CAPÍTULO 8: TODO EMPIEZ AQUÍ

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Todo empieza aquí

Amy Donovan parpadeó confusa hacia el muchacho que los observaba divertido bajo el marco de la puerta.

―Sólo la cuidaba ―oyó decir a Mark con malicia, aunque ella estaba demasiado ebria como para notarlo.

―Lo he notado. Suéltala.

Sus ojos se cerraron ligeramente y, cansada, dejó que su cuerpo cayera sobre un fuerte torso, dejando que unos brazos la rodean y la levantaran con cierta dificultad. No tenía idea de qué sucedía, pero apenas era consciente del cabello corto y bien peinado de Reece, del aroma a cigarros que la camiseta del moreno aturdía sus sentidos aún más de lo que ya estaba. Sus ojos incluso se cerraban por ratos y todo lo que podía visualizar eran flashes veloces de ellos saliendo de la fiesta, Reece cargándola, ambos entrando al auto y, de pronto, se encontraba cómodamente en el asiento del copiloto mientras le decía miles de cosas al muchacho que lo hacían reír a carcajadas.

Estaba tan borracha que no podía humillarse peor aún.

―Eres muy lindo... ―murmuró con la voz arrastrada y la lengua perezosa mientras lo observaba conducir sonriente―. Lástima que seas un idiota.

La estruendosa carcajada de Reece Wood no se hizo esperar.

―Pues tú no estás mal. El problema contigo es que... ―respondió sin siquiera pensar―. Eres una Donovan. Lo has hecho muy bien hoy, Amy.

―Gracias ―respondió orgullosa sin saber muy bien a qué se refería―. Yo... ―musitó entre bostezos.

Todo se puso negro por un instante, o eso creyó ella. Quizá estuvo hablando hasta el cansancio, o quizá el sueño la venció. Pero como fuera, solo pudo reaccionar cuando, de pronto, el auto se detuvo tan abruptamente que su rostro golpeó con la ventana, haciéndola despertar y abrir los ojos en desmesura, su corazón latiendo desenfrenado.

―Uy, lo siento ―rio Reece, dejando que el alcohol hablara por él―. Bueno, señorita, hemos llegado. Definitivamente tengo que... ―Soltó un hipo y rio nuevamente―. Tenemos que salir más seguido, eres una compañera grandiosa.

Una estúpida sonrisa se deslizó en el rostro de Amy cuando, con torpeza, intentó abrir la puerta del auto. Aún mirando fijamente los ojos grises y cansados de Reece, dio un paso en falso sobre la vereda que casi la hizo caer de rostro al suelo. Tuvo que sujetarse de la puerta, sus latidos yendo tan rápido que parecían irreales, antes de lograr ponerse en pie. No tenía idea de cómo, sola y borracha, consiguió encaminarse a su casa casi arrastrándose por los muros, riendo y saludando a un Reece juguetón que le gritaba obscenidades a media madrugada.

―¡No lo olvides! ¡Mañana! ―fue lo último que Wood dijo antes de encender el motor del auto y desaparecer por la carretera―. ¡Iré por ti!

Y después de casi diez minutos, en la entrada de su casa en plena madrugada, con el frío calando sus huesos, logró abrir la puerta. Le tomó otros cinco minutos encontrar su habitación en un vano intento por hacer silencio, aunque había recibido un mísero "Deja de joder, estamos durmiendo" por parte de su querido hermano. Al menos estaba lo suficientemente inconsciente como para no ponerse sentimental y a pensar que, si se tratase de Drake quién llegaba en aquellas penosas condiciones, sería su madre quien estaría aguardándolo en la puerta, ayudándolo a subir para arroparlo. Amy cerró la puerta detrás suyo con cierta brusquedad, quizá la suficiente como para haber despertado a toda su familia. Peor aún, mientras iba a su cama tropezó y cayó de golpe al suelo, causando un ruido estrepitoso.

¿Cautela? ¿Qué era eso a las tres de la madrugada?

No veía nada y no sentía nada más que el desasosiego invadiéndola por completa. Allí en el suelo, su cabeza doliéndole con fuerza aumentaban los deseos de llorar hasta quedar vacía.

Su dulce debilidad ©Where stories live. Discover now