Capítulo V

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Al entrar en la cocina encontró a Andrea de pie al lado de María agregándole algo al guisado, parecían entretenidas. La mujer le daba instrucciones y la muchacha las obedecía alegre.

Resopló ya completamente perdido.

Enseguida ambas se dieron cuenta de su presencia. Andrea se tornó seria y se sentó de inmediato sin decir nada, era como si quisiera ser invisible para él. Recordó sin problema lo sucedido la noche anterior; se sintió culpable por eso le habló de aquella forma y por lo mismo desapareció de ahí, pero era evidente que ella se sentía responsable de alguna forma y se comportaba de la manera más discreta posible como para que no la notara. Nada estaba yendo por dónde planeaba.

Comieron en silencio cada uno perdido en sus pensamientos. Él terminó antes que ella. De vez en cuando la estudiaba. Aún tenía sus manos heridas, pero parecía no molestarle mucho. Unas pequeñas ojeras enmarcaban sus ojos, lucía cansada, sin embargo, no se había quejado ni una sola vez desde que llegó a la hacienda. En cuanto la joven terminó, se levantó de la silla agradeciendo a María al tiempo que la mujer retiraba los platos de su mano.

—Buenas noches —se despidió caminando hacia la puerta. No deseaba importunarlo más con su presencia, no podía correr el riesgo de que no la tolerara y le pidiera que se fuera. Si eso sucedía, estaría en problemas y la posibilidad de rehacer su vida se esfumaría de inmediato.

—Espera... —se detuvo sin voltear con esas palpitaciones incómodas—. ¿Sabes montar, no es cierto? —Andrea lo miró aturdida, confusa. Él hubiera jurado que un poco de miedo cruzó por sus ojos verdes.

—Pues... no muy bien —expresó sintiendo que el temor crecía en su interior creando un nudo justo en medio de su estómago. Evocar la última vez que montó a un caballo todavía le provocaba náuseas.

—Te ayudaré a recordarlo, sé que antes lo hacías, así que lo volverás a hacer sin problema, es cuestión de que te vuelvas a habituar —pestañeó respirando agitadamente. ¡No, no quería hacerlo, no podría!

—Matías, te lo agradezco... pero no es necesario —él le dedicó una sonrisa torcida dándose cuenta que de verdad no quería incomodarlo y por un segundo se sintió más culpable.

—Lo sé, pero quiero hacerlo. Además esos son los planes que tengo para ti mañana. No creas que estarás por ahí sin hacer nada.

La chica sintió que las piernas le temblaban como gelatina en plena sacudida. No sabía cómo saldría de esa.

—Mañana a las ocho en las caballerizas, sé puntual ya lo sabes —asintió rápidamente para de inmediato desaparecer sin decir más.

María y él se miraron desconcertados.

—No pareció gustarle tu idea.

—Sí, lo sé, probablemente tuviera otros planes...

—No lo creo, parecía asustada —meditó un momento tomando de su café.

—¿Sabes? Ahora sí comienzo a pensar que algo no cuadra —al escucharlo hablar de eso, se acomodó de inmediato frente a él—. Sus conductas no tienen nada que ver con lo que su hermano me contó. Hace lo que se le pide, es atenta, se mueve como si quisiera que no la notaran, ante la más insignificante atención sonríe como si le hubieran bajado el sol. No comprendo, María, sé que no lleva mucho tiempo aquí, apenas unos días y no quiero equivocarme, pero esa sensación de que algo no está bien ya no me deja en paz.

—Me pasa lo mismo. Tú sabes cómo soy y esa muchacha me gana. Presiento que ha sufrido mucho y que intenta desesperadamente olvidarlo —el hombre asintió evaluándola, serio.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora