Tenía los codos apoyados en la encimera mientras observaba la carretera y la gente pasar, cuando en realidad estaba dentro de lo recóndito de mi subconsciente, soñando, como casi siempre. Lo más hermoso de soñar era que siempre te liberaba de la realidad, y eso se agradecía.
El teléfono rompió el mediano silencio de la cafetería despertándome de mi ensimismamiento. Levanté la mirada para comprobar si alguien iba a contestar la llamada. Nadie acudió, así que me vi obligada a hacerlo.
—¿Diga?
—¿Gabrielle? —dijo la voz de Paul.
—Ah. Hola, Paul. No es buena idea que llames aquí —cambié el tono de voz—, es que mi jefe no deja que contestemos llamadas en el trabajo.
—Ya, lo entiendo, pero ¿podrías decirle a Eve que me llame en cuanto salga?
—Claro.
—Sabes, Gabi, creo que está enfadada.
Me sorprendió lo mucho que tardaba un chico en saber cuándo estábamos o no enfadadas.
—Lo cierto es que no quiere saber nada de ti desde hace unos días —confesé mientras jugaba a enroscar el cable del teléfono con los dedos.
—¿Crees que podrá perdonarme?
—Paul...
Entonces una mano me quitó bruscamente el auricular y colgó la llamada con fuerza.
—¡Este teléfono es solo y únicamente para clientes! —gritó el detestable de mi jefe, Roger. ¡Cómo odiaba a ese tipo!
Roger Piers era un hombre a punto de cumplir los cuarenta que aún vivía con su madre en los apartamentos que había encima de la cafetería. Antes el negocio lo llevaba la señora Piers, pero al ponerse enferma le relevó el idiota de su hijo, y este cada vez me daba más motivos para marcharme de allí.
Volví a mi puesto enojada y me puse a limpiar con una bayeta los restos de café y azúcar derramados que había en la barra. Me detuve al ver por el rabillo del ojo como mi jefe cerraba tras él la puerta de su mini y cutre despacho.
—¿Quién ha llamado? —preguntó Eve saliendo de la parte trasera.
Evelyn Darmouth, mejor amiga, compañera de trabajo y de sueños. Era la típica americana; rubia, ojos azules, alta y bonita. Tenía un par de años más que yo, pero me trataba como a una hermana. Se había escapado a los dieciséis de su casa, en Arizona. Según ella, había venido a la ciudad para huir de su odioso pueblo y empezar una nueva vida. Ahí estábamos, trabajando para un idiota cuando teníamos edad de comernos el mundo.
—¿Dónde estabas?
—Echando una cabezadita en el almacén —contestó en un alargado bostezo. Nunca entendí por qué salía de fiesta entre semana, luego siempre estaba derrotada en el trabajo.
—Era Paul, estaba intentando contactar contigo.
—Que le jodan —dijo cambiado drásticamente de humor.
Trabajar con Eve era de todo menos aburrido. Si ella se fuese no sería capaz de aguantar yo sola a Roger. Nos teníamos la una a la otra para soportar sus quejas y eso lo convertía todo un poco más ameno.
Nos pusimos a servir café, bollitos, donuts y cuando no quedó ningún cliente más finalizó nuestra larga jornada.
—Chicas, recoged, limpiar la cafetera, la moledora y marcharos a casa —nos ordenó nuestro jefe mientras daba la vuelta al cartel donde ponía CERRADO antes de salir por la puerta.
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100 Preguntas para Blake
Romance1. Blake no es amable 2. Blake no quiere ser tu amigo 3. Blake tiene problemas (grandes problemas) 4. ¿Por qué sigues insistiendo en conocerle? 5. ¿Por qué él? Aunque intentó hacer caso a la parte más racional de mi cabeza, no puedo. Y quizás me hab...