CAPITULO 6- LA GRAN IDEA

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Se despertó con tal dolor de cabeza que un acto tan simple como abrir los ojos tomó tintes de gesta épica. Karlie masajeó sus sienes mientras se incorporaba en la cama y trataba de enfocar los objetos de la habitación. Durante escasos segundos experimentó la incómoda sensación de no saber dónde se encontraba, pero al fijar la vista en la maleta rosa que había a los pies de la otra cama recuperó inmediatamente la memoria.

Estaba en Escocia. Con Taylor. Se había emborrachado. Oh, mierda.

En ese momento se juró a sí misma que nunca más volvería a beber. Ni siquiera una mísera copa de vino tinto que tanto gustaba a Josh.

Pestañeó con dificultad al echar un vistazo a su alrededor. No recordaba cómo había llegado hasta allí la noche antes, pero la cama de Taylor estaba vacía y las sábanas revueltas, por lo que no había dormido sola. Se oyeron unos ruidos más allá de la puerta del baño y pensó que su compañera estaría dentro, duchándose.

—¡Buenos días! —gritó para hacerle saber que estaba despierta.

Se arrepintió casi de inmediato. Elevar la voz cuando una está resacosa no es la mejor de las ideas. Karlie puso una mueca de dolor, se dejó caer de nuevo en la cama y se cubrió el rostro con la almohada. Necesitaba un ibuprofeno. Urgentemente.

Taylor salió del baño a los pocos minutos. Tenía el pelo mojado y cara de profunda satisfacción cuando se sentó a los pies de su cama.

—¿Qué tal te encuentras?

Por toda respuesta emitió un gruñido que sonó más animal que humano.

—¿Sólo "grrr"? Bueno, podría haber sido peor...

Karlie se incorporó en la cama con dificultad. Se sentía torpe y pesada. Si alguien le hubiera dicho que tenía un yunque sobre la cabeza en ese preciso momento, se lo habría creído sin pestañear, por muy absurda que resultara la idea.

Por el contrario, allí estaba Taylor, radiante, tan entera y preciosa como siempre, a pesar de la cantidad de alcohol que habían ingerido la noche anterior. Tenía el pelo mojado y se lo estaba secando con una toalla. Los ojos de Karlie siguieron con fascinación el recorrido que trazaron unas gotas de agua al resbalar desde su frente por su mejilla, hasta la fina línea de la barbilla. Y luego también advirtió cómo se despeñaban por el cuello y se perdían por su escote. Taylor se dio cuenta de que la estaba observando, pero prefirió fingir que no lo había hecho. La propia Karlie comprendió que no era de buena educación mirar fijamente a nadie, en especial algunas partes del cuerpo, y pestañeó con fuerza, un poco confusa por aquel absurdo momento en el que el pelo mojado de su compañera le había parecido tan fascinante como para fijarse en él más de lo estrictamente necesario.

—¿Qué pasó ayer? —preguntó por fin, intentando concentrarse.

—Nada. Que te bebiste toda Escocia. Y seguramente parte de Irlanda. Hasta puede que alguna porción del norte de Inglaterra. Me ha llamado la Reina mientras estabas durmiendo —bromeó Taylor— y parecía furiosa: quería saber por qué te has bebido todas las reservas etílicas de Gran Bretaña.

—Oh, ¿y le has dado saludos?

—De tu parte. Pero mucho me temo que eso no ha mejorado su humor.

—Lástima, parece buena persona.

—Lo es, siempre y cuando no toques la bodega de ginebra de la Reina Madre. Eso la pondría hecha un basilisco...

—¡Swift!

—¿Qué?

—¿Que qué pasó anoche? —se desesperó Karlie. Vale, había perdido la paciencia después de todo.

101 Reasons to hate (KAYLOR)Where stories live. Discover now