03| El nuevo inicio en la élite

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Sonó el despertador a las 6:30 am

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Sonó el despertador a las 6:30 am. Quizá fue demasiado exagerada al programarlo a aquella hora. Tampoco se podía decir que hubiera dormido mucho. A lo largo de la noche, se había despertado en varias ocasiones. Los nervios no le habían permitido conciliar el sueño de tal modo que, cuando sonó la alarma, a pesar de todo el descanso que le faltaba, su alteración la espabiló muy pronto.

Bajó a la cocina después de haber pasado previamente por el servicio a asearse y se preparó un poleo menta con leche. Necesitaba el sabor de la menta para poner a rajatabla su mal de nervios.

El proceso de después fue el habitual: coger el autobús público para llegar a su destino. El único inconveniente era que, debido al atasco en las carreteras, había llegado un poco más tarde de lo previsto. Justo a escasos minutos de que comenzaran las clases.

Cuando cambiaban de curso, cambiaban de aula y, por lo general, de compañeros. Ignoraba en qué clase le había tocado, por lo que fue al tablón de anuncios a comprobarlo. Tenía tanta prisa que ni siquiera se molestó en revisar otros nombres y fue directa a la "T" de su apellido. Turpin, Spencer: 2º Bach A.

Llegó a la sala en cuestión con la piel erizada. Al entrar vio que no había llegado el tutor de aquel año, pero sí que parecía haber llegado todos los alumnos. Se mostró feliz al ver a Thomas sentado en un pupitre cerca de la ventana; era como si tuviera esa plaza reservada. Siguió mirando con atención en busca de Dalia, pero para su desgracia en su campo visual no entró un cabello rubio platino, sino uno cobrizo. Sentado en la esquina del fondo se encontraba Bruce, logrando que su corazón se oprimiera al instante.

Él no se había percatado de su presencia por lo que se apresuró a recorrer el aula hasta llegar a un asiento libre cerca de Thomas.

—Buenos días y buen principio de curso —dijo animada mientras dejaba su cartera sobre el pupitre y miraba de reojo a Rimes. Parecía no haberse dado cuenta todavía.

—Hey. Buenos días, Spencer. —Le dedicó una sonrisa mientras se rascaba la nuca—. ¿Cómo estás?

—Estupendamente. —No pudo evitar desviar la mirada hacia el pelirrojo, aunque fuera fugaz.

—No te preocupes. —Volvió a mirar a Thomas que continuaba sonriendo—. Por él digo —aclaró al ver la confusión en el semblante de Spencer—. Yo estoy aquí contigo.

—Gracias, Thomas. —Se sentó—. Eres un buen amigo.

No respondió, solo le dedicó una expresión afable, como hacía siempre. Con esa sonrisa que lograba aliviar sus temores, un efecto que sólo conseguía él.

No tardó en olvidar la presencia de Bruce a unos asientos atrás. De lo que no fue consciente era que, cuanto más lo ignoraba, más le observaba él desde la distancia. Y que, al igual que a ella, algo en su pecho se oprimía hasta desgarrarle el alma.

—¡Spencer! —exclamó Dalia achuchándola—

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—¡Spencer! —exclamó Dalia achuchándola—. Jo, estamos en clases diferentes.

—Lo sé. —Puso los ojos en blanco—. ¿Y sabes lo peor? —Su amiga negó con la cabeza—. Está Bruce en mi clase.

Dalia se llevó las manos a la boca, en un gesto escandalizado.

—Ay, no.

—Ay, sí.

—¿Te ha dicho algo?

—Negativo. —Se metió Thomas en la conversación sin que ninguna de ellas se diera cuenta—. He estado alerta todo el rato —informó cruzándose de brazos.

—Y parecía que estabas completamente a lo tuyo —comentó Spencer riendo.

La diminuta y pálida mano de Dalia agarró la de Thomas.

—Me alegro de que estés cerca de Spencer en estos momentos —dijo con mucho cariño.

—Bueno, tortolitos, tampoco necesito sobreprotección. —Spencer enseñó el brazo en posición de sacar músculo—. Se os olvida que soy la campeona en plantarle cara a esa cabeza zanahoria. Voy a estar bien.

Los Monckey Moon acababan de terminar su pequeño bolo

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Los Monckey Moon acababan de terminar su pequeño bolo. El guitarrista apoyó su instrumento contra la pared y bajó a pedir una cerveza. Justo cuando estaba a punto de agarrar el vaso que le habían servido se percató de que, a no a mucha distancia de él, estaba sentada sobre un taburete una chica de pelo corto y largas pestañas.

Se acercó a ella con cierta duda.

—Miller —llamó cuando estuvo seguro de que se trataba de ella—. Nos volvemos a ver en estos ambientes. —Sonrió ampliamente.

—Hola. —dijo escuetamente mientras se esforzaba por no sonreír. Observó las pequeñas gotas de sudor que caían por su sien—. Te veo algo sudado.

—Sí. —Secó su sudor algo avergonzado con el extremo de su camiseta—. Hace mucho calor aquí dentro y cuando estás tocando se nota todavía más. Bueno, ¿cómo tú por aquí?

—¿Tan raro es? Me gustan los bares de este estilo —entrecerró los ojos y dejó escapar un bufido—. No pienses que he venido porque sabía que ibais a tocar. —Se colgó el bolso en el hombro—. Ha sido mera casualidad.

—No, si yo tampoco pensaba...

—Hasta luego. —Se despidió dejando a un confuso Matt tras de sí.

Normalmente no actuaría así. Por aquella razón ella también estaba algo confusa. Y nerviosa. Bastante nerviosa.

 Bastante nerviosa

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La risa del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora