CAPITULO 8-¿ESA TAYLOR?

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La música de la orquesta seguía sonando en sus oídos cuando llegaron a la posada de Little Winehouse. Taylor giró la llave todo lo despacio que pudo teniendo en cuenta que se encontraba un poco mareada por culpa de la cantidad de copas de champán que había ingerido. Ahora no recordaba cuántas habían sido, pero seguramente muchas más de las recomendables.

Karlie no cabía en sí de alegría. Ella había sido la reina de la fiesta, porque Jorge Domenech, además de dedicarle toda la atención que le negó al resto de sus invitados, al final de la velada había hecho pública su decisión de publicar su nueva novela con Newman & Carter Ediciones.

La rubia todavía no se lo creía, estaba tan contenta que se sentía como Cenicienta a la vuelta del baile, aunque todavía conservara los dos zapatos y Domenech fuera la antítesis de su príncipe azul.

El escritor se había mostrado amable y comedido la mayor parte de la noche, al menos hasta que el alcohol empezó a hacer mella en sus ademanes y consideró oportuno pasar de los piropos a la acción.

Karlie había tenido que hacer malabarismos para evitar que le tocara el trasero en varias ocasiones, cuando creía que nadie podía verles. Le resultó especialmente difícil en un momento de la noche en el que Domenech se volvió todo tentáculos, cuando salieron al balcón a tomar el aire. Mientras ella intentaba venderle la exclusiva de Newman & Carter, el escritor intentó ponerse demasiado tierno y acabó extralimitándose un poco. Por suerte, en ese momento apareció Taylor, justo cuando los dedazos de Domenech la tenían aprisionada por la cintura y estaba a punto de besarla.

—Hoy has estado impresionante —comentó Taylor en un susurro, empujando la puerta principal de la posada, que chirrió ruidosamente. La señora Winehouse se revolvió en su cama. Dio media vuelta en sueños y siguió durmiendo.

—Qué va, casi lo arruino todo. Si no llega a ser por ti, no habría podido hacerlo.

Taylor sonrió, complacida con el cumplido, aunque no fuera del todo cierto. Había sido muy aburrido estar espiando los pasos de la parejita para impedir que Domenech se envalentonara y acabara haciendo algo de lo que se arrepintieran todos, pero el mérito era de Karlie. 

Ella solamente había tenido que torear los piropos de Wiles, a quien tuvo que rechazar en varias ocasiones con toda la elegancia que supo reunir.

Había sido agotador, pero solo por tener aquel contrato asegurado, había valido la pena. Casi le pareció sentir el tacto rugoso del documento que Domenech había firmado con su puño y letra, aunque se encontrara en el fondo de su pequeño bolso de fiesta.

—¿Qué le dijiste para convencerle de que firmara?

Karlie pareció ruborizarse ante la pregunta. Fijó la mirada en los escalones que subían hacia su habitación y se detuvo un momento.

—Bueno, digamos que le dejé entrever que yo sería su editora y que trabajaríamos codo con codo, hasta altas horas de la madrugada si fuera necesario.

—¡No!

—Sí, sí.

Los ojos de Taylor brillaron con diversión. Karlie la miró con temor de que la juzgara por haber utilizado sus mismas tácticas. Ella no era así, esos no eran sus métodos, y sin embargo, aquella noche vio claramente que la única manera de cerrar un acuerdo con Domenech era flirteando con él.

Taylor se limitó a dedicarle una sonrisa de oreja a oreja, como si con ello intentara transmitirle lo orgullosa que se sentía de ella. Karlie iba a poner un pretexto para su comportamiento, pero notó que Taylor la rodeó por la cintura, atrayéndola con fuerza hacia su cuerpo. Fue todo tan rápido que Karlie casi ni se percató de cómo había acabado abrazando a Taylor, muy fuerte, muy cerca, su cabeza reposando sobre su hombro.

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