2. Edric

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Muchas gracias por su asistencia, señor Bonbon. Hasta aquí llega la entrevista de---.

Arnold A. Bonbon apagó la televisión de plasma e hizo caer el mando gris sobre la mesa baja del salón, seguido de un estruendo al levantarse de su sillón, cubierto por una funda suave de dibujos imperiales y celestes.

Era un hombre esbelto y alto de cabellos cortos, despeinados y negros, ojos rojos como manzanas maduras y arrugas en los extremos de los ojos. Una barba poblada y puntiaguda. El demonio en persona.

A sus espaldas, una mujer bastante joven en apariencias con un vestido largo y negro que le hacía más delgada de lo que ya era, se alzaba con las manos una sobre otra delante de su torso, mirada fría de sus ojos grises clavada en la alfombra de color cian a sus pies. Su cabello rubio estaba recogido en un moño lateral, aunque dos mechones laterales caían libres sobre su pecho. El cuello del vestido casi alcanzaba la mandíbula tapizada con piel blanca como la flor de lirio, suave como una nube. El ángel en persona.

— Nadie va a creer esa mierda que has soltado, Alfred —musitó en un tono agresivo y con matiz furioso, aunque el cansancio predominaba en su voz.

— ¡Nadie ha pedido tu opinión, zorra inútil!

La luz naranja que entraba del atardecer por el ventanal tras la pantalla del televisor fue testigo del golpe que azotó a la mujer en el rostro, haciendo que retrocediera más de tres pasos, tropezara con el filo de la alfombra y cayese contra una de las paredes amarillo claro de la mansión.

Bajo uno de los ojos grises una marca roja latente se pintó.

Mientras, del mismo color estaban teñidas las vendas que caían al suelo en el piso superior. Eltrice Bonbon, quince años, estaba bajo observación psicológica por un TCA (Trastorno de Conducta Alimentaria) y por autolesiones, según ella, "involuntarias".

— Romance...

Dejó caer los vendajes rojos al parqué de color miel que cubría el suelo de su habitación, con la mirada de sus ojos carmesíes paternos fija en las tablas. Su cabello era puntiagudo y rubio, con las puntas cada vez más oscuras hasta acabar en negro. Dos largos mechones saliendo de su frente y cayendo a ras de ambas sienes de la chica. Un vestido blanco que le llegaba por las rodillas cubría la piel tan clara como la de su madre, un cuerpo enfermizo en todos los sentidos de la palabra. Cualquiera que le mirase diría que, o es un muerto viviente, o una muñeca.

— ¿Cómo podrán romantizar esto...? —murmuró, posando los brazos sobre su regazo.

Justo en aquel momento, la madera teñida de azul claro tembló al ser golpeada por nudillos extranjeros. La chica se levantó y, tras intentar forcejear el pomo varias veces con sus manos, o más bien; sus huesos cubiertos de pellejo, por fin abrió la puerta.

— Eltrice...

Era su madre. Llena de moratones allá por donde el traje no cubría, su piel era más roja y morada que blanca. El horror bañó el rostro de la chica quinceañera que comenzó a temblar, pisando las vendas sin querer.

— Madre... ¿qué...? —musitó apenas.

— Eltrice... tienes que irte... vete... —la mujer sujetó su abdomen con su antebrazo de forma dificultosa, entrando al cuarto y cerrando la puerta con algo de apuro—. Coge tu mochila... tus cosas... dinero... y sé otra persona. Te lo ruego...

— Pero...

— Tu padre... Eltrice, en serio, vete.

La mujer ya completamente delirante empujó a la chica, haciendo que ésta cayese sobre la cama al no tener mucha fuerza física para mantenerse.

N E M O (n. 003)Where stories live. Discover now