Capítulo XII

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De repente él se detuvo frente a un árbol enorme, se recargó en el ancho tronco al tiempo que la soltaba. Andrea no supo qué hacer, así que cruzó sus brazos, ansiosa, mientras movía piedritas con las botas.

—¿Sabes? —alzó la vista al escucharlo. Tenía ambas manos metidas en las bolsas del jean y la mirada perdida como recordando algo—. Yo también cargo con cosas, situaciones que desearía olvidar, que daría todo para que no hubieran sucedido... Y ya ves, uno no puede controlar el pasado, solo el futuro —ella asintió estando de acuerdo por primera vez en ese par de horas. Supuso que se refería a su esposa. Nunca le habló de ella, pero sabía que enfermó de gravedad por lo que falleció al poco tiempo. Sintió un pequeño agujero en el pecho al darse cuenta de que ese hombre por el que sentía que su ser despertaba de ese eterno letargo, ya había amado antes y que aún le dolía su ausencia—. Cuando tú llegaste aquí... sé que me porté mal —la ojeó y después volvió a perderse en el horizonte—. Tu hermano me dijo cosas sobre ti, que ahora sé no son verdad, o por lo menos no son como él las cree... sin embargo, yo no te conocía... no sabía cómo eras realmente y... mucho menos que sentiría esto por ti —sonrió negando con la cabeza. La joven volvió a agachar la mirada concentrándose en la punta de su calzado—. Cuando llegaste sentí una enorme necesidad de enseñarte que la vida era difícil y que en ella no había lugar para las personas cobardes, débiles —Andrea suspiró recordando cada detalle de esos primeros espantosos días—. Fui un tonto... no debí portarme como lo hice —la observó arrepentido.

—Era lógico que actuaras así... lo que sucedió... no es para sentirse orgulloso —sonrió al escucharla.

—Aun así... no creo que lo merecieras y aunque no es justificación, necesito que sepas por qué me porté de esa forma.

—Matías, de verdad no te preocupes, no es necesario —la estudió con atención buscando descifrar lo que en sus ojos había.

—Andrea, después de la muerte de Tania... —permaneció en silencio unos segundos, el ambiente se sintió denso y ella ya no se atrevió a interrumpirlo—. Mi vida se vino abajo, yo... me volví duro, amargado e insensible... —de nuevo calló unos segundos, pensativo—. Ella no murió por la enfermedad... —Andrea posó sus ojos en él enseguida frunciendo el ceño, no comprendía. Matías desvió la vista negando—. Ella... se suicidó —al escucharlo dejó de respirar, perpleja.

—Dios... —en ese momento Matías no parecía tan fuerte e implacable como siempre. Al contrario, se notaban los estragos que al recordarlo provocaban sobre su personalidad, potente y decidida—. No tienes que hablar si no quieres... —no sabía qué más decirle. Pero no la miraba, ni parecía haberla escuchado.

—Yo la amaba, duramos mucho tiempo de novios y lo lógico era dar el siguiente paso. Tanía era una chica consentida al igual que yo... tengo que admitirlo. Nos movíamos en el mismo círculo. Estaba acostumbrada a obtener lo que quería y a ser el centro de atención, era muy bonita y eso la ayudaba. Nos casamos ilusionados. Ella era lo que yo quería, la mujer ideal para mí —sonrió con sarcasmo y continuó—. Era femenina, dulce, tierna, caprichosa y débil... Saber que me necesitaba todo el tiempo me hacía sentir importante, invencible. Regresando de la luna de miel nos vinimos a vivir aquí, como acordamos. Sin embargo, no logró adaptarse. Vivía quejándose y no era feliz. Por mucho que hacía, nada la alegraba, nada era suficiente. Con el tiempo empezó a odiar este sitio, no existía día que no me pidiera que regresáramos. Peleábamos constantemente y las cosas que me enamoraron de ella comenzaron a hastiarme. Se vestía elegantemente, siempre impecable, muy bien maquillada y sin una sola arruga. Era su manera de demostrarme que nunca se adaptaría. No éramos felices y yo, con tal de salvar nuestro matrimonio, al final accedí —Andrea seguía en el mismo lugar escuchándolo atenta. Podía sentir su dolor y deseaba menguarlo de alguna forma. Aun así, permaneció ahí, quieta—. Esta vida no era para ella. A Tania le gustaban las reuniones, salir a cenar a los lugares de moda, viajar, visitar a los amigos, organizar grandes fiestas. Ella... siempre fue así... yo fui el que no lo quiso ver, no la puedo culpar. Me amaba... lo sé y yo la estaba alejando de todo con lo que creció. Mi padre accedió a que yo regresara a la ciudad mientras estuviera viniendo constantemente. Al poco tiempo le detectaron ese... cáncer. Su útero estaba invadido y lo tuvieron que extirpar. Sufrimos mucho, eso quería decir que jamás tendríamos hijos; lo cierto era que no me importaba... Verla sana era lo primero, adoptaríamos, yo lo tenía muy claro. Pero ella no pensaba igual que yo y cayó, casi enseguida, en una honda depresión. Comenzó a... —resopló con dolor frotándose el rostro con ambas manos—, comenzó a culparme —Andrea ya no pudo más, se acercó hasta él, consternada. Colocó una mano sobre su antebrazo sin saber qué más hacer. Él le sonrió al tiempo que la tomaba depositando un pequeño beso sobre su palma.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora