Capítulo ҉ 33

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Iván. Iván… ¡Iván!

«Mi verdadero nombre es Iván».

¿Qué? Debía estar tomándome el pelo. Entonces… ¿él era su hermano? ¿O cómo? ¿Quién era Aleksandr Blake?

—Explícate —le obligué—. Ahora.

Blake resopló y acopió fuerzas para aclarar:

—Lo sé, es confuso. Pero llevo doce años respondiendo al nombre de Aleksandr, y es como si ya fuese el mío.

—Pero ¿cómo?

—Aquel día, cuando mi hermano murió, nadie del servicio supo si yo era Iván o Aleksandr. Pero ella sí, sabía perfectamente quien era yo. Les dijo a todos que Iván había muerto en el estanque, y que Aleksandr, mi hermano, era el que había sobrevivido. Eso es lo que hizo, Ela, mentirse a sí misma, mentirlos a todos, menos a mí. ¿Quién quiere aceptar que su hijo favorito a muerto?

—Oh, Dios, Ale… Blake, Dios.

—Lo sé, es retorcido. Pero así era ella: retorcida.

  Quise levantarme y acabar con la corta distancia que nos separaba, pero él se dispuso a seguir hablando y no podía permitir interrumpirle, debía seguir escuchando.

—Aunque no lo creas, mi padre lo pasó bastante mal por mi supuesta muerte. Nunca habíamos estado del todo unidos pero alguna que otra vez había jugado conmigo al balón, ya que mi hermano pasaba de aquellos deportes. Y cuando le vi tan dolido quise decirle que estaba vivo, que yo era Iván y no Aleksandr. Pero me lo callé, porque ser Aleksandr me daba una oportunidad de ser mi hermano, ser el favorito, el bailarín nato y el chico que recibía toda la atención. Además, fue como un castigo para mi padre, si hubiese pasado más tiempo en casa, al final habría acabado reconociendo quien era quien.

»Cuando él murió, Ela, me maté a mí mismo. Y creí haber recibido todo cuanto siempre había envidiado. Mentira. Yo no era Aleksandr, y Yelena lo sabía.

»En cuanto la familia se fue de la casa y nos quedamos solos, me hizo el vacío. Parecía que el solo hecho de verme, de ver en mi rostro el mismo rostro de su hijo, le rompía en mil pedazos.

»Fue como si me dijera con una simple mirada: es culpa tuya, tú deberías estar muerto. Y sí, fue por mi culpa. Y sí, ella me mató a ojos de todos como venganza.

»Me quedé vacío. Ya no podía ser Iván, pero no me veía capaz de desempeñar el papel de mi hermano. Entonces, ¿quién era en realidad? Tuve que escoger, y escogí ser Aleksandr, con él al menos conseguiría que alguien me apreciase.

»No fue fácil. Empecé con los libros. Odiaba leer en la escuela, no había cosa que más aborreciese. Pero en cuanto me adapté a la lectura, esta se adaptó a mí. Todos los libros que mi hermano leyó durante años, yo me los leí en meses. Y leer las vidas de los personajes me hizo aspirar a una vida igual de dichosa. Ellos se convirtieron en mis compañeros, en mis amigos. Pues sí, me aislé tanto que dejé de tener amigos en la escuela, dejé de ser el mejor deportista, dejé de ser Iván.

»Pero existía otra cuestión. El ballet. ¿Cómo aprenderlo? ¿Cómo amoldarme a la rigidez y a la perfección? Para mí era un reto. Así que comencé a ver las grabaciones de las actuaciones de Yelena, hasta que comprendiese el ballet y llegase a apreciar cada grácil movimiento de los bailarines de su compañía.

»Yelena Anastasia Krzanowski, prima ballerina. Había actuado en todo el mundo, Londres, Milán, Nueva York, Japón, Barcelona, Berlín… Era la más grande de todas. Pero ¿A qué precio? Debes saber que si hay algo que caracteriza al ballet ruso es su exigencia y perfección. Yelena pasó toda su infancia calzada con unas zapatillas de ballet, repitiendo una y otra vez, hasta que le sangrasen las puntas de los dedos.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora