3.-Cosas del primer día.

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Capítulo 3: Cosas del primer día.

La mañana amaneció nublada. A las siete en punto, cuando la actividad comenzó en aquel cuarto de tres, nubes algo densas y grises cubrían el cielo, y hacían que los prematuros rayos de sol se dispersaran en forma de luz blanquecina y tenue, que provocaba la presencia de una claridad algo distinta a la de un día soleado. La temperatura era notablemente más fresca, pero su descenso tampoco era excesivo. Pese a todo, todavía hacía buen tiempo, aunque algunos, amantes de sol, podían diferir sobre eso. Como fuera, en aquel cuarto ya había movimiento. La luz se había encendido y las tres ocupantes de la habitación ya andaban fuera de la cama. Habían cogido su uniforme, y habían prendido de sus camisas el broche distinguido de la escuela. En Eythera cada curso tenía un uniforme diferente que les distinguia de los demás. En cuanto a los de primero, estos portaban el color verde oscuro, en los pantalones los chicos y en las faldas en el caso de las chicas. Además, ambos llevaban un chaleco gris claro sobre una camisa blanca, y sobre esta, una chaqueta del mismo tono gris. En invierno, cuando ya el frío se colaba a través de la ropa y esas capas ya no eran suficientes, se colocaban unas capas grises oscuras, casi negras, que llegaban hasta la cintura, y que se abrochaban sobre el pecho mediante un botón con la forma del emblema de la escuela.

Volviendo a aquel cuarto, la chicas ya se disponían a salir. Habían recogido lo que creían que necesitarían para aquel día y hecho sus respectivas camas. La puerta se abrió y por ella, atropelladamente, salió una muchacha pelirroja. Miró atrás:

-¿Venís, o qué?- inquirió, algo energética.

La chica más cercana a ella la miró con curiosidad, ¿aquella era realmente su amiga? ¿De veras era la chica a la que había que levantar tirando de las sábanas hasta que cayeran al suelo? Verdaderamente, la ganas por hacer algo cambiaban radicalmente a las personas. Aún así, si tenía la oportunidad de recordarle el entusiasmo con el que se mostraba esa mañana otro día en el que las sábanas se le pegaran, desde luego que Emma lo haría. Se volvió hacia atrás sin responderla y comprobó que la tercera chica estaba ya lista detrás suyo para salir. Una vez todas fuera, Emma se dispuso a dibujar un candado sobre la puerta y siguió a Leyla y a la otra chica por las escaleras.

Mientras caminaban por el sendero que comunicaba La Residencia con el majestuoso edificio central de Eythera, Emma se fue fijando en que ya había mucha actividad a su alrededor, tanto alumnos que procedían del mismo recinto que ellas, como más mayores, de cursos superiores, que se dirigían a su mismo destino desde los hogares de sus respectivas familias. También había, sin embargo, algunos que ya volvían a sus habitaciones para asearse, recoger algo, o cualquier otro quehacer. Leyla también miraba a su alrededor, pero su objetivo al observar a los demás alumnos parecía ser muy diferente. En cuanto a Vanesa, la chica rubia, ella quizá no prestara atención a su entorno, más bien parecía caminar con la mirada fija en el suelo, en las redondeadas piedrecillas que pisaba. Pronto llegaron al patio de la entrada de aquel edificio central, al pequeño jardín cuadrangular que presentaba una de las múltiples puertas traseras que había a parte de las principales, por las que habían entrado el día anterior. Las tres avanzaron entre los bancos y muros bajos de piedra, entre los altos árboles y arbustos, hasta llegar al otro lado del patio, poco detrás de una fuente.

Una vez en el interior del edificio, las tres chicas fueron capaces de reconocer el camino hasta el comedor, donde habían cenado la pasada noche. Si se hubiera tratado de otra sala, de un aula o de algún pasillo, probablemente no habrían sabido por dónde empezar. Habrían estado más perdidas que las ninfas del bosque en la ciudad. Pero, por suerte para ellas, no había sido el caso. Por eso allí se encontraban de nuevo, rodeadas de las blanquecinas paredes y bajo las doradas lámpares de araña, devorando con la mirada los panecillos, las mermeladas y toda aquella apetitosa comida que reposaba sobre las vitrinas. Al pasar la vista por las mesas, ya llenas con algunos alumnos, Leyla y Emma pudieron reconocer a sus dos amigos. Arthur y Doyle conversaban tranquilamente mientras terminaban sus tazones de leche. Las tres chicas se acercaron a ellos.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora