V e i n t i u n o

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#SemanaDeFloyd

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Tras la respuesta, una pegajosa melodía fue tarareada. Felix lanzó un suspiro exasperado y apartó sus ojos de la entrada.

—¡Floyd, Felix! —exclamó Joseff al finalizar la canción de Batman— ¿Qué hacen aquí?

—Larga historia —se aprontó a decir Felix, cargando más de lo habitual sus palabras.

—Ya veo... —Asintió el Chico Batman mirándome, luego subió su vista hacia Felix—. ¡Bueno, más es mejor!

Se acercó a Jollie y ambos se colocaron a platicar en un tono algo confidente. No pude saber de qué hablan, mis sentidos se escondieron al notar que el Poste con patas me cubría los labios con su mano. Tensé mis hombros y me quedé estática hasta que la apartó, probablemente, para que no mencionara lo de la lista.

—Los dejo, tengo que ocuparme de la entrada —dijo la enfermera, haciendo una seña como despedida.

Un «adiós» muy alargado salió de Joseff, quien, cual niño pequeño, le regresó la seña con su mano muy alzada y moviéndola de un lado a otro.

—¿Vienes seguido? —le pregunté a mi compañero de asiento—. No me lo habías dicho.

—Cuando puedo —respondió—. Lo hago desde mucho tiempo, ya soy toda una celebridad acá.

Ambos nos echamos a reír. Felix no hizo más que sentarse en una de las sillas. Lucía como un supervisor, observando y estudiando cada uno de nuestros movimientos para culparnos de algún error. Colocar los cartones en las mesas no era muy complicado, a decir verdad, peeeeero su señoría arrogante e inexpresiva no tenía intenciones de ayudarnos. O hacer algo.

Cuando casi terminábamos de colocar los cartones, los ancianos comenzaron a llegar. Respiré hondo y exhalé el aire con algo de nerviosismo. Creo que nunca vi a tantos ancianos en mi vida, ni siquiera en la iglesia. Todos ellos eran de alturas diferentes, algunos mucho más arrugados que otros. Eran treinta y cuatro ancianos; diecinueve mujeres y quince hombres. Dos de ellos andaban en sillas de ruedas, otros andaban con bastones.

No miento al decir que al ver a Joseff sus rostros se iluminaron y lo saludaban. Más de un beso en la mejilla y un apretón de manos se llevó el Chico Batman. Él los saludaba a cada uno por su nombre.

Una vez todos se vieron sentados, se percataron de una niña de cabello castaño y un chico sentado como si fuera uno más de ellos. Me sentí como una boba saludando con mi mano.

—Ella es Floyd y él es Felix, son amigos de colegio —nos presentó Joseff una vez estuvo frente a la pizarra.

Comencé a mecerme, siempre hacía lo mismo cuando era el centro de atención. Uno de los profesores en primaria dijo que ese gesto consiste en una forma de relajarme, pues simulaba el movimiento de la cuna cuando era bebé. Entendí que estaba tornándome nerviosa en ese momento y que necesitaba expulsar todo ese drama para ayudar a Joseff. Me envolví en su misma misión: hacer que aquellos ancianos tuvieran una buena e inolvidable tarde.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora