1. Endler

129 12 7
                                    

Era un 20 de abril. Nemo podría tener ya los diecinueve años y llevaba una gabardina de tacto suave y un color beige apagado que podría pasar desapercibido como gris. Abril era el mes más triste para él porque acababa el invierno y entraba el calor, posiblemente el período de tiempo en el que más capas de ropa llevaba por la negación a desprenderse de su estación favorita. Nunca había sabido apreciarla lo suficiente como para que no ocurriesen aquellas cosas en abril.

Se rascaba la nariz levemente sonrojada por un resfriado, después de haber estornudado. Cualquiera que lo viese diría que estaba pasando por una época alérgica de las peores, pero Nemo sólo era alérgico al pelo de gato y perro, y a los ácaros.

De hecho, le gustaba bastante ver las flores saliendo por primera vez. Le gustaba sentarse en aquel banco en el que, a recostar su espalda en él, se hundía en el arbusto que se hallaba justo detrás y del cual salían unas flores de pétalos rosáceos y suaves como el color del cielo al atardecer.

Artistas callejeros se dedicaban a tocar música con acordeones, guitarras y varios instrumentos en aquel asfalto naranja que cubría el césped del parque para que todo el mundo pudiese admirar su belleza, o hacer como una persona tan peculiar como Nemo y hundirse en un arbusto sólo para ver las flores que emanaban de sus tallos.

Justo mientras un guitarrista se dio media vuelta de la carcasa llena de monedas para hablar con alguien, pudo distinguir lo que era una mano humana bastante pequeña y de dedos pálidos y finos introducirse en la funda del instrumento. Una vez el puño estuvo lleno de algunas de las monedas que contenía, se volvió a esconder en el arbusto con el típico ruido de las hojas frotándose entre sí.

Nemura se levantó mirando el lugar de donde había salido la mano y se acercó a paso lento a éste. Justo a mitad de camino, un bulto blanco salió de entre las hojas, saltando y echando a correr hacia la carretera, donde un largo pitido que provenía de un vehículo le aturdió antes de que éste frenara a poca distancia del chico.

Fue entonces cuando Nemo pudo distinguir que aquella complexión no era de un chico sino de un niño. Asustado, corrió hacia la carretera para tomar al chico de una de las mangas de su camiseta grande y rasgada, pidiéndole perdón al conductor que estaba en el mismo estado de shock que el niño de apenas once años.

Lo llevó de vuelta al parque un tanto estrepitosamente debido a la parálisis que sufría el niño, de lejos se podía escuchar el ruido de las monedas chocando entre sí dentro de una pequeña bandolera de cuero marrón que llevaba al hombro. Iba descalzo, y sus manos estaban lo suficientemente sucias como para que Nemo se percatara de ello.

Sentó al chico en el mismo banco de antes, agachándose frente a él.

— Escucha, pequeño, hay que mirar a ambos lados antes de cruzar... —le murmuró con suavidad, no quería volver a asustarle. Para asegurarse de tenerlo en el punto de mira, dirigió la vista directamente hacia sus pupilas, dándose cuenta de que los ojos celestes ajenos carecían de brillo alguno.

Aún así, como pensaba, sus palabras más que relajarle, lo pusieron más nervioso. El niño trató de levantarse del banco con éxito, saltando sobre los hombros de Nemura. Esto hizo que, del impulso al saltar, la frente del mayor chocase contra el borde de madera del banco, dejándolo un tanto aturdido. El niño de cabellos albinos volvió a salir corriendo, desapareciendo entre la gente y empujándola para hacerse paso con su reducida estatura.

En cuanto se recuperó, Nemo se frotó la frente, notando un suave escozor en el hombro del brazo con el que trató de relajar el dolor de su rostro. Al dirigir la vista ahogó un grito: un profundo corte del que comenzaba a emanar su sangre ahora adornaba su hombro.

Con al mano sobre la herida, salió corriendo hacia el hospital más cercano, haciéndose paso entre la gente de la misma forma que el albino, aunque de forma un tanto más eficaz.

N E M O (n. 003)Where stories live. Discover now