1. Nuevo destino

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Llegué al punto en el que no podía más. Mi corazón, mi mente o mi cuerpo no soportaban el nivel de destrucción causado por ellos. Puertas para afuera éramos una familia modelo que solo tuvo algunas complicaciones, pero para adentro… era un completo infierno.

Un día sin más, tomé mis pocas pertenencias: una pequeña mochila con ropa, mis ahorros y una vieja guitarra acústica color caramelo en un estuche color negro con calcomanías, obsequio de cuando cumplí quince años.  Me vestí con ropa abrigada, me colgué la mochila al hombro, agarré la guitarra y salí por la ventana de la casa en una escalera. La desenganché y la dejé tirada en los arbustos.

Me puse la capucha y comencé a caminar sin rumbo fijo. Antes de dejar mi cuadra, que albergaba tantos recuerdos de mi niñez y mi adolescencia, miré la casa. Sabía que jamás notarían que me fui. Y así seguí mi camino. Caminé varios kilómetros hasta llegar al aeropuerto. No sabía cuanto había deambulado por las calles de Chicago hasta que decidí ir allí. Había pasado por el centro, el parque en donde jugaba de niña, mi escuela y el instituto de música. Miré los lugares con nostalgia y abatía. Sentía rabia por tener que irme, pero sabía que cosas mejores vendrían.

Fui a comprar el boleto dando pasos pausados debido a la timidez. Me paré en el mostrador, bastante más alto que yo, y dije con la voz tenue.

— ¿Qué vuelos salen ahora?

—Disculpe—dijo la muchacha mirándome.

—Quiero saber que vuelos salen ahora—repetí.

— ¿A dónde se dirige?—me preguntó amablemente mientras miraba la pantalla del computador frente a ella.

—Realmente no sé—respondí con franqueza—. ¿Qué me recomienda? Mientras más lejos, mejor.

La mujer, que no parecía pasar los treinta años, me miró desentendida. En parte, entendí su reacción. No todos los días un futuro pasajero preguntaba a donde podía ir así como así. Me inspeccionó discretamente con la mirada, luego chequeó su computador, tecleó de forma veloz y volvió hacia mí.

— ¿Qué dices de California? Los Ángeles—sugirió—. Tengo un vuelo que sale en unos cuantos minutos, así que si quieres mejor nos apresuramos porque tendrías que hacer la revisión ahora mismo.

¿Los Ángeles? De mis opciones, creo que era la… cuarta. La primera era Nueva York, pero era muy obvio. California está al otro lado del país, nadie me encontrará allí.

—Lo tomo—afirmé con una sonrisa.

—Muy bien. ¿Su nombre?—preguntó la chica.

—Juliette Donovan—respondí. Mientras esperaba a que el boleto fuera impreso, pensaba en muchas cosas, pero lo que más ocupaba mi mente era el hecho de que estaba a medio camino de una nueva vida. Una vida sin sufrimientos, donde comenzaría de nuevo. En Los Ángeles nadie sabría quién soy, así que podía ser quien quisiera sin restricciones.

—Aquí tiene Srta. Donovan. Hacia allí es el check-in—dijo mientras señalaba hacia mi derecha. Pagué en efectivo, le agradecí amablemente y fui con mis cosas hacia allí.

Hice la fila y por suerte no faltó mucho para mi turno. Chequearon mi boleto y comenzó el check-in. Rogué que cuidaran mi guitarra ya que era el único bien material al que le tengo un afecto, por así decirlo. En dos años, aprendí a tocar de manera autodidacta y me adentró en el mundo de la música desde un punto de vista nuevo para mí.

Luego de la revisión, ya era hora. Tenía que tomar mi vuelo. Subí al avión y busqué mi asiento. K7. Por suerte un asiento de ventana. Me senté y los músculos me crujieron. Después de tanto caminar era obvio que iba a pasar eso. Saqué el iPod de mi bolsillo y lo prendí. Busqué una canción como para empezar, y al encontrarla, me acomodé más en el asiento y mi mirada se clavó en la ventana hasta que el avión partió.

Ya no había vuelta atrás. Este nuevo viaje en mi vida comenzaba ahora.

…………………………………………

El avión está por aterrizar en su destino, la ciudad de Los Ángeles. Permanezcan sentados por favor.

No hacía mucho que había despertado de mi largo sueño, y oír eso me hizo más que bien. Sonreí y susurré para mí misma ya estás aquí Juliette.

Puse el aparato de música de nuevo en su lugar, y mis ansias comenzaron de nuevo. Quería que el avión aterrizara ya en este preciso momento. Y cuando menos lo esperé, oí el anuncio.

Ya hemos aterrizado. Señores pasajeros, por favor bajen de manera ordenada.

Mucha gente pasó por el pasillo y esperé a que el tumulto disminuyera. Apenas no había mucha gente, me levanté y me preparé para salir. Apenas sentí el aire californiano golpearme la cara, sonreí ampliamente. Busqué mis pertenencias, por suerte mi guitarra estaba intacta, al igual que mis cosas. Como no era mucho, me colgué la mochila al hombro y comencé a caminar hacia la salida. Fui al centro de información para buscar algún mapa de la ciudad y así buscar algún hotel donde quedarme. Con el mapa en la mano, tomé un taxi y le dije las calles correspondientes a las que me llevara. Luego de unos cuantos minutos, el taxi paró. Le pagué y salí con entusiasmo. 

No sabía ni donde estaba, pero sabía que solo me hospedaría por algunos días hasta encontrar un trabajo y algún lugar donde quedarme.

Fui a la recepción y pedí ser registrada. Me dieron una tarjeta magnética que sería mi llave, pagué el depósito y una semana de renta, todo en efectivo. No necesité un botones que subiera mis cosas ya que tenía equipaje ligero. Llegué al tercer piso y busqué la habitación 320. Pasé la tarjeta y entré. La habitación parecía cómoda. Tenía una cama mullida con sábanas y cobertores en color blanco. Estaba muy agotada, así que dejé mis cosas junto a la mesita de noche y me tiré rebotando sobre el colchón. Sentía un gran alivio sobre los hombros, cosa que no sentía desde hace tanto tiempo. Me sentía segura, y con conciencia de que aquí no me pasaría nada. Miré a mi alrededor, reconociendo mi nuevo hogar por una semana o hasta que encuentre un trabajo. Pero de eso no me preocuparía hoy. Me levanté de un tirón y comencé a acomodar mis pocas pertenencias. Puse mi ropa en el armario y guardé algunas cosas en los cajones. Puse mi dinero en la caja de seguridad  y dejé un cuaderno de tapas duras con un bolígrafo sobre la mesa para escribir un poco por la noche. Luego de la separación de mis padres, el psicólogo al que fui me aconsejó que lo mejor para no sentirme mal y no hacerme ningún daño fuera escribir lo que sentía. A veces era bueno. Otras veces era peor para mi estado.

Saqué la guitarra y decidí ponerme a tocar un rato. Quité la púa del clavijero y comencé a puntear acordes a azar tratando de entrelazar una melodía. Mientras lo hacía, mi mente estaba en cualquier lugar menos donde debería, o sea, en la tierra. No dejaba de pensar en si esto era lo mejor para mi, si esta fue una buena decisión. Pero sabía que a la primera cosa buena que me pasase en esta ciudad, decidiría quedarme… para siempre. 

runaway love ➤ {schmidt}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora