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Sentada junto a Ricky, quien conducía el auto de ella a través del corto trayecto hasta Montgomery Street, Stella, que había estado inusitadamente silenciosa desde que salieron de la casa, dijo:

—Bien, si en realidad todo el mundo estará allí, puede ser que encontremos algunas caras nuevas.

Tal como ella lo había deseado, Ricky sintió una ola cortante y burlona de celos.

—Es extraordinario, ¿no? —La voz de Stella era ligera, melodiosa, confidencial, como si no tuviese intención de decir nada que no fuese ligero.

—¿Qué es extraordinario?

—Que uno de ustedes dé una fiesta. La única gente que yo conozco y ofrece fiestas somos nosotros, y son apenas dos por año. No acabo de sorprenderme... ¡John Jaffrey! Me deja atónita que Milly Sheehan se lo permita.

—Es el atractivo del mundo del teatro, probablemente.

—Milly no encuentra nada atractivo, salvo John Jaffrey —replicó Stella y se echó a reír al pensar en la imagen de su amigo que descubría en cada mirada de Milly, su ama de llaves. Stella, que en cuestiones prácticas era mucho más perspicaz que muchos de los hombres que conocía, se divertía muchas veces con la idea de que el doctor Jaffrey tomaba algún tipo de droga. Además, estaba convencida de que Mily y su patrón no dormían en camas separadas.

Al reflexionar sobre su propio comentario, Ricky no había reparado en la intuición de su mujer. «El atractivo del mundo del teatro», por alejado y difícil de imaginar que pareciese algo semejante a la gente de Milburn, se había apoderado, realmente, de la imaginación del doctor Jaffrey. El doctor, cuyo mayor entusiasmo hasta entonces había estribado en una trucha seguramente atrapada, se había vuelto cada vez más obsesionado por la joven invitada de Edward Wanderley durante las últimas tres semanas. Edward mismo se había mostrado muy reticente al referirse a la muchacha. Era nueva, era joven, era por ahora una «estrella», cualquiera que fuera el significado real de la palabra y la gente como ella era la que proporcionaba un medio de vida a Edward. No era entonces una circunstancia de excepción que Edward la hubiese persuadido de que fuese la heroína de una de las autobiografías que él escribía para otros. El procedimiento clásico era que Edward hiciese hablar a sus personajes delante de un grabador, durante tantas semanas como ellos desearan. Luego, con gran habilidad, transformaba estos recuerdos en un libro. El resto de la investigación bibliográfica se hacía por correo, o bien por teléfono, mediante entrevistas a quienquiera que conociera o hubiese conocido alguna vez al personaje. También la investigación genealógica formaba parte del método de Edward. Se sentía orgulloso de las genealogías que trazaba. La grabación se realizaba, dentro de lo posible, en casa de él. Tenía las paredes de su estudio tapizadas de cintas, cintas en las cuales, según se creía, estaban registradas innumerables indiscreciones jugosas e impublicables. Ricky mismo tenía apenas alguna vaga noción de la personalidad o la vida sexual de los actores y lo mismo le ocurría, según pensaba él, al resto de sus amigos. Pero cuando Todos Vieron Brillar el Sol acusó un cambio de reparto durante el mes que AnnVeronica Moore pasó en Milburn, John Jaffrey comenzó a buscar cada vez más un único objetivo, el de conseguir que la muchacha fuese a su casa. Un misterio mayor aún era que sus indirectas y maquinaciones hubiesen tenido éxito y que la chica hubiera consentido en asistir a una fiesta ofrecida en su honor.

—Mi Dios —dijo Stella, al ver la hilera de automóviles estacionados junto a la acera delante de la casa de Jaffrey.

—Es la fiesta de presentación en sociedad de John —comentó Ricky—. Quiere exhibir su éxito.

Estacionaron su auto algo más lejos en la misma calle y se acercaron en medio del aire frío hasta la puerta principal, donde las voces y la música los recibieron de pronto.

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