0. Nemura

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Le hubiese gustado ver la luz del sol una última vez más.

Nemura Sichijou pensaba que aquel lugar no era tan malo después de todo. Disponían de un profesor, una sala llena de juguetes y medicación... ¿gratis?

El precio era ser, básicamente, ratas de laboratorio. Eso eran. No había otro nombre que coincidiera más con su ser: objetos de prácticas, experimentos, operaciones constantes y siempre dentro de aquella fábrica sin iluminación natural. Esas personas que les hacía sentir de aquella manera a los diez niños bajo observación y experimento, les prometían un futuro brillante y lleno de luz. ¿De la del sol? Nemura no lo sabía, pero sólo por eso quería crecer.

No sabía hasta qué punto era un necio, incluso a temprana edad.

Aquellos científicos habían cometido un grave error: recoger niños abandonados de la calle como si nada y comenzar a desarrollar en ellos quirks artificiales, antes de la manifestación de su quirk original.

No sabía hasta qué punto eran unos necios, incluso a temprana edad.

Nemura Sichijou tenía tres años. Pero recordará para siempre su último experimento, sus últimos momentos dentro de aquellas cuatro paredes iluminadas por una lámpara fluorescente que desprendía luz enfermiza. Mareante. Exhaustiva.

Las esposas abrazaban sus muñecas como si fuera lo último de lo que pendía su vida. Irónicamente, eran inertes. Nemura se preguntó por qué iba a temer del bisturí deslizándose verticalmente sobre la piel pálida de su brazo derecho, si hace tiempo que dejó de sentir dolor. La sangre caía por su brazo mientras sus ojos rojizos seguían fijos en la única fuente de luz de aquellas cuatro paredes.

Cerró los ojos, hizo un pequeño esfuerzo...

De aquella rendija abierta en su organismo salió una luz verde fluorescente cegadora. Las mujeres científicas que se encontraban alrededor se taparon el rostro de forma un tanto dramática ante la nueva fuente de luz, mientras gritaban cosas que Nemura no lograba entender.

No del todo.

Sabía que aquello era su quirk. Sabía que aquella mañana sería expulsado del laboratorio. ¿Aquello era una vía de escape? ¿Aquello era un derrumbe en la mina de diamantes que le prometieron que excavarían? ¿Aquello era el inicio de su inanición y soledad?

Encontró las respuestas a aquellas preguntas a los diez años mientras fregaba los platos de aquel bar, donde nadie le pudiese ver trabajando aún siendo menor. Sus antebrazos estaban cubiertos por vendas, y un apósito cuadrado bastante mullido adornaba su mejilla izquierda.

¿Para qué quería ver la luz del sol, honestamente?

La luz era lo peor que le podría haber pasado.

— ¡Otra botella! —escuchó gritar a un hombre de unos cuarenta años en estado grave de ebriedad.

¿Por qué aquel hombre les visitaba prácticamente todos los días? Era rara aquella noche que no escuchara su voz ronca y enfermiza fuera, en la barra. No veía su rostro, pero se lo imaginaba perfectamente como un hombre barrigudo con una barba de las que uno tiene cuando no se afeita en un tiempo. Unos cuatro pelos sobre una calva más brillante que el mismo plato que él estaba fregando...

Y, sin darse cuenta, estaba volviendo a imaginar a las personas a partir de detalles ínfimos.

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N E M O (n. 003)Where stories live. Discover now