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—Vi a tu hijo abajo, Walt —dijo Ricky a Walter Barnes, el mayor de los dos banqueros—. Me habló de su decisión. Espero que entre.

—Sí, Peter está decidido a ir a Cornell. Siempre esperé que por lo menos solicitase su ingreso a Yale, mi universidad. Sigo creyendo que entraría si lo intentase. — Era un hombre macizo, con una expresión obstinada, como la de su hijo. Barnes aceptó de mala gana las felicitaciones de Ricky—. Al chico ni siquiera le interesa ya la idea de ir a Yale. Dice que Corneil es suficientemente buena para él. «Bastante buena para él». Su generación es más conservadora aún que la mía. Comell es el tipo de universidad tradicional donde todavía juegan a arrojarse la comida. Antes me preocupaba la idea de que Peter llegase a ser un subversivo con barba y granada de mano... ahora, en cambio, temo que se conforme con menos de lo que le sería posible lograr.

Ricky murmuré vagas palabras de comprensión.

—¿Cómo están tus hijos? ¿Siguen los dos en California?

—Sí. Robert enseña inglés en una escuela secundaria. El marido de Jane acaba de ser nombrado vicepresidente.

—¿De qué?

—A cargo de la seguridad.

—Ah... comprendo. —Ambos bebieron, absteniéndose de hacer comentarios en cuanto al significado de ser vicepresidente a cargo de la seguridad dentro de una compañía de seguros.

—¿Piensan venir aquí para Navidad?

—No creo. Los dos llevan una vida bastante activa.

La verdad era que ninguno de los dos hijos había escrito a Ricky o a Stella en varios meses. Habían sido niños felices, adolescentes hoscos y ahora, ambos próximos a la cuarentena, eran adultos insatisfechos y, en muchos sentidos, adolescentes aún. Las pocas cartas de Robert contenían pedidos apenas velados de ayuda económica. Las de Jane eran en apariencia más alegres, pero Ricky intuía la desesperación que encerraban. («He decidido que de aquí en adelante me querré más», declaración que según sospechaba Ricky, significaba exactamente lo contrario. La vulgaridad del comentario le hacía estremecerse.) Los hijos de Ricky, lo que más había amado, eran ahora planetas lejanos. Sus cartas le resultaban dolorosas. Verlos era peor.

—No —dijo—. No creo que puedan venir esta vez.

—Jane es muy bonita —comentó Walter Barnes.

—Hija de su madre.

Maquinalmente Ricky comenzó a mirar alrededor, para ver si localizaba a Stella. Vio entonces a Milly Sheehan, que estaba presentando a su mujer a un hombre de espaldas encorvadas y labios gruesos. El sobrino académico.

—¿Conociste a la actriz de Edward? —le preguntó Barnes.

—Está en alguna parte. La vi bajar.

—John Jaffrey también parece muy entusiasmado.

—La verdad es que tiene una belleza que pone nervioso —dijo Ricky y en seguida rió—. Lo puso nervioso a Edward.

—Peter leyó en una revista que tiene sólo diecisiete años.

—En tal caso, es un peligro público.

Cuando se separó de Barnes para reunirse con su mujer y con Milly Sheehan, Ricky vio a la actriz. Estaba bailando con Freddy Robinson los ritmos de un disco de Count Basie y se desplazaba con un mecanismo muy delicado, con un brillo verdoso en los ojos. Con los brazos rodeándola, Freddy Robinson daba la impresión de estar atontado de felicidad. Sí, a la chica le brillaban los ojos, como pudo ver Ricky, pero, ¿era un brillo de placer o de burla? La chica volvió la cabeza, los ojos enviaron una corriente de emoción hacia todo el cuarto y Ricky vio en ella a su hija Jane, actualmente gorda y descontenta, tal como siempre había deseado ser. Al verla bailar con el tonto de Freddy Robinson, comprendió que aquí había una mujer que nunca tendría motivos para formular la frase condenatoria pronunciada por su propia hija. Siempre se querría mucho y era un estandarte que proclamaba el dominio de sí misma.

—Hola, Milly —le dijo—. Cuánto trabajas.

—Qué disparate. Cuando sea demasiado vieja para trabajar, me acostaré y me moriré. ¿Comiste algo?

—Todavía no. Este tiene que ser tu sobrino.

—Ay, perdóname. No se conocían —dijo Milly tocando el brazo del hombre alto a su lado—. Éste es el único inteligente de mi familia. Harold Sims. Es profesor en la universidad y estábamos charlando con tu mujer. Harold, Frederick Hawthorne, uno de los amigos más íntimos del doctor. —Sims le sonrió desde lo alto.— El señor Hawthorne es miembro de la Chowder Society —añadió por fin Milly.

—Me estaban contando acerca de la Chowder Society —comenté Harold Sims. Tenía una voz muy profunda—. Suena interesante.

—Me temo que no sea nada interesante.

—Hablo desde el punto de vista antropológico. He estado estudiando el comportamiento de interacción de grupos de hombres cronológicamente afines. El contenido de ritual es siempre intenso. Dígame... ¿Usan ustedes, los miembros de la Chowder Society, ropa de etiqueta cuando se reúnen?

—Sí, me temo que sí —se disculpó Ricky. Mentalmente pidió ayuda a Stella, pero estaba apartada de la conversación y contemplaba con frialdad a los dos hombres.

—¿Por qué lo hacen, exactamente?

Ricky tuvo la sensación de que el hombre sacaría una libreta del bolsillo y tomaría notas.

—Hace un siglo nos pareció una buena idea. Milly, ¿por qué invitó John a media ciudad si va a permitir que Freddy Robinson monopolice a la señorita Moore?

Antes de que Milly pudiese responder, Sims preguntó:

—¿Conoce usted los trabajos de Lionel Tiger?

—Lamento tener una ignorancia abismal —dijo Ricky.

— Me interesaría observar una de las reuniones que celebran. Podría ser, ¿no?

Por fin Stella se echó a reír y le dirigió una mirada que decía: Ahora, záfate de eso.

—Me parece difícil —dijo Ricky—, pero es posible que pueda conseguirle una invitación para la próxima reunión del Kiwanis.

Sims se puso rígido. Ricky vio que era demasiado inseguro para aceptar un chiste o una negativa con serenidad.

—Somos cinco viejos a quienes nos gusta reunirnos —se apresuró a decir Ricky—. Desde el punto de vista antropológico, no ofrecemos interés. No interesamos a nadie.

—A mí me interesan —le dijo SteIla—. ¿Por qué no invitas al señor Sims y a tu mujer a la próxima reunión?

—Exactamente —El entusiasmo de Sims resultaba alarmante.— Me gustaría grabar primero, y luego el elemento visual...

—¿Ve a ese hombre que está allá? —dijo Ricky, señalando con un gesto de la cabeza el lugar donde estaba Sears James. Más que nunca, Sears parecía una tormenta de nubarrones de forma humana. Según parecía, Freddy Robinson, despojado ahora de la señorita Moore, estaba tratando de venderle una póliza de seguros—. Ese grande, ¿ve? Me degollará, si le propongo semejante cosa.

Milly se mostró escandalizada. Stella levantó el mentón en el aire.

—Encantada de haberlo conocido, señor Sims —dijo y se alejó.

—Desde el punto de vista antropológico —afirmó Harold Sims—, ésa es una afirmación muy interesante. —Al decir esto contempló a Ricky con un interés más profesional aún. — La Chowder Society tiene que ser muy importante para ustedes.

—Sin duda —admitió Ricky con sencillez.

—Por lo que ha dicho, me imagino que el hombre que acaba de señalarme es la figura dominante del grupo... por así decir, el honcho.

—Qué perspicaz es usted —dijo Ricky—. Bien, si me disculpa, veo alguien con quien necesito hablar.

Cuando se volvió y se alejó unos pasos, oyó a Sims preguntar a Milly:

—¿Están realmente casados esos dos?

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⏰ Last updated: Dec 05, 2016 ⏰

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