Epílogo

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Ya ha pasado un mes desde que Valentina llegó a este mundo. Un mes lleno de cambios y situaciones nuevas. Un mese muy intenso en los que, tanto Kevin como yo, hemos vivido entre nubes de algodones. Tantas noticias buenas juntas nos han desbordado y si a eso le sumamos las pocas horas de sueño que llevamos encima porque nuestra diminuta guerrera no para de abrir la boca y clamar comida, baño o pañales limpios. Pero aún así no nos quejamos. Estamos felices y se nos nota.

Hoy por fin nos han dado el alta. ¡Ya podemos volver a nuestra casa! Estamos en el aeropuerto a punto de embarcar. Vamos cargados hasta los ojos solamente con cosas de Valentina. Que si la silla de paseo, el cuco, el cambiador portátil, pañales, biberones, chupetes, ropita, vitaminas y una larga lista de cosas más. Para ser un moco que no mide más de 60 centímetros necesita más cosas que su padre y yo juntos.

Son las 6 de la tarde cuando llegamos por fin llegamos a España. Aunque ya haya pasado la Navidad, todavía hay montones de luces y adornos por todos lados y yo no puedo dejar de mirar como si fuera una niña pequeña.
-¿Te gusta verdad? – Kevin interrumpe mis pensamientos.

-¡Oh Dios Kevin, esto es precioso! ¡Cuando era pequeña solía visitar Madrid con mis abuelos en estas fechas! ¡Nunca me cansaré de venir a verlo!

-Sí, es precioso... Pero vengas, vamos que debemos llegar a casa y aún nos quedan varias horas de viaje... - dice sacándome de mi ensoñación.

El reloj apunta las 8 de la tarde cuando Kevin aparca el coche justo en nuestro portal. Valentina, agotada, ha conseguido dormirse después de todo el viaje llorando. Con mucho cuidado Kevin la coge en brazos para colocarla en el carrito.

Estamos en la puerta de nuestra casa. Me muero de ganas de entrar, quitarme esta ropa, ponerme un pijama gordito y arroparme con una manta hasta las orejas y acurrucarme sobre Kevin mientras comemos guarrerías y vemos una película de esas que ponen en Antena 3.

Pero todo eso deberá esperar pues al abrir la puerta me reciben miles de globos de color rosa flotando del techo de los que cuelgan unos hilos con miles de fotos de Kevin y mías. Fotos que nos hicimos el día que nos dimos nuestros primeros besos, de mis viajes a Londres, cuando me regaló a Pipí. Todos nuestros buenos momentos inmortalizados en fotos en la que se nos ve felices, relajados y sobre todo muy enamorados.

De pronto, comienzo a oír los acordes de una canción que hace que todo el vello se me ponga de punta. Esa que solamente me recuerda a una persona, mi amor, mi vida, el papá de la niña más bonita que existe sobre la faz de la tierra y el único capaz de hacerme feliz. Kevin.

Sin darme cuenta he entrado hasta el salón. Me giro en busca del causante de todo esto y allí está detrás de mí, arrodillado, con nuestra pequeña durmiendo en su sillita.

-Pero, Kevin... ¿Qué... que es todo esto?

- Ya sé que te lo he pedido y me has dicho que sí, pero tú no te merecías que te pidiera matrimonio de una forma así. Quizá esta tampoco sea lo que te mereces, quizá te mereces que te lleve a París y en lo alto de la Torre Eiffel, me arrodille y te diga que eres la mujer de mi vida, la que me hace feliz con tan solo una sonrisa, la que ha dado luz a mis días grises, la que ha luchado por mí, la que me lo ha dado todo sin pedir nada a cambio, la que me ha hecho el hombre más feliz y afortunado simplemente por el hecho de tenerte a mi lado y darme una hija que es tan preciosa como tú.... Porque desde el día que te vi corriendo como una loca hacia la parada de taxis, sabía que debía arriesgarme, coger ese taxi aunque tú hubieras montado antes. Ese día me enamoré de tu boca, de tu pelo, de tu mal humor, tu sinceridad y aún hoy, después de casi un año de aquel maravilloso día, me sigues enamorando, te amo Adriana. Te amo como no pensé que lo haría nunca...

Besos de esos #EDITМесто, где живут истории. Откройте их для себя