Capítulo VIII: El Gato

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—Así que nuevamente estoy solo —dijo medio adormilado.

El rubio, con un rápido movimiento, sacó las mantas que lo cubrían y se levantó. No le tomó mucho tiempo ponerse los zapatos y quedarse de pie sin hacer absolutamente nada después de eso. ¿Y ahora qué? Se supone que debe largarse de la cabaña como se lo había ordenado Pinetree, pero necesita hablar con él. Debe esperar a que él regrese y así pueda contarle de una buena vez por todas qué es lo que quiere con el trato.

Sí, tras ese particular sueño tomó la decisión de hacerlo.

Sin nada más que hacer se sentó en la cama y apoyó su barbilla en una de sus manos. Bill respiró hondo, armándose de paciencia hasta que el castaño se digne a entrar en la habitación nuevamente.

Un estúpido ritmo de tap salió de sus pies inquietos y una mueca de fastidio se formó debido al estresante "tic tac" de un reloj en quién sabrá donde. Su mal genio le hizo rodar sus ojos a la derecha, descubriendo un particular ropero al otro lado del cuarto que le llamó la atención.

El ocio es capaz de muchas cosas... —pensó el demonio, sosteniendo una sonrisa maliciosa a la vez que caminaba a dicho mueble.

Se quedó un par de segundos de pie ante el gran armario y pensando si debería o no hacerlo. Acercaba y alejaba la mano a cada rato de la perilla debido a su torpe indecisión. Él sabe que en general los humanos tienden a guardar ropa en ese lugar, sin embargo, más de una vez le tocó observar que algunos guardaban cadáveres en descomposición, drogas o ese tipo de cosas que no pueden ser nombradas a la luz del día. Se detuvo un momento y se golpeó la frente.

—Pinetree no es ese tipo de personas enfermas —sujetó la perilla—. Tal vez —se encogió de hombros.

La giró y abrió las puertas de par en par, descubriendo un montón de ropa casi idéntica entre sí.

—¿Qué clase de Narnia es esta? —susurró él—. Tan aburrida y... simétrica.

Empezó a husmear entre las prendas colgadas ahí, las cuales eran en su mayoría camisas rojas y pantalones de jeans azules. No había nada interesante para la curiosidad del demonio e hizo un puchero por culpa de esto. Se arrodilló para registrar la parte baja del armario, pero tan sólo era más ropa doblada.

Abrió un cajón ubicado más abajo, el cual estaba repleto de calcetines. Luego escudriñó otro ubicado a la izquierda de este que tan sólo tenía... ropa interior.

Bill cerró aquel cajón de inmediato y quedó sin expresión aparente en su rostro. Juntó el entrecejo y se sentó en el piso, así como pensando en el significado de la existencia o si fue correcto o no lo que hizo.

—La curiosidad mató al gato... —dijo en voz baja mientras se tallaba los ojos varias veces. Dejó de hacer eso e hizo un cambio radical de actitud, pues una idea vino a su mente—. ¡Un gato, eso es!

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Tras oír unos agradecimientos, disculpas y verse obligado a inventar una mentira de cómo se cortó el brazo, Dipper salió de la habitación de su hermana y cerró la puerta, apoyando después su espalda en la madera.

—Salvado... —murmuró al mismo tiempo que deslizó su mano por la frente.

El chico dio media sonrisa e inició la caminata al baño, pues debía limpiar la sangre cercana a la cortadura. Golpeó un par de veces antes de entrar, para verificar que no hubiese nadie adentro, y luego lavó su piel en el lavabo. Hasta el momento todo iba bien.

Iba bien.

—¡¡¡Dipper!!!

Un estremecimiento sacudió su espalda, sin lugar a dudas esa era la voz de Stan. Y no era el tono que él le dedicaba cuando era ordenado a hacer una absurda tarea o algo así, al contrario, era el de la pura maldad y rabia.

We'll Meet Again (BillDip)Where stories live. Discover now