Capítulo ҉ 18

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Estaba echa un ovillo entre las mantas. Cambiando de postura de un lado a otro para poder conciliar el sueño, pero nada. Si cerraba los ojos me encontraba fantaseando con Blake y conmigo. Si los habría veía nuestro cielo particular, y la estrella que lo representaba.

Sentía una presión en el estómago, algo que me pedía una única cosa que yo no podía darle, ni el destino parecía querer darme. Saber que aún quedaban horas para volver a verle, cuando regresase de trabajar, se me hacía muy difícil. La esperanza de volver a abrazarle, olerle y sentirle se intensificaba. Y por mucho que me pesaran los parpados más me pesaba saber que no estábamos juntos.

Yo necesitaba más, más de Blake.

Así que eso era el amor.... No era la primera vez que me enamoraba. Pero sí la primera vez que me sentía algo más profundo en mi interior. Y era tan extraño, tan distinto, tan explosivo. No sabía cuánto tiempo iba a poder retenerlo, cuánto iba a aguantar dentro de mí.

Me levanté de la cama, anduve a oscuras hasta que atrapé el pomo de la puerta y salí al pasillo que estaba encendido tenuemente. Caminé en silencio hacia su habitación, pero cómo me imaginaba, estaba vacía. Sin embargo, yo sabía que estaba despierto, no me cabía duda.

Pasando por la biblioteca llegué al salón, donde le encontré. Leía una novela en uno de los sillones individuales, alumbrado por una lámpara que aglutinaba toda la luz en el entorno. Estaba tan guapo, tan anhelado. Me habría encantado correr para sentarme en su regazo, rodeada por sus brazos.

—Ela —me despertó de mi ensoñación.

Dejó su libro reposado en sus piernas y me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué haces despierta?

—¿Esto es lo qué haces todas las noches? —le respondí con otra pregunta al tiempo que me apoyaba en el marco de la puerta.

—No siempre, a veces me bajo al gimnasio.

—¿Al gimnasio?

—En el edificio hay un gimnasio, también una sauna y una piscina.

—¿Bromeas?

Al parecer el 432 de Park Avenue era una residencia para millonarios. ¿Una piscina en el centro de Manhattan? ¡Tenía que estar tomándome el pelo!

—No, un día deberías bajar a verlo, aunque a mí solo me interesa el gimnasio, siempre está vacío de noche.

No me extrañaba. ¿Quién iba de madrugada al gimnasio?

—No podía dormir y me he levantado para ver si andabas despierto.

«Y porque si estoy lejos de ti me pongo enferma» añadí secretamente en mi mente.

—Pues... aquí estoy.

—¿Tienes hambre? —inquirí con nerviosismo en la voz, por si decía que no.

Él no respondió, es más, no le di tiempo a hacerlo. Fui directa a la cocina, y de allí a la nevera. No había mucho que escoger, íbamos a tener que volver a ir a la compra. Pasé de estante a estante hasta que di con un bote de mantequilla de cacahuete.

Al darme la vuelta él ya estaba en la entrada, se reía en silencio al ver cómo intentaba quitarle a tapa a pesar de que se me escurriesen los dedos.

—Déjame a mí.

Se aproximó a la isla —la cual nos separaba— y yo me aparté al segundo negándole la posibilidad de ayudarme.

—Puedo sola —me mostré orgullosa.

Hice fuerza apretando las muñecas en torno a la dichosa tapadera. Pero nada. Al final suspiré cediendo y le di, avergonzada, el tarro. Él, con sus grandes manos y su singular fuerza, se encargó de abrirlo.

100 Preguntas para BlakeUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum