Capítulo XIII

238K 15.4K 4.2K
                                    


Matías llegó por fin al anochecer a la hacienda. Estaba muerto de cansancio, pero se sentía tranquilo con la decisión que tomó. No se quedaría con los brazos cruzados después de saberlo todo. La ayudaría y la sacaría de esa pesadilla aunque tuviera que llevarle toda una vida. En todo el día no pudo dejar de pensar en ella, sentía una opresión en el pecho cada vez que recordaba sus palabras. Por horas se regañó por no haberla seguido y decirle que claro que le creía y no solo eso, la ayudaría y haría todo lo necesario para que olvidara, si es que podía, todo lo que le sucedió. Dedicaría todo su tiempo en este mundo para que esos años lograran ser solo un mal recuerdo.

Aún no comprendía cómo Cristóbal era tan ciego, cómo era que arriesgó de esa forma a Andrea y cómo era que a pesar de todo, ella era esa maravillosa mujer de la que se enamoró apenas al verla. Pero lograría descubrirlo todo y Mayra pagaría por todo, por cada lágrima de Andrea, de eso se encargaría personalmente.

En la casa reinaba un silencio ensordecedor, no propio del lugar.

—Patrón... lo estaba esperando —era Indira, lucía preocupada.

—¿Qué ocurre? —preguntó en guardia, con cierto temor.

—La señorita Andrea no ha querido comer en todo el día. No quiero ser chismosa, pero no ha salido de su cuarto para nada. A lo mejor está enferma... estaba a punto de llamar a María —él sabía muy bien que no lo estaba y el dolor en su pecho aumentó.

—No te preocupes, vete a descansar, yo me encargo —la muchacha asintió más tranquila y desapareció de inmediato. Subió de dos en dos los escalones, las palmas le sudaban. Tocó a la puerta esperando respuesta.

—¿Sí? —Era ella y su voz sonaba apagada, sin vida. Abrió sin esperar invitación. Estaba sentada frente a la ventana con los brazos enroscados en sus rodillas. Giró al escuchar la puerta abrirse. Verlo, ahí, de pie, dejó a sus pulmones con problemas para trabajar.

—Hola... —la saludó en susurros caminando directamente hasta donde se encontraba. Se veía agotada, tenía unas líneas rojas debajo de sus ojos y sus mejillas continuaban húmedas. Su cabello abrazaba su espalda haciéndola parecer un ser puro, irreal. Se puso de rodillas para quedar a su altura y así poder ver de cerca su rostro. Acarició su cabello sintiendo una paz infinita al hacerlo—. Andrea... te juro que esta pesadilla se terminará —la joven bajó sus piernas, desconcertada, pero atenta a cada una de sus palabras—. Esa mujer pagará por lo que ha hecho, pagará por lo que te ha hecho —Andrea se levantó asustada al comprender lo que decía.

—¿Qué hiciste?, ¿a dónde fuiste?—tomó sus manos e hizo que se volviera sentar solo que esta vez a su lado en la cama.

—A la Capital, contraté un agencia de investigación... Algo deben encontrar y en cuanto lo hagan, la hundiremos. Por favor confía en mí, jamás te pondría en peligro. Tendrás tu vida y yo... te tendré a ti —no podía dar crédito a lo que oía.

—Entonces... ¿me crees? —él sonrió con ternura al escucharla. No dudó, la acercó y la encerró en su pecho, rodeándola con firmeza para que no percibiera duda alguna.

—Claro que te creo y... no solo eso, te ayudaré, lucharé con todas mis fuerzas para lograr hacerte olvidar aunque sea un poco todo lo que has vivido, dedicaré mi vida a hacerte feliz, te lo juro —la separó tomando su rostro entre las manos. Apenas si unos centímetros los distanciaban—. Te amo, ya te lo dije y eso no cambiará nunca... pase lo que pase, ¿comprendes?

—Yo... también... —sus palabras eran apenas audibles, pero al escucharlas sintió que mataría o moriría por ella si era preciso. Lentamente rozó sus labios temblorosos. Se sentían fríos, temerosos. Succionó uno sin cerrar los ojos, ella sintió su mirada y clavó su iris en el suyo. Después probó el otro, lamiéndolo despacio, adentrando su lengua con dulzura, deseando dejar su sabor para siempre en su sistema. Sin perder el contacto poco a poco fue adentrándose en ella, invadiéndola, saboreándola. Con su firme agarre la iba conquistando. Andrea no pudo evitar que un gemido escapara de su garganta y es que ese beso estaba siendo diferente, intenso, demasiado sensual y al mismo tiempo demasiado tierno, lleno de promesas, de sentimiento. Con ojos lánguidos se dejó llevar ya sin miedo al ver la seguridad de Matías reflejada en su manera de besarla. No lucharía más contra lo que sentía, no podía, él era una parte de su ser que ya era imposible hacer a un lado, su esencia corría a través de su venas, su olor era parte del propio—. Matías... si algo te sucede... —se separó apenas si unos centímetros para poder hablar.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora