11.- La jornada de esoterismo, parte 1.

53 8 0
                                    

Capítulo 11: La jornada de esoterismo

El tiempo siguió transcurriendo, y pronto los exámenes hubieron hecho historia. El fin del primer ciclo se acercaba, y con él, se cumplirían tres meses y medio desde su llegada a Eythera. Las vacaciones quedaban cerca, y la prueba de clasificación se encontraba a la vuelta de la esquina. Y se notaba. Mientras que los demás cursos acababan de terminar, los de primero aún tenían un par de semanas para ello, una vez se hubiera pasado la prueba. Esta se había convertido en el tema de conversación de todos, y las inquietudes y nervios acerca de ella comenzaban a notarse verdaderamente. Era común hablar de ello, y normal tratar de averiguar en qué consistiría.
El tiempo también había decidido hacer presencia, y contrario a lo que era normal en esas fechas, parecía que el pronóstico para las vacaciones sería relativamente bueno. Quizás solo nevaría dos o tres veces... De todos modos, mientras los alumnos de primero recorrían los pasillos rumbo a sus clases como un día de diario cualquiera, la envidia les reconcomía al ver a los alumnos de otros cursos con una cantidad ingente de tiempo libre. Aunque solo fueran dos semanas más que aguantar. Pero lo gracioso era, que este caso de envidia se había estendido como un curioso virus que había llegado a afectar incluso entre los profesores. Pues de igual forma, había algunos que aún tenían que continuar dando clase, mientras sus ganas se desinchaban irremediablemente.

Pero no todo parecía seguir su correcto cauce. No todo iba a la perfección. Había alguien. Alguien a quien las ya incontables horas de sueño, y las noches en vela, le pasaban factura. Alguien que se sentía extraña, incómoda, y terriblemente molesta por no saber por qué. Había tratado de ocultarlo, de evitarlo, y de olvidarse del aquel continuo malestar que había decidido acompañarla indefinidamente. Y por ahora, más o menos, conseguía lograrlo. Pero cada vez le suponía más esfuerzo, y comenzaba a necesitar esas vacaciones verdaderamente. Lo peor, desgarciadamente, es que había algo más, algo que a Emma comenzaba a aterrarle, a corroerle, a preocuparla profundamente. Y era un tema relacionado con su preciada magia, a la que había tratado no tener que recurrir. Algo estaba mal con ella, algo no era normal, y no sabía si era a causa de ese malestar general, o si ese malestar general era causa de su magia. La cuestión es que este se intensificaba considerablemente cada vez que traraba de usarla, rozando el punto de lo insoportable. A Emma le dolía, sufría cada vez que realizaba alguno de esos hechizos que tantas veces había realizado, y no entendía por qué, y eso le comía la cabeza. Todo había empezado a raíz de aquel humo cian, a partir de él todo se había complicado, empeorando, llendo de mal en peor. Había ocurrido gradualmente, con lentitud, pero Emma estaba segura de que ese había sido el desencadenante. Además, se veía incapaz de contarlo, se negaba a hacerlo, le era completamente impensable. No comprendía lo que estaba sucediendo, pero no podía compartirlo. Y eso ocasionaba pequeños episodios de mal humor y frustración, que en ocasiones alcanzaban grandes magnitudes, las cuales, afortunadamente, nunca llegaban a mostrarse en presencia de otra persona.
Pero Emma confiaba en que aquello pasara pronto, porque era su magia la que estaba en juego, los más preciado e importante para ella, el tesoro más valioso para un mágico.

Por todo ello, Emma había terminado por no asistir a algunas clases, siempre que fuera completamente irremediable al menos, porque tener de madre a la directora no facilitaba las cosas, y tampoco lo hacía contar con un amplio círculo de amigos rodeándola continuamente. Aquella mañana, a la segunda hora, Emma había decidido no asistir. No obstante, en esta ocasión no era por nada de lo anterior, si no porque aquella era la hora de Tina La Vidente, y Emma lo último que necesitaba era una clase suya. Sin embargo, el fortuito encuentro con la inocente profesora Tanzer Tamboli en uno de los corredores superiores le hizo imposible llevar su decisión a cabo, y terminó teniendo que subir hasta aquella endemoniada torreta. Eso, por supuesto, no le agradó a Emma, quien ya de por sí tenía los nervios de punta, para que encima se los afilaran aún más. Llegó a la clase algo brusca, y se sentó en su correspondiente asiento. Estaba tan ocupada maldiciendo por lo bajo y repitiéndose a sí misma que tenía que ser más rápida en haber huido, que ni se dio cuenta de que todas y cada una de la miradas presentes se centraban en ella, dirigidas por una mirada maestra. Cuando aún Emma se encontraba concentrada en sus asuntos, la mujer de los largos cabellos avanzó cuidadosamente hacia donde estaban las tres chicas y, apoyando las manos sobre la redonda mesa de madera, les dedicó una sonrisa satisfecha, algo malintencionada, como alguien que acababa de hallar aquello que tanto había estado buscando y no podía esperar más para ponerlo a prueba.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora