Capítulo XV

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La navidad llegó sin que él se hubiese dado cuenta. Para ese entonces ya había decidido pasar esa temporada ahí y no en Europa, como solía hacer a excepción de unas cuantas ocasiones en las que el trabajo no se lo permitió. Andrea no podía salir del país ni de la hacienda, pues aunque no existían cargos en su contra, ni estaba en arresto domiciliario, el juez exigió que permaneciera todo el año en Las Santas cumpliendo con su pena. Ahí debía trabajar, mantenerse ocupada y aislada para no recaer en sus vicios y no volver a cometer una imprudencia de esa magnitud; en ese paraje alejado de todo, debía madurar y aprender a adaptarse de una manera adecuada a la sociedad.

Cada vez que recordaba aquel estúpido papel que él mismo firmó, dispuesto, en aquel entonces, a cumplir con ese deber, hervía de coraje y rabia. Andrea tenía más capacidades que muchas personas para adaptarse a la vida. Bastaba verla y conocer lo que pasó para saber que podía dar incluso lecciones sobre cómo vivir de una forma honorable a pesar de la adversidad. Sin embargo, a ella no parecía molestarle el hecho de que tuviera que estar confinada en aquel lugar, al contrario, parecía disfrutarlo y sentirse feliz de estar ahí.

Cuando la joven escuchó la conversación telefónica con sus padres en la que les informaba que no iría, fue el único momento en que la vio ser consciente de su situación; en cuanto intentó abrir la boca para convencerlo de que fuera, la acalló llenándola de besos y argumentando que nada, jamás, lograría alejarlo de ella y que solo quería estar donde ella estuviera. Eso la dejó sin palabras, aun así, él varios días después seguía percibiendo la impotencia en su mirada. Así que puso todo su empeño para que lo olvidase y continuara disfrutando como venía haciendo desde hacía meses.

Una semana antes de Nochebuena ella lo sorprendió informándole que se sentía preparada para montar a su yegua. Verla acercarse con esa confianza al animal, segura de que podía hacerlo sin dificultad, para luego subirse como si nunca hubiese dejado de hacerlo, simplemente lo dejó sin palabras, deslumbrado a decir verdad. Lo cierto era que al principio, cuando la observó en su lomo, tuvo cierto miedo de que ese pánico retornara en sus ojos pues se quedó quieta, sin moverse. Pero unos segundos después sonrió abiertamente, asombrando a todos los que ahí se conglomeraron para presenciar ese evento.

En el corral se instaló un silencio sepulcral, nadie quería que sucediera algo que alterara un momento tan especial. Andrea le pidió a Matías, con tranquilidad, que no soltara la rienda, cosa que por supuesto no pensaba hacer y se deleitó mirándola montar, casi como si nunca lo hubiese dejado de hacer. Su rostro estaba iluminado como pocas veces, estaba llena de orgullo, se percibía de inmediato cómo una parte de su vida le estaba siendo devuelta y cómo ella la tomaba sin recelo ni dolor, sino con alegría y satisfacción. La gente ahí se mostró admirada y claramente complacida al ver que su miedo estaba desapareciendo de forma tan veloz, mientras ella parecía no querer bajar nunca de ese animal.

Después de aquella asombrosa tarde, todo fue más sencillo; ella poco a poco se fue soltando, ya montaba sola en el corral, a veces daba pequeños paseos que parecía disfrutar al máximo y mimaba a Almendra, al grado que Matías pensó que esa yegua, al igual que él, no querría volver a estar con nadie más. A pesar de todo eso, ella aún no estaba preparada para hacerlo sola, si Matías no estaba a su lado o cerca, no se aventuraba tanto. Aún temía que sucediese algo que no fuera capaz de controlar. Eso a él no le molestaba en lo absoluto; estar con Andrea era la único que realmente quería, así que el hecho de que se mostrara tan aprensiva en ese único aspecto lo hacía sentir feliz.

Con el tiempo fue comprendiendo que en general esa mujer era increíblemente independiente y a veces irritantemente autosuficiente. No era que él quisiera resolver todo, sin embargo, no podía evitar la educación un tanto machista que traía a cuestas y que lo hacía sentir un poco frustrado cuando ella parecía siempre tener todo bajo control, sin siquiera pedir un poco de ayuda. Era muy clara, nada la detenía, resolvía las situaciones sin problema, jamás se quejaba y tenía una determinación impresionante. Y cuando se daba cuenta de la frustración que esto le generaba a él, lo dejaba deliberadamente tomar el control o criticaba amorosamente su carácter controlador.

Belleza atormentada © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora