22| Preguntas y respuestas

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Llevaban ya un largo rato caminando por las calles cercanas al punto de encuentro y todavía no habían cruzado ni una sola palabra desde que se vieron

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Llevaban ya un largo rato caminando por las calles cercanas al punto de encuentro y todavía no habían cruzado ni una sola palabra desde que se vieron. El silencio que los rodeaba no terminaba de resultar incómodo, pues se habían acostumbrado a la presencia del otro, pero simplemente ninguno de los dos sabía qué decir.

Aquella situación despertaba en la joven cierta calidez al recordar momentos parecidos en los que simplemente caminaban uno al lado del otro. Si fuera como hacía un tiempo atrás, él rompería la calma del ambiente con alguno de sus comentarios estúpidos y narcisistas que le provocaban auténtica risa y que hubo una vez que los odiaba. Sabía que era diferente y que no se atrevería a hacerlo con lo tensas que estaban las cosas entre ellos. Tampoco necesitaba que dijera nada. Estaba tan feliz de que continuara allí que casi no podía desdibujar aquella sonrisa tonta de su cara. Después de todo, él la había esperado como dijo que haría. No obstante, se sentía culpable por haber tardado tanto en acudir, ocasionando que la estuviera esperando tanto tiempo en la calle con el frío que estaba haciendo.

—Siento haber tardado tanto... —dijo de nuevo en un hilo de voz, avergonzada.

—No importa. —Se limitó a responder mirando hacia el frente, pensativo.

—Has estado mucho tiempo allí... —comentó buscando como continuar la frase, pero únicamente provocó que su acompañante mirara hacia arriba al oírla, adelantándose a sus próximas palabras.

—Eso ha sido decisión mía. —Apoyó su mano en el hombro de ella con delicadeza, con miedo de acercarse más de la cuenta.

El silencio volvió a emerger entre ellos, pero no duró mucho pues decidieron entrar a una cafetería cercana donde, una vez sentados uno frente al otro, se dieron cuenta de que tenían que afrontar sus problemas a la cara. Como debieron haber hecho hacía meses.

El local estaba tranquilo. A esa hora, poca gente quedaba que fuera a tomar un café. Se escuchaba el sonido de la vajilla tras la barra, al igual que el de la cafetera. Una radio encendida decoraba el local. La voz del interlocutor hablaba:

«(...) La corporación Concept es considerada una de las mayores potencias económicas de Inglaterra.»

El ceño del pelirrojo se arrugó al escucharlo, pero no dijo nada.

La camarera trajo las bebidas. Dos tés. Nada más. Té negro para Bruce y té de naranja para Spencer. La segunda mencionada, agarró la taza y le dedicó varios soplidos antes de darle un pequeño sorbo que le quemó la lengua y la obligó a apartar el recipiente apresuradamente. El chico observaba con detenimiento los movimientos de ella, con la cabeza ladeada apoyada en su mano. Obvió que pese a haber tomado muchos tés en su vida, seguía bebiendo las infusiones antes de que se enfriaran un poco, lo cual dibujó una sonrisa ladeada en su rostro. A veces Turpin podía ser muy torpe.

—Pensaba que le echabas azúcar al té. —Dicho dato sí que lo consideró digno de apreciación.

Ella negó con la cabeza.

La risa del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora