8. Tormentos

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Sonreí tontamente cuando ya la tenía en frente. Ella, con convicción, se abalanzó a mis brazos para unirnos en un abrazo que ambos necesitábamos. Debido a la diferencia de alturas, la levanté unos centímetros del suelo. Después de tantas charlas, confidencias y otras cosas, nos unimos demasiado. Era un lazo que nadie en la vida rompería, ni siquiera mis estúpidos sentimientos. 

—No creí que vendrías—dijo con sorpresa mientras acomodaba su bolso.

—Te dije que lo haría—respondí—, y jamás rompo una promesa.

Me ofrecí a llevarla a su casa para quedarnos un rato a charlar, tomar algo y disfrutar la compañía del otro. Durante el viaje en auto, nos la pasamos cantando canciones de los 80’s que pasaron en una radio. Era muy divertida la manera en que podíamos desafinar, por lo que a veces soltábamos unas cuantas carcajadas.

Entre tantas risas, nos habíamos pasado una cuadra del edificio de Julie, así que tuve que dar la vuelta a la manzana para llegar. Estacioné y fuimos hacia la puerta. Julie abrió la puerta e hicimos una carrera hasta el ascensor; ella tocó el botón y subimos 5 pisos hasta que paró. Sacó otra llave y abrió la puerta de su apartamento.

—No es la gran cosa—comenzó—, y todavía no he podido limpiar bien, pero al menos puedo comer sobre la mesa y no sobre un par de cajas—concluyó mientras me hacía entrar y cerraba la puerta. Dejé mis cosas sobre el sillón y fui hacia la cocina con mi amiga. Estaba frente a la heladera buscando algo para beber o comer. Sacó una botella de gaseosa, buscó dos vasos y los llenó. Me pasó uno y fuimos hacia la sala a sentarnos.

Pasamos toda la tarde tonteando, hablando y contando un poco más de nuestras vidas. Supe que Juliette vivía en Chicago en una pequeña casa, que tenía una mejor amiga llamada Joan, y que le gusta mucho la música; no solo su pasión por la música, si no que muchas de las cosas que escucha también es lo que escucho yo. Teníamos muchas cosas en común, y eso me hizo sentir que… la conocía más.

Cuando la noche cayó, empezó una tormenta de aquellos. Hacía mucho que no llovía en Los Ángeles, así que sí se esperaba que esto pasara. ¿Lo malo? Se había inundado la entrada del edificio, por lo que era imposible salir de allí. Estábamos en un gran aprieto; me iba a tener que quedar aquí, pasar la noche aquí, con Julie. No sé si es malo o bueno, no tenía idea de nada.

—Así que… ¿te quedas o te aventuras a la tormenta del año?—me preguntó graciosamente mi morena amiga. Lo pensé, y lo pensé.

— ¿El sofá se despliega?—pregunté aún así contestando la duda de mi amiga. Ella rió entre dientes y disintió.

—Pero puedes dormir en mi cama—respondió—. Espera, eso sonó muy mal—gesticuló alterada—. A lo que me refiero es que… puedes dormir en mi cama, y como es grande, tenemos espacio para ambos… eso—explicó.

—Bueno, como no tengo ninguna opción—respondí.

—Entonces, o te vas a dormir ahora o nunca. Mañana tengo escuela y tengo que despertarme temprano—dijo mientras se iba hacia su cuarto. Giró en sus talones y siguió—. ¿Qué esperas? Ven, Schmidt—. La seguí y llegamos a su habitación. A un costado del armario había unas cuantas cajas acumuladas en pirámide.

—Bueno, yo voy a cambiarme al baño, tú arréglate o lo que sea—dijo mientras tomaba ropa de debajo de la cama y se encerraba en el baño. Me quité la bermuda y me dejé la misma remera que tenía ya que en presencia de una señorita no podía estar sin camiseta. Dejé mi gorra junto a la bermuda y la puse al pie de la cama. Abrí la cama y me metí entre las sábanas. A los dos minutos, Julie salió del baño con una pijama de musculosa y short, y el cabello atado. Se metió en la cama junto a mí y nos pusimos de costado mirándonos a los ojos.

—Buenas noches—dijimos al unísono. Nos dimos la espalda y al cabo de unos minutos caí dormido al son del ruido de las gotas de lluvia chocando contra los vidrios.

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Bueno, son la una de la madrugada y aún no puedo dormirme. Sí, no puedo dormirme en noches de tormenta. La lluvia no me molestaba para nada… el problema era cuando había rayos. O no puedo dormir, o me duermo y tengo pesadillas. La única persona capaz de hacerme dormir en noches así era mi padre cuando me cantaba una canción de cuna y al instante dormía de corrido hasta la mañana siguiente. Cuando el sueño me ganó caí dormida casi al instante.

Las pesadillas que aparecieron eran mucho peor a lo que me esperaba. Siempre son recuerdos turbios de mi pasado o algo muy malo que me haya pasado de pequeña. Ahora veía la antigua habitación de mi casa en Chicago. Decorada por mí con unas antiguas luces de Navidad en una de las paredes cerca de la cama, algunos posters pegados en las paredes celestes, en el piso había algo de ropa tirada y mi guitarra guardada en su funda junto al armario. Todo era como antes. Y, de repente, mamá entró pisando fuerte y sin tocar antes de entrar. Usual en ella si tenía que reprocharme que no tuviera suficiente dinero para mantener a su estúpido novio, y era culpa mía. No podía escuchar lo que decía, pero parecían gritos. Podía sentir como la garganta se me desgarraba debido a que tal vez yo también estaba gritando. A los minutos, sentí la mano de mi madre sobre mí, golpeándome duramente. Puñetazos, cachetadas, mi cuerpo cayendo contra el piso. El dolor que sentía era terrible e imposible de soportar. Me movía frenéticamente tratando de despertarme, pero sentía el dolor como si fuera real. La garganta me quemaba, y cuando la saliva pasaba por ella, me ardía. Después de tanto luchar, desperté en un grito y cubrí mi rostro con las manos. Apenas reaccioné, me di cuenta que había estado llorando, y seguía llorando sin parar. Sabía que una pesadilla venía, pero no pensé que sería un recuerdo de esos, y menos que se sentiría tan real. A los segundos, sentí un par de brazos rodearme… Solo podía ser Kendall. Siseó tratando de calmarme y acariciaba mi espalda esperando que sirviera de algo. 

—Tranquila, Julie—susurró buscando mi mirada. Me di la vuelta y me encontré muy cerca de su rostro. Miré sus hermosos ojos verdes que aún en tanta oscuridad brillaban. La habitación se iluminó luego de que otro rayo se reflejó. Estaba tan asustada y vulnerable que me escondí en su pecho. Él volvió a abrazarme tratando de parar los espasmos que invadían mi cuerpo haciendo que todos mis huesos temblaran. Aún algunas lágrimas caían fugazmente por mi mejilla mojando la camiseta de mi amigo. Volví a levantar la vista hacia su rostro, y sentí sus pulgares sobre mi rostro quitando cada rastro de llanto en él.

Sus labios se movieron suavemente diciendo—. No llores, todo estará bien. Solo ha sido un mal sueño—. Su voz tenía algo en mí, una especie de poder que nadie había tenido sobre mí. Me calmaba, y al mismo tiempo, me daba esperanza. Sabía que con él a mi lado no estaría sola, no me sentía la peor basura en el planeta, siempre y cuando lo tuviera a mi lado. Volví a acurrucarme en su pecho para ahora tratar de conciliar el sueño. El calor que emanaba su cuerpo era todo lo que quería y necesitaba para poder pasar la noche.

—Ahora sí, buenas noches—susurró. No pude responder gracias al dolor en mi garganta. Plantó un dulce y fugaz beso en la frente dándome varios sentimientos que no comprendía. No era que no supiera lo que eran las mariposas en el estómago, o esa cosa que enternecía mi alma. Pero lo que no podía entender era por qué me ocurría esto si yo no sentía nada por Kendall más que una hermosa relación de amistad. ¿O será que mi corazón me ha jugado una mala pasada? ¿O realmente me pasaban cosas con él pero mi negación me puso una venda en los ojos? Lo único que sabía era que él pudo calmarme tan rápidamente que no solo era sospechoso, si no que me hacía bien. En cuestión de tiempo, el sueño ganó y me dormí.

Tal vez no fue casualidad conocernos de esa forma hace un mes atrás… Tal vez estábamos destinados a estar juntos desde un principio. 

runaway love ➤ {schmidt}Where stories live. Discover now