Capítulo 10: La flor

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 El viernes terminó generando en mí una extraña mezcla de satisfacción y éxito por un lado, y decepción y fracaso por el otro. Me encantó compartir la tarde con Eugenia, además de que podía percibir cierto avance en lo que ya podría llamar nuestra relación. Aún no eramos pareja, claro está, pero ya había muestras de cariño por parte de ella hacia mí, lo cual me sorprendió un poco. El beso que me había dado en la mejilla tuvo un significado mucho más grande del que ella hubiese imaginado. Sin embargo el día no fue perfecto porque no logré conseguir la respuesta que esperaba encontrar. Seguía siendo un misterio la manera en que ella consiguió mi dirección y ahora la oportunidad de averiguarlo se había esfumado casi por completo. No volveríamos a vernos hasta el siguiente sábado, si es que ella tenía el día libre. Ese era el otro tema que me producía intriga: ¿a qué se dedicaba Eugenia? Lo poco que mencionó sobre su profesión apenas y servía para tener una vaga idea al respecto. Tan sólo sabía que estaba relacionado de alguna manera a recursos humanos según ella, un ámbito que me resulta desconocido y que tan sólo puedo relacionar con las personas que se encargan de contratar empleados en una empresa. Recordé entonces una frase que había dicho, por ahora no tenés de qué preocuparte. Su tono de voz había sido muy dulce y suavizó de manera notable la posible amenaza que contenía aquél mensaje. También podía considerarse una advertencia si lo analizaba desde otro punto de vista. Una advertencia de que en un futuro no muy lejano tendría motivos serios para preocuparme. ¿Por qué me había dicho aquello? Encima ella había logrado averiguar mi dirección por su propia cuenta... Era misteriosa con su verdadero trabajo, mientras que su empleo en la tienda de ropa lo calificó como algo pasajero... ¿Podría tratarse acaso de una agente encubierto? ¿Era Eugenia una versión femenina y argentina de James Bond? Estuve divagando vaya a saber uno por cuánto tiempo hasta que al fin, avanzada la madrugada, caí en un profundo sueño.

Al abrir los ojos Eugenia se encontraba frente a mí, parada frente a mi lecho. Sus ojos brillaban en la oscuridad con la luz de la luna que se filtraba por la ventana, entre las cortinas que se movían de manera constante por el viento. Me senté y ella se acercó a paso lento hasta llegar a mi cama, a la cual se subió y continuó avanzando con la misma lentitud, apoyada en sus rodillas. Se encontraba seria y su belleza era increíble, anulando mi susto inicial y transformándolo en una agradable sensación. No podía apartar mis ojos de ella, su piel suave resplandecía y resaltaba ante el floreado vestido de verano que llevaba puesto. Pude apreciar que se encontraba descalza y que nuevamente parecía no verse afectada por las bajas temperaturas. No se detenía, mantenía el ritmo al que avanzaba esquivando mis piernas, sin siquiera rozarme. Al tenerla más cerca noté que llevaba el cabello decorado con pequeñas flores de pétalos blancos. Cuando tuve su rostro frente al mío abrí la boca para decir algo, pero la bella muchacha me detuvo apoyando un helado dedo índice sobre mis labios, dándome a entender de que no tenía que decir palabra alguna. Tenía la sensación de que algo giraba en círculos alrededor nuestro, como si fuese magia estrechando un espiral invisible haciendo que la distancia que nos separaba se redujese poco a poco. Quizás una sola palabra bastaba para romper el hechizo, por lo que obedecí su orden y mantuve el silencio. Se acercó tanto que nuestras narices estaban a punto de tocarse. Mi cuerpo temblaba de los nervios, sentía su respiración pausada y noté que sus ojos empezaron a cerrarse. La imité y contuve la respiración, no era capaz de moverme. Sin percibir absolutamente nada, me quedé ahí esperando a que ella diese el último paso, pero jamás sucedió. Abrí nuevamente los ojos y me di cuenta de que me encontraba recostado en mi cama, sin nadie más en la habitación y con la luz del sol dándome directo en la cara.

Me levanté consternado, todo aquello no había sido más que un sueño. Sí, se trataba de uno muy real, a tal punto que hasta su respiración era palpable y no había ningún indicio de que se tratara de un sueño. Además recordaba todo a la perfección, sin ningún rastro de la laguna mental que me ataca apenas me despierto y que poco a poco va consumiendo las pocas imágenes que mi mente logra retener. En este caso el recuerdo de Eugenia y su aparición nocturna se mantenía tan vívido como si hubiese ocurrido de verdad. 

Teniendo el fin de semana libre, aproveché para dirigirme a La esquina de José para disfrutar la tarde tranquilo leyendo el nuevo libro que me dejó ayer Eugenia. Se trataba de El mastín de los Baskerville y nuevamente la joven acertó al prestarme un libro que llevaba tiempo deseando leer. En este caso el volumen se encontraba bastante deteriorado, evidenciando un prolongado uso y reiteradas lecturas. Al llegar a la cafetería con el volumen en mano me llevé la desagradable sorpresa de encontrarla cerrada. Un pequeño papel blanco pegado en la puerta rezaba Cerrado por duelo. Grande fue mi preocupación que en ese mismo instante saqué mi celular y llamé a María para averiguar qué había pasado y para asegurarme de que ella se encontraba bien. Luego de un largo rato en el que creí que no me atendería, al fin contestó entre sollozos y con gran dificultad me dijo que en un accidente de tránsito había fallecido Ariel, su compañero de trabajo. Ocurrió el viernes por la tarde y aparentemente ése había sido el motivo por el cual el muchacho no acudió a trabajar luego de retirarse al mediodía para visitar a su hermana, quien recientemente había sido operada del apéndice y se encontraba internada en el hospital. Intenté consolarla en la manera que me fue posible dado que yo también me sentí bastante afectado por la triste noticia. Al cortar me dirigí a paso lento hacia casa y con la mirada perdida la mayor parte del tiempo, prestando atención sólo en los momentos en que tenía que cruzar una calle.

Llegué a casa acongojado y suspirando a cada rato, con cierto vacío en mi interior. Dejé el libro sobre la mesa donde más tarde tomaría un café. Había pensado prepararme uno al instante para compensar el que no pude consumir en la cafetería, pero me encontraba desganado, por lo que decidí dirigirme directamente a mi habitación y recostarme en la cama un rato, por lo menos hasta que la tristeza cediera un poco. Así me quedé observando el techo hasta que el frío se hizo tan intenso que me vi obligado a levantarme y cerrar la ventana. También corrí las cortinas generando un ambiente apenas más oscuro, pero lo suficiente para que mi cuerpo me permitiera dormir una pequeña siesta. Al caminar de nuevo hacia la cama mi corazón se detuvo unos segundos al tiempo que un escalofrío recorría mi espalda desde la nuca hasta la cintura, erizando cada vello de mi cuerpo. Posada tímidamente sobre el acolchado se encontraba una pequeña y delicada flor de pétalos blancos.




El próximo capítulo será publicado el viernes 1 de septiembre.




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