Capítulo ҉ 27

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Las luces rosadas y azules brillaban al unísono con la corriente del agua, era la estatua dorada de Prometeo la que se alzaba por encima coronando la fuente. Cada pocos segundos se levantaban chorros a la altura perfecta para no ocultar la imagen del héroe mitológico. Delante de la fuente se encontraba la pista de hielo del Rockfeller Center, lo suficientemente grande como para albergar a cientos de personas cada año.

Blake y yo habíamos acudido por segunda vez allí

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Blake y yo habíamos acudido por segunda vez allí. Pero esta vez me había propuesto patinar acompañada.

—Recuerda; no vale echarse atrás —le dije entregándole sus patines correspondientes.

Él los cogió sin demasiada confianza.

—Ela, no sé si estoy preparado para enfrentarme a...

—Lo sé, solo vamos a intentarlo, no te pido que me hagas cinco piruetas, solo un intento.

Blake suspiró y después apretó la mandíbula asintiendo.

—Bien —sonreí sin separar los labios—. Ahora póntelos.

Se sentó en el banco y se desató los cordones de los elegantes zapatos del trabajo. Yo tomé asiento a su lado y me desabroché las botas con paciencia hasta que por fin pude calzarme con mis menudos patines.

—Hace tanto tiempo que no me pongo unos de estos... —comentó poniéndose en pie y sintiéndose incomodo al pisar el suelo con las cuchillas—. Después de la muerte de Iván dejé muchos deportes; los que no abandoné, como el atletismo, me ayudaron a relajarme y desconectar. Aunque nunca volví a sentirlos con la misma pasión del principio.

—¿Y el ballet? —dijeron mis labios precipitadamente.

—Esa... es otra historia que ahora nos fastidiaría nuestros planes.

Su sonrisa dejó claro que todavía no era el momento para terminar de relatarme su pasado.

—Vale —acepté por lo bajo—. ¡Ya estoy!

Blake me tendió una mano para que me levantase sin perder el equilibrio y yo se la cogí apretándosela con fuerza.

—¿Preparado?

—Nunca se está preparado del todo.

Arqueé una ceja. ¿Por qué me respondía tan filosófica y enigmáticamente?

—Por favor, limítate a decir «sí, Ela, lo estoy». Aunque me mientas.

Blake lo meditó durante fugaces instantes y después contestó:

—¿No dejamos claro el otro día que no iba a mentirte?

—Vale, vale —dije poniendo los ojos en blanco.

Caminamos como si llevásemos zuecos en los pies hasta que alcanzamos una de las puertas de la pista de hielo vallada por un cercado acristalado. Yo entré primero y enseguida me adapté a la superficie.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora