Capítulo 3: La cita

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Me quedé parado en la entrada, mirándola. Leía otro libro sin prestar atención a nada a su alrededor. Ella todavía no sabía que yo estaba ahí. Se había sentado en la misma mesa de la otra vez y frente a ella había una silla vacía. ¿La había preparado para mí? Esta vez no vestía de manera extraña. Tenía puesta una remera blanca con pequeños dibujos del pokemon Bulbasaur que abarcaban toda la prenda. Sobre la remera llevaba una camisa escocesa negra y roja abierta, mientras que una falda cubría sus piernas. Era larga hasta los tobillos, de un naranja tan brillante que era capaz de enceguecer con el reflejo del sol. El pelo ondulado le caía prolijamente sobre los hombros. A diferencia del viernes pasado, se había peinado antes de venir.

Tragué saliva con mucho ruido y avancé con cuidado hasta la mesa. Miré a la chica y la saludé con un suave y muy tímido "hola". Hablé tan bajo que apenas me escuchó. Ella levantó la vista del libro y me recibió con una sonrisa. Me preguntó cómo estaba. Su tono de voz era dulce y amable, desprendía una calidez que me invadió de inmediato. Adentro mío los tentáculos del mismísimo Cthulhu apretaban con vehemencia mi corazón. Me puse colorado y ella lo notó, soltó una ligera risita de niña y bajó la vista nuevamente hacia el libro. Sus mejillas también tomaron una coloración rojiza con rapidez.

Llamé al mozo y le pedí un expreso doble. Vi que mi compañera ya tenía un frappé. Miré alrededor y vi que mi mesa favorita estaba desocupada. De hecho, había poca gente, como casi todos los viernes. Me atravesó el fugaz deseo de trasladarme a aquél lugar, el impulso de seguridad de mi mente, intentando volver a mi lugar de confort. En seguida deseché la idea absurda, quería estar en la mesa donde me encontraba.

Quería estar con ella.

Los segundos se transformaban en minutos. Ninguno de los dos decía algo. Ella leía y yo miraba mi café, ambos en silencio. Lo único que hacía era moverme en la silla, incómodo. No sabía qué hacer. Bueno, en realidad sí sabía qué hacer. No me animaba a hacerlo. Algo tan simple como hablar con ella me resultaba tan difícil. Quería conocerla, saber su nombre, su comida favorita, la música que escucha, sus aficiones... Pero para descubrir todo aquello tenía que dejar mi miedo mi miedo de lado. Pensaba mil cosas a la vez, pero no decía ninguna. Mi mente se iluminó por un instante y saqué a las apuradas la novela de Deveraux de mi mochila.

—Te traje el libro—le dije en apenas un murmullo. Otra vez mi voz me traicionaba. Le entregué el volumen sin mirarla.

—¡Ay! ¡Muchas gracias!—me respondió con alegría mientras lo agarraba. Sus dedos rozaron los míos.

Levanté a vista y descubrí una enorme sonrisa que abarcaba su rostro casi de oreja a oreja. Sus ojos eran algo pequeños, aumentaban la sensación de fragilidad y delicadeza que emitía. Mis cachetes volvieron a arderme y su sonrisa aumentó un poco más.

—Sos divertido—me dijo de repente. No esperaba aquella afirmación, me dejó descolocado—. Me llamo Eugenia—agregó.

—Yosoymatías—le respondí sin respirar. Ella largó una carcajada.

—Yosoymatías, ¿trajiste un libro como te pedí la semana pasada?—todavía se veía alegre, pero su mirada parecía la de una madre a punto de regañar a su hijo.

—Sí sí—respondí con insistencia—. Y me llamo Matías—esto último lo dije mientras me agachaba de nuevo a buscar la mochila. Agarré con fuerza la obra de Lovecraft, depositando en ese libro toda mi esperanza.

—Buenísimo—respondió, y siguió leyendo. Yo me quedé ahí, mirándola sin entenderla. ¿Acaso esa chica era tan rara como yo?

Tomé el café y empecé a beberlo de a pequeños sorbos. Todavía estaba caliente, pero ya se había empezado a enfriar. Sin saber qué hacer, miré alrededor varias veces. Eugenia no me prestaba atención, parecía no estar interesada en hablarme siquiera. Se me vino a la mente la frase que me escribió en su libro la semana anterior. Traé uno vos también así no te aburrís mientras tomamos algo. ¿Acaso no me hablaría por el resto de la cita? ¿Podía llamarle cita a eso? Dejé de prestarle atención a todo y me sumergí en el relato del ente primigenio.

—Matías, se enfría tu café.

Me asusté al escucharla. Pensé que me ignoraba por completo, pero había estado atenta todo el tiempo. Y tenía razón. Bebí de mi café y estaba frío.

—¿Qué estás leyendo?—preguntó curiosa, inclinándose hacia delante para ver mi libro.

—La llamada de Cthulhu—lo cerré y se lo entregué. Ahí iba mi ofrenda, mi intento de atraerla literariamente. Lo agarró y casi sin mirar la ilustración de la tapa se puso a leer la sinopsis en la contraportada. Cuando terminó empezó a hojearlo. Luego lo cerró y lo apoyó en la mesa.

—Lovecraft—murmuró para sí misma. Yo la miraba con interés—Lovecraft—dijo ahora sí, dirigiéndose a mí—no lo conozco.

Despertó una sensación iracunda en mi interior. Daba por hecho que todo el mundo lo conocía, aunque podían llegar a gustarles sus obras o no. ¿Acaso sólo sabía de novelas románticas?

—¿Cómo no vas a conocer a Lovecraft? ¡Es el mejor escritor de terror de la historia!—esa situación hizo que me relajara un poco. Al hablar del oriundo de Providence podía ser yo mismo sin miedo—Mirá, si querés llevátelo y la semana que viene me lo traes.

—¿En serio? —Eugenia adoptó una expresión malvada—¿Me estás invitando a una cita?

No supe que responder, esa pregunta me sacó todas las palabras de la mente. Intenté contraatacar.

—¿No estamos en una cita?

—¡Por supuesto que no! —cerró los ojos un instante y esbozó una sonrisa—Nos reunimos hoy para que me devuelvas mi novela.

—Bueno, la semana que viene nos vamos a reunir de nuevo para que me devuelvas la mía—había perdido un poco de seguridad y mi voz no sonó tan firme como me gustaría, pero surtió el efecto que buscaba. Ella estaba riendo.

—Bien jugado Matías, bien jugado. Poniéndonos serios, ¿cuáles son tus géneros de lectura favoritos?—me preguntó mientras guardaba el pequeño tomo de Lovecraft en su cartera.

Los tentáculos dejaron de oprimir mi corazón. Estaba disfrutando mucho esa tarde.

Todos los viernes a las tres  (En edición)Onde histórias criam vida. Descubra agora