22.- Lo que en realidad pasó aquella noche, parte 2.

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Existen dos grandes esencias mágicas en la naturaleza: la luz, y la oscuridad. Pero hay una pequeña parte de la magia que no pertenece a ninguno de los dos grupos, una magia siniestra y poderosa que no se rige por las reglas habituales. Una magia capaz de hacer doblegar la voluntad de la gente, tornar su alma de tristeza y miedo y producir un profundo dolor. Esa es realmente la magia de la que hay que mantenerse alejado, de la que hay que ser precavido. Esa es la magia que Emma no se había atrevido a mencionar en voz alta en el despacho de su madre, pero que ahora, envuelta en un mar de mantas gordas y calientes que sin embargo parecían demasiado distantes, no podía dejar de recordar. Había muy pocos magos en el globo capaces de controlarla, igual que había pocos magos capaces de invocar a uno de los elementos, pero aquel hombre, sin duda, era una de esas pocas personas. Y cuanto más se insistía Emma en olvidarlo, con más frecuencia aparecía su rostro en sus recuerdos.

Aquella noche había hecho una tremenda estupidez, se repitió de nuevo, sin poder dormirse. Aquella noche debía haberse quedado junto al sillón donde descansaba su madre, y no haber intentado buscar una solución por su propia cuenta aún más cuando la única magia que conocía era la que le habían enseñado en Poplox, la cual era básica y muy fundamental. Pero aún así ella se había creído con la oportunidad de usar sus propios medios, aunque eso significase recurrir a una dirección escrita a mala letra para reunirse con un extraño el cual no sabía cuan poderoso podía llegar a ser. Sí, no sonaba muy cuerdo todo aquello, pero algo en el interior de Emma le decía una y otra vez que, de haber vuelto al pasado y de haberse repetido de nuevo, su decisión habría sido la misma. Quizá el resultado no hubiera sido muy bueno, pero si era la única forma de poder ayudar, Emma lo volvería a hacer sin dudarlo.

Pero eso no quitaba el peso que ahora llevaba sobre sus hombros, y el gran temor que había anidado en ella al pensar si quiera en la posibilidad de que pudiera volver a verlo. Quizá la determinación de Emma fuera algo realmente admirable, pero aquel hombre había sabido hacerse imponer, dejar huella en ella. Solo había querido una cosa de su persona, y había hecho cualquier cosa por poder tenerlo sin ningún tipo de reparo. Por eso, lo único que reconfortaba a Emma era que, pese a todo lo pasado, finalmente él no lo había conseguido. Y eso se repetía una y otra vez Emma en la oscuridad de la habitación, mientras repasaba fragmentos de lo ocurrido en esas cuatro noches.

"Emma sabía de lo que aquel hombre era capaz, ya lo había visto. Sabía que había alguien más en aquella casa, no era la primera vez que escuchaba sus gritos. Casi siempre era una mujer, pero en ocasiones era algo más grave. No sabía lo que él quería de esa persona, pero solo con escuchar el dolor en cada uno de sus gemidos, Emma se acurrucaba sobre sí misma en una de las esquinas de aquel desván, rogando porque nadie se diese cuenta de su presencia, o que recordase que ella estaba allí. Había pasado una noche y un día desde que Emma había tenido la genial idea de ir en busca de ese hombre, y desde entonces, ella había permanecido encerrada en aquel lugar. "Sabía que vendrías" había dicho con su tono altivo y orgulloso, ocultando su cuerpo en una capa negra que solo dejaba ver un rostro de facciones duras y una profunda cicatriz en el lado derecho de su cara que, con el pasar del tiempo, ya no se notaba demasiado. Pero Emma tenía una mal presentimiento en aquel momento, sabía que algo era diferente. Los gritos de la mujer habían cesado demasiado pronto. Y entonces Emma se temió lo peor. Y su corazón empezó a latir cada vez con más fuerza cuando escuchó las pisadas, alguien subiendo las escaleras. La puerta del desván se abrió despacio, y al otro lado, la figura del hombre apareció.

-Cada vez tiene menos aguante. -comentó, encogiéndose de hombros con inquietante tranquilidad-. Pero sigue sin querer darme lo que necesito. Cada vez dudo más en que pueda darme lo que deseo, así que lo mismo tendré que buscarme a otra persona. -continuó diciendo, mirando fiajamente a Emma, quien no podía quitar los ojos de cada uno de sus movimientos, con miedo a ver un indicio de algo que no la gustase-. Sin embargo, estoy seguro de que tú sí me darás aquello que quiero, ¿no es cierto?

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora