Los días siguientes a su regreso a la fortaleza Rodrigo notó una extraña calma, similar a la que se siente después de pasar una tempestad. Habían ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo que casi resultaba extraño volver a ver el trasiego habitual de los escuderos y caballeros ocupándose de sus tareas más mundanas. El mes de Abril se estaba despidiendo con días templados y apacibles, y los escuderos aprovechaban sus horas libres para organizar todo tipo de juegos y pruebas de habilidad. Mientras en un rincón de los jardines un grupo de los más mayores se retaban a trepar una de las murallas, en el extremo opuesto había otros desafiando las alturas al lanzarse desde los acantilados hasta las cortantes aguas del mar. Rodrigo ya lo había probado y no le habían quedado ganas de volverlo a repetir. Lo peor no era asomarse al borde del precipicio y contemplar los doce metros de caída libre que te separaban de las turbulentas olas. Lo peor era el momento en que las gélidas aguas abrazaban tu cuerpo haciéndote sentir como si un millar de agujas hubieran atravesado tu piel. Desde ese momento decidió que todavía era demasiado pronto para bañarse en un mar tan frío y que tal vez incluso podía haber peligro de caer sobre algún cascote de hielo.

En cuanto a Baldo, pronto descubrió que su castigo iba a ser más pesaroso de lo que él se imaginaba. Al dejar de ser un escudero ya no le estaba permitido acompañar a sus compañeros en las sesiones de entrenamiento, y para ocupar esas horas libres Adara siempre le buscaba tareas de lo más desagradables o fatigosas, tales como limpiar pescado o desatrancar alguna alcantarilla. Por su parte, Rodrigo intentaba mantenerse alerta siempre que alguno de los amigos de Kail andaba cerca, sin embargo un día se quedó dormido en mitad de la cena cayendo de bruces sobre el plato de puré. No hacía falta ser muy listo para adivinar que había sido cosa de Aarón.

—Tienes que decírselo a Adara —le insistía Darion, mientras subían al dormitorio de los chicos—. Seguro que lo castigará igual que a Baldo.

—¡De eso nada! —replicó Óliver, cuyo hurón se le había subido al hombro en cuanto se sentó en la litera—. Rodri no es ningún chivato. Lo que tiene que hacer es estar atento y mantenerse a la defensiva, para que la próxima vez que lo intenten les salga el tiro por la culata. O como dirían por aquí, los poderes por el trasero.

—Nunca he oído esa expresión —dijo Darion entre risas.

—Ya he notado que los Karintianos andáis un poco escasos de vocabulario. El único que se salva es Toravik. Creo que debería daros unas clases.

—Pero para eso deberíamos quitarle el bebé —puntualizó Rodrigo—. Desde que cuida de él se ha vuelto más tierno que un dragón bailando ballet.

—Eso es otra cosa que debemos remediar —confirmó Óliver—, pero ahora lo más urgente es revertir el marcador. Carahuevo y su pandilla nos sacan dos puntos de ventaja. Tres, si contamos con lo de la verimortia.

—Bueno, yo creo que esa se la ha devuelto Corentín con creces —opinó Darion—. No creo que se le vuelva a ocurrir jugar con pociones nunca más.

—Aún así les debemos dos, y de las buenas —insistió Óliver—, pero tenemos que trazar algún plan. Tú eres la cabeza pensante, Rodri. Yo soy más bien un hombre de acción.

Óliver miró a Rodrigo como si solamente tuviera que poner su cerebro en marcha, como si fuera una imprenta lista para sacar ideas con sólo apretar un botón. Sin embargo, él no se sentía capaz de pensar en nada. Curiosamente, ni siquiera sentía deseos de venganza, a pesar de la vergüenza que Aarón le había hecho pasar. Lo único que deseaba era estar tranquilo y dejar de ser el centro de atención de todas las miradas.

Precisamente su búsqueda de calma solía llevarle todos los días hasta la herrería, donde pasaba largas horas ayudando a Toravik. A veces pulía metales, afilaba herramientas o atizaba el carbón, pero la tarea que más veces le ocupaba, y que el herrero más agradecía, consistía simplemente en ocuparse del bebé. No es que el herrero estuviera descontento con ese nuevo inquilino que se había acomodado en la herrería, más bien todo lo contrario. Pero como él solía decir, "no se puede estar con un biberón en una mano y un martillo en la otra".

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2016 ⏰

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Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora