capítulo 4.

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—Entonces, ¿De dónde eres?

Trago saliva al escuchar aquella pregunta. No me gusta ser grosera con las personas que acabo de conocer, pero si no se lo he contado a Adam, tampoco se lo contare a estas personas con las que compartiré de ahora en adelante un puesto en el restaurante.

Observo como Adam mira un tanto ansioso, estoy segura de que quiere escuchar la excusa que le daré a Mildred y eso me pone muy nerviosa, no sé lo que le diré a esta chica que tengo en frente para esquivarla.

— ¿Entonces?

Decir de donde soy no me afectara en mucho, ¿Verdad?

Abro ligeramente los labios para responderle, pero me quedo callada al escuchar como alguien tira varios platos de su mesa. La persona encargada de la limpieza se acerca junto a un mesero, ambos comienzan a ayudar a la persona que lo ha tirado todo.

—Mildred, ve a traer lo que hemos pedido de comer.

La morena asiente a la orden que le ha dado Adam y se retira con una delicada e incómoda sonrisa en los labios. Miro todas y cada una de las acciones de las personas que están trabajando, pero la persona que mas me llama la atención es quién está detrás del mostrador. Se mueve muy rápido para ser alguien que solo recibe el dinero y hace algunas cuentas con ayuda del computador.

—Gracias.

Él, frunce el ceño dejando que dos líneas se formen en su frente.

— ¿Por qué me agradeces ahora?

—Porque me has salvado de responderle a Mildred, no quiero contarle a nadie sobre mi vida privada. Se me hace incomodo hablar de eso, muy incomodo a decir verdad.

Tranquiliza su expresión.

—Preferí hacerlo por mí mismo.

Lo miro sin entender a lo que se refiere.

— ¿De que hablas?

—Quiero que tú me cuentes tu vida personal en algún momento. De ese modo, sabré que me he ganado tu confianza sin hacer trampa al escuchar conversaciones tuyas con otras personas.

—Vas a tardar mucho, te lo advierto.

—Bueno, creo que tengo mucho tiempo para lograrlo.

—Adam.

Lo llamo. Él, me mira con el ceño fruncido y ahora que lo miro a los ojos, me doy cuenta de que el color de estos es azul verdoso, por eso los confundí en la oficina, creyendo que eran azules.

— ¿Sucede algo?

—Luego de almorzar, ¿Qué vamos a hacer?

—Creo que llevar tu maleta a mi departamento es la mejor opción, ¿No te parece?

—Yo sigo creyendo que es una mala idea.

—Si dormir debajo de un puente o una caja de cartón te parece. Entonces tienes razón, es una pésima idea —bromea.

—Bueno, está bien pero con tres condiciones.

Cruza sus brazos esperando a que hable.

—La primera: no me trates como si fuéramos amigos, si algo no te gusta dímelo para que lo negociemos.

—Es una tontería.

—Déjame acabar.

Levanta ambas manos enseñando que va a escucharme sin interrumpirme.

El desastroso embarazo de EmaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant