Capítulo 31: Un regalo valioso

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Un rayo de luz pálida se colaba a través del cristal del ventanal, impactando contra un mar de sábanas blancas, bajo las que yacían, a la deriva, dos cuerpos. No era difícil apreciar el intenso vínculo que les unía, más allá de la amistad, o del tipo de magia que pudieran poseer y que les hacía apoyarse el uno sobre el otro como iguales. No, era una unión que sobrepasaba con creces cualquiera de aquellos motivos, algo mucho más incomprensible y ancestral. Aquellas dos criaturas dormidas que en ese momento parecían tan frágiles y pequeñas, tan indefensas, estaban destinadas a encontrarse, a caminar juntas, aunque todavía no fueran del todo conscientes de la fuerza con la que el universo les atraería mutuamente una y otra vez. En algún instante de esa noche, los fornidos brazos de él agarraron inconscientemente el cuerpo frío y delicado de ella, aún por crecer, abrazándola protectoramente por la espalda. Él ni siquiera se hubo dado cuenta de ello, y ambos despertarían más tarde sin saber siquiera que ese contacto había sucedido.

Ella había acudido a él después de ser invadida por esa bruma de sentimientos que hace mucho hubo evitado, y a los que ahora estaba preparada para enfrentarse. Tras recordar lentamente, detalle a detalle, cada suceso de su pasado, Emma sintió la irrefrenable tentación de correr al lado de Azel. Casi en trance, y sin comprender en absoluto aquella necesidad tan grande que tenía de verle, se quiso conceder a sí misma ese deseo, y acabó dándose cuenta que había llegado a los pies de la familia Ignis casi sin ser consciente. No le fue muy difícil entrar en su habitación, no era la primera vez que se había planteado hacerlo, pero sí la primera en que llegaba hasta el final. El cuarto estaba vacío cuando Emma entró, y no pudo evitar sentir un vacío y una desilusión tan grandes, que le provocaron un desagradable pinchazo en el pecho. Al fin y al cabo, parecía que tendría que esperar para verle, pensó, justo antes de que la puerta se abriera y su silueta apareciera al otro lado, despreocupada. Ella apretó los labios, eran tantas cosas las que sentía en ese momento, que no sabía interpretar bien cuál era la provocada por la presencia de Azel a pocos metros de ella. Él se sorprendió al verla allí, pero poco tardó esa sorpresa en convertirse en preocupación e interrogantes. Sin embargo, él no le preguntó nada. Respetó en todo momento su silencio, advirtiendo que no era el mejor momento para hablar, y se dedicó a dejar deslizar una mano por su rostro, acariciando su mejilla con suma suavidad, consolándola.

Cuando abrió los ojos, él estaba allí. A una distancia lo suficientemente respetuosa para que no se sintiese incómoda, pero también lo suficiente cerca para que pudiera agradecer el reconfortante calor que desprendía su cuerpo, como una capa más entre las sábanas. Recordaba apenas como la había abrazado, pero no cuando se hubo dormido. No era muy propio que hubiera asaltado su habitación sin siquiera preguntarle, y bien podría haberle molestado o importunado. No obstante, parecía que al final no le había importado, si no que más bien su único pensamiento había sido ayudarla. Emma le observó en silencio, diciéndose a sí misma lo afortunada que era por tener una persona como él en su vida. Alguien que te besase las heridas cuando más lo necesitaras, que te pudiera entender sin necesidad de palabras, que caminase contigo sin pedir nada a cambio, que conociera tus fallos y tropiezos, y aún con ello, estuviera dispuesta a acompañarte toda la vida. La chica cerró los ojos con fuerza, la maraña de sentimientos había desparecido, y ahora todo lo que sentía se dirigía hacia el chico tumbado junto a ella. Era tan real e intensa la sensación que le sobrevino de pronto, que la chica se sintió abrumada, casi tenía ganas de lloras. Algo agobiada por lo que pudiera significar aquello, se recostó sobre el colchón y suspiró con fuerza. Sin embargo, no se impidió colocar una mano sobre la cabellera del chico, tan profunda y suave como su mirada. Como cuando la miraba a ella, al menos. Recogió con suavidad un mechón detrás de su oreja, pero este se escapó casi al instante de soltarlo, y volvió a posarse sobre su mejilla. No se había dado cuenta de que su pelo estaba tan corto, en comparación como solía llevarlo normalmente, lo que le hizo pensar a Emma que se lo debía haber cortado hace relativamente poco. Siguió observando como su pecho, medio descubierto, subía y bajaba con tanta calma y lentitud, que casi temió que dejara de hacerlo. Le cubrió un poco más con las sábanas, intentando no despertarle. Era consciente de que le había desarropado al levantarse, y hacía frío. Sonrió ligeramente, resultándole sumamente extraño que una criatura tan hermosa y tranquila, al menos mientras dormía, pudiera ser tan temida y excluida como lo era. Ella sabía que a él poco le importaba cómo le trataran los demás, por no decir nada, pero eso no significara que se lo mereciera. Por lo menos ella estaría a su lado, se dijo. Luego se irguió con suavidad sobre él.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora