Capítulo 6

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Muletas, sí, era lo que traía, una debajo de cada brazo, enterrándose en mi débil cuerpo y causándome dolor con cada paso que daba.
Quizá mi peso era tan poco que levantarme era tarea sencilla pero creanme, cuando les digo que para mí no era fácil.

Había estado yendo a terapia con una mujer distinta a la que me ayudaba en el centro de rehabilitación, ésta era más amigable, bondadosa o al menos así lo veía yo.

—Ánimo Bill, un metro más —Me alientó mientras yo intentaba caminar sin caerme a lo largo del pasillo, si quería irme a casa, debía pasar primero por eso, debía demostrar que podía, lograba y quería caminar.

Hace una semana no había visto a Dipper, y aunque estaba feliz de eso, por dentro me preocupaba en varios aspectos.
Era un drogadicto ¿Y si algo malo le había llegado a suceder?

Quiero llenar ese vacío, Bill.

Aquello retumbaba en mis oídos como si quisieran decirme algo, queriendo mostrarme algo.

(...)

Acabando por agradecerle a un hombre quien amablemente me había ayudado a abrir la puerta principal del hospital salí, difícilmente, muletas, pie, muletas, pie, de esa forma debía caminar de ahora en adelante ya que la silla de ruedas me costaba más y me veía horriblemente deprimente.

Para mi sorpresa, fuera del lugar, en una banca metros adelante se encontraba Dipper, sentado y con una sonrisa, aunque en cuanto me vio se levantó y se acercó corriendo a mí.
He de admitir que en esos instantes una sonrisa se dibujó en mi rostro, era un hermoso ángel ante mis ojos, de verdad no podía creer las enormes ganas que había tenido de verlo, quería ese abrazo, sí, pero oh, todo fue diferente.

—¡Estas mejor! —Un muy leve puñetazo fue lo que sentí en mi hombro, transformando mi sonrisa primeramente en una mueca y por último, borrando toda expresión de mi rostro.

—Ah... Sí, un poco, aun me duele —Riendo nerviosamente enrojecí, agradecía internamente no haber estirado mis brazos como un idiota frente a él o de verdad hubiese sido incómodo.

El adolescente me tomó de ese mismo brazo con delicadeza, o al menos yo lo sentía de esa forma, de una forma tierna, suave.

—¿Quieres ir a comer? —Cuestionó a lo que lo miré con algo de ironía y él comenzó a reír, algo que más que enojo, me dio felicidad. —Bien, bien, comprendo... Lo siento pero es que yo te veo como una persona normal  ¿Por qué he de tratarte diferente?

—Porque soy un anoréxico, es como decirle a un ciego que lo llevarás al cine ¿No crees?

—... —El chico guardó silencio por un momento yendo a un paso igualado al mío —Bueno, siento que si te hundieras tanto en tu etiqueta es como si me dijeras que no tengo derecho a divertirme contigo sin droga... ¿Sabes? Hay cosas mucho mejores que nuestras tragedias Bill, a veces es mejor sacar un tema de conversación muy distinto, a pesar de que sea evidente el problema, ¿Eso qué? No hay limitaciones, no hay críticas, puedes comer, puedes vestirte como quieras ¡Puedes divertirte! A mí poco me importa lo que me digan de mi rostro demacrado. —Riendo nuevamente miró hacia otro lado.
¿Por qué podía reír como idiota tan naturalmente?
Se veía hermoso, no requería ningún cambio para serlo.
Lo envidiaba.

(...)

Largo tiempo pasó para que al fin llegase a casa, en toda mi estadía en el hospital, mi madre se presentó una mísera vez, sólo una, y, agradeciendo de antemano que a estas horas no estuviera en casa, aprovecharía para poder gozar de mi soledad.

—Entonces... ¿No quieres que te acompañe?

—No Pino, me bañaré y quizá duerma.

—... De acuerdo, pero ahora que sé donde vives no te escaparás como siempre, me debes una salida.

—Vale, vale —Reí, haciendo un ademán con la mano en señal de despedida y posteriormente cerrando la puerta.

Al termino de mi baño, salí y dificultosamente bajé las escaleras, tenía hambre, sí, aunque no lo crean sigo siendo humano y la necesidad de alimentación aun persiste en mi cuerpo, por lo que he de calmarla.
Abriendo el congelador saqué hielo del cual serví en un tazón y le agregué una muy ligera pizca de jugo de naranja, de esa forma me dirigí a la mesa y me senté.

Las manecillas sonaban por toda la casa, haciendo más grande el eco de soledad que había en ella.
Y, como si de un cereal se tratase, comencé a cucharear eso que ni comida era.

Mi vista quedó fija en esos hielos que comenzaban a derretirse mientras masticaba y sentía ese frío pasar por mi garganta, algo tan acostumbrado que sin sentirlo mis ojos ya estaban humedecidos.
Solté la cuchara y con la muñeca limpié mis ojos, apoyando el codo en la mesa y soltando un entrecortado suspiro.
¿Iba a morir así? ¿Miserable y sin la mínima intención de cambiar?
No, no podía quedarme a esperar que el tiempo lo decidiera todo, no me iba a quedar a ver como el Pines exitosamente superaba sus problemas y yo seguía estancado aquí.
Frunciendo mi ceño guié mi vista a enfrente donde en medio de la mesa yacía una caja de cereales, nunca habían sido de mis favoritos.
Es más, nunca había probado un cereal, de pequeño los aborrecía.

Inhalé y exhalé tomando el plato y caminando a la cocina -o bien cogeando- tirando su contenido en la tarja del lavabo, enjuagando y posteriormente yendo al refrigerador. Leche, una cuchara, el plato seco, fue lo que necesité para regresar a la mesa donde débilmente serví una grotesca porción del cereal y una de leche, se veía asqueroso, además de que mi enojo había hecho que llenara el tazón al grado de que el alimento se desbordaba.

Tomé la cuchara y comencé a llevarme enormes, frustradas y poco estéticas cucharadas a la boca, sintiendo rabia, asco de mí mismo, no podía comer como alguien normal, no podía.










—Está bueno —Susurré entrecortado antes de soltar la cuchara y salir casi disparado al baño de abajo.
Era intolerante a la lactosa.

Inconexo {DippBill}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora