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Cuando por fin Ricky Hawthorne concilió el sueño, fue como si no estuviese, simplemente soñando, sino como si en realidad lo hubiesen levantado en vilo, estando aún despierto, para trasladarlo a otra habitación en otra casa. Estaba acostado en un cuarto desconocido, esperando que algo sucediera. El cuarto parecía abandonado, parte de una casa abandonada. Sus paredes y piso eran tablas desnudas. La ventana era sólo un marco vacío y la luz del sol se filtraba por una serie de resquicios. Las motas de polvo bailaban bajo esos crudos rayos de luz. No sabía cómo lo supo, pero estaba seguro de que algo habría de suceder y de que eso le daba miedo. No podía bajar de la cama, pero aun cuando sus músculos le hubiesen obedecido, sabía con la misma seguridad que no podría escapar a lo que estaba por sobrevenir. El cuarto se hallaba en un piso alto de la casa. Por la ventana veía solamente nubes grises y un cielo azul pálido. Sin embargo, lo que quería que fuese que estaba por sobrevenir, llegaría desde el interior, no desde afuera.

Tenía el cuerpo cubierto con un acolchado tan desteñido que algunos de sus cuadrados eran blancos. Bajo al acolchado, tenía las piernas paralizadas como dos columnas levantadas de tela. Al mirar hacia arriba, vio que advertía los menores detalles de las tablas de madera de las paredes con claridad inusitada: veía el curso de las vetas a lo largo de cada una de ellas, la forma de los agujeros donde faltaban nudos, la cabeza sobresaliente de los clavos arriba de ciertas tablas. Las pequeñas ráfagas llenaban el cuarto y desplazaban el polvo de un lado a otro.

En la planta baja de la casa oyó un gran ruido, el ruido de una puerta que se abría con violencia, una pesada puerta de sótano que golpeaba contra la pared. Hasta aquel cuarto en un piso alto se estremeció. Al escuchar, oyó a alguna forma compleja arrastrarse fuera del sótano. Era una forma pesada, de animal y debió abrirse paso por el marco de la puerta. Se oyó el crujido de astillas y Ricky oyó a la criatura golpear con un ruido sordo la pared. Lo que fuese esa criatura, comenzó a investigar el piso bajo, con movimientos lentos y torpes. Ricky imaginaba lo que veía: una serie de cuartos vacíos exactamente iguales a éste. En la planta baja, había seguramente pasto y maleza que aparecían entre los resquicios de las tablas del piso. El sol debía tocar los flancos y el dorso de lo que se movía allí pesadamente, con obstinación, por los cuartos vacíos. La criatura aspiró con fuerza y luego dejó escapar un chillón alarido. Estaba buscándolo. Andaba por la casa, seguro de que Ricky estaba allí.

Intentó una vez más obligar a sus piernas a moverse, pero las dos columnas cubiertas de tela no se movieron en absoluto. El objeto en el piso bajo rozaba las paredes al recorrer los cuartos, haciendo un ruido áspero. La madera crujía. Imaginó que rompía un tablón podrido del piso.

Entonces oyó el ruido tan temido. El objeto se abrió paso a través de otra puerta abierta. De pronto los ruidos cobraron fuerza... oía la respiración de la criatura. Estaba al pie de la escalera.

La escuchó lanzarse escaleras arriba.

Sonaron los golpes sordos sobre una docena de escalones, pero luego el objeto volvía a caer. Subía entonces más despacio, gimiendo de impaciencia, subiendo dos o tres escalones a la vez.

Ricky tenía el rostro cubierto de sudor. Lo que más lo asustaba era no estar seguro de estar soñando. De haber estado seguro de que no era más que un sueño, no tendría más que soportarlo hasta el fin, esperar hasta que lo que fuera que se encontrara allá abajo subiese de pronto y entrase en su cuarto. El susto lo despertaría. No tenía, sin embargo, la sensación de estar soñando. Tenía los sentidos despiertos, la mente despejada y toda la experiencia carecía de esa atmósfera incorpórea y deshilvanada de un sueño. Nunca en sus sueños había transpirado así. Y si estaba enteramente despierto, la criatura que subía por la escalera lo atraparía, porque no podía moverse.

Los ruidos cambiaron y reparó entonces en el hecho de que estaba, en realidad, en el segundo piso de una casa abandonada, porque el objeto que lo buscaba estaba en el primero. Sus ruidos eran mucho más intensos y los gemidos y el rumor resbaladizo del cuerpo al frotar las escaleras y las paredes. Se movía con mayor rapidez, como si oliese su presencia.

El polvo seguía bailando en los escasos rayos de sol. Las pocas nubes se desplazaban aún en un cielo que parecía de comienzos de primavera. El piso se sacudió cuando la criatura llegó, impaciente, al descansillo.

Ahora oía con toda claridad su respiración. Se lanzó por el último tramo de la escalera, con el ruido de la bola de una catapulta al golpear los flancos de un edificio. Tenía Ricky el estómago como un témpano de hielo. Pensó que si llegaba a vomitar, vomitaría... cubos de hielo. Se le apretó la garganta. Habría gritado, aunque a la vez sabía que esto no era verdad, que si no hacía ruido alguno, quizás el objeto no lo descubriría. El objeto chillaba y gemía, golpeando los costados de la escalera con el cuerpo. Se quebró un barrote de la barandilla.

Cuando llegó al descansillo fuera del dormitorio, Ricky vio qué era. Era una araña, una araña gigantesca, que golpeaba el marco de su puerta. La oyó comenzar a gemir otra vez. Si las arañas gemían, debían gemir de esa manera. Una cantidad de patas comenzó a arañar la puerta y los gemidos aumentaron. El terror de Ricky era infinito, un terror elemental, helado, peor que nada que hubiese experimentado jamás.

Sin embargo, la puerta no se astilló, sino que se abrió sin ruido. Detrás del marco había una silueta alta y negra. No era una araña y el terror de Ricky disminuyó una mínima fracción. El objeto negro en la puerta no se movió por un instante, sino que se quedó mirando en su dirección. Ricky intentó tragar saliva. Logró utilizar los brazos para sentarse en la cama. Las ásperas tablas le rasparon la espalda y pensó una vez más: esto no es un sueño.

La forma negra pasó por la puerta.

Ricky vio entonces que no se trataba de un animal, sino de un hombre. Entonces otro plano de negrura se separó, luego otro y vio que eran tres hombres. Bajo los capuchones que envolvían sus rostros de muertos, reconoció los rasgos familiares, Sears James, John Jaffrey y Lewis Benedikt estaban de pie a su lado, y Ricky sabía que estaban muertos.

Despertó gritando. Abrió los ojos para verse frente a las imágenes normales de la avenida Melrose, el dormitorio pintado de color crema con los dibujos adquiridos por Stella durante el último viaje que hicieron a Londres, la ventana que miraba hacia el gran jardín de los fondos, la camisa sobre el respaldo de una silla. La mano firme de Stella lo aferró de un hombro. De pronto el cuarto pareció quedar a oscuras. Obedeciendo a un fuerte impulso que no supo cómo interpretar, Ricky saltó de la cama, en un salto tan ágil como lo permitían sus rodillas de setenta años y fue hacia la ventana, Detrás de él, Stella dijo:

—¿Qué?

No sabía qué estaba buscando, pero lo que vio era algo inesperado: todo el jardín detrás de la casa, todos los tejados de las casas vecinas, todo cubierto de nieve. También el cielo parecía carecer de toda luminosidad. No sabía qué iba a decir, pero cuando abrió la boca, murmuró:

—Nevó toda la noche, Stella. John Jaffrey no debería haber dado nunca esa maldita fiesta.

FantasmasWhere stories live. Discover now